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Philip Glass: “Cada vez teorizo menos sobre mi música. La hago y punto”

Hubo un tiempo en que Philip Glass (Baltimore, 1937) llevaba a los ejecutivos del World Trade Center a comer al Upper East Side de Manhattan por menos de diez dólares. En aquella época trabajaba de taxista y sobrevivía como compositor, a medio camino entre la cochera y la Juilliard School of Music, donde coincidía por los pasillos con Steve Reich y otros ideólogos del minimalismo. Recuerda Glass que pasaba las noches sentado al piano y, por el día, con la manos pegadas al volante de un bólido amarillo, sorteando los atascos de la Gran Manzana. “Sabía que no me equivocaba”, cuenta el compositor norteamericano a El Cultural, “porque por dentro todos los semáforos estaban en verde”.

Hubo un tiempo en que Philip Glass (Baltimore, 1937) llevaba a los ejecutivos del World Trade Center a comer al Upper East Side de Manhattan por menos de diez dólares. En aquella época trabajaba de taxista y sobrevivía como compositor, a medio camino entre la cochera y la Juilliard School of Music, donde coincidía por los pasillos con Steve Reich y otros ideólogos del minimalismo. Recuerda Glass que pasaba las noches sentado al piano y, por el día, con la manos pegadas al volante de un bólido amarillo, sorteando los atascos de la Gran Manzana. “Sabía que no me equivocaba”, cuenta el compositor norteamericano a El Cultural, “porque por dentro todos los semáforos estaban en verde”.
No fue hasta cumplir los 40 cuando decidió dedicarse a tiempo completo a lo que realmente le gusta. “Para serle sincero, no creo que los compositores y los taxistas seamos tan diferentes como se piensa. A fin de cuentas, todo consiste en abrir la puerta a una idea, divagar con ella sobre asuntos cotidianos de la vida y dejarla en un punto distinto del tiempo y del espacio, a la espera de otra cosa”.
Así se entiende que, a sus 74 años, sea uno de los compositores de mayor kilometraje, con más de veinte títulos de óperas, ocho sinfonías, decenas de conciertos y toda una colección de bandas sonoras a su nombre. A su “taxi” han subido David Bowie, Leonard Cohen, Laurie Anderson, David Byrne, Lou Reed, Brian Eno o el poeta Allen Ginsberg, toda vez que la música “no ha de entenderse como un hallazgo, sino como una búsqueda desesperada”. HIPERACTIVO 2011
Tanto valen sus credenciales para animar las tertulias musicológicas como para avalar la estadística de los discos más vendidos de Amazon. Basta asomarse a los trabajos que ha publicado en los cuatro primeros meses de este año: la grabación de su ópera Kepler, estrenada en Linz en 2009; la edición de Sonata for Violin and Piano junto a Maria Bachmann; la interpretación de varias de sus obras por el Sentieri Selvaggi Ensemble; Signal, una recopilación de directos en el famoso Poisson Rouge de Nueva York; sus cinco primeros Cuartetos de cuerda por los devotos del Brooklyn Rider; un monográfico compartido con la africana Musa Suso y un cameo en el pintoresco Pianos in the Kitchen.
Cualquiera de estos trabajos valdría para justificar treinta minutos de entrevista si no fuera porque Glass emprende estos días una gira por España que lo llevará por varios escenarios de La Coruña (21 de mayo), Vitoria (27), Valladolid (28) y Madrid (29). Esta vez se trae consigo al violinista Tim Fain para dos estrenos europeos, Partita para violín en siete movimientos, escrita expresamente para Fain, y Pendulum, con la que celebra el 90 aniversario de La Unión Americana de Libertades Civiles. Él mismo interpretará la otra parte del programa, que incluye algunas de sus piezas para piano más famosas, como Etudes y Metamorphosis, y extractos de The Screens, que compuso para la obra teatral de Jean Genet.
En 2008, Glass recibió un encargo de Gerard Mortier, entonces gerente de la New York City Opera, para componer una ópera que imagina los últimos meses de la vida de Walt Disney. The Perfect American está basada en la novela de Peter Stephan Jungk y se estrenará en el Teatro Real de Madrid en 2013, coincidiendo con el 75 cumpleaños del compositor.
Lejos del canon minimalista que le da fama, aun a su pesar, en los últimos años Glass ha defendido una vuelta al “clasicismo” que le ha permi- tido profundizar en el uso de la armonía y del contrapunto de compositores como Schubert , Mozart y Bach. Razón por la que ha decidido llamar “partita” y no “concierto” a la nueva obra que estrenará Fain. “Se trata, en efecto, de un guiño a Bach. He intentado que la obra tuviera todo un sustrato barroco, que oliera a siglo XVIII. No digo que se parezca a lo que Bach componía, pero trato el instrumento según sus pautas”. Se refiere, sobre todo, a la densidad y a la forma de llenar el pentagrama. “Cuando compones para un solo instrumento has de cuidar mucho las proporciones, saber conjugar la armonía, la melodía y el ritmo para que no lleguen a colapsar. Es algo complicado de explicar y relativamente fácil de entender. Pero es así. Con la edad, cada vez especulo y teorizo menos sobre la música que tengo en la cabeza. La hago y punto”. No le asusta al más genuinamente americano de los compositores contradecirse o llegar a traicionar su particular estilo. “No existe la contradicción, tampoco la evolución. Sólo un sentido en el que avanzas. Lo importante es no dejar de caminar y llenar tu vida de experiencias”.
Por encima de toda una serie de consideraciones estilísticas y comerciales que lo alinean con la música de masas, Glass se considera un compositor “de las artes escénicas” que disfruta de la imbricación de la partitura con el texto, la imagen o la danza de otros artistas y creadores. “Más que la pureza de la música de cámara, me interesa el intercambio con todo tipo de disciplinas, de la pintura al cine en tres dimensiones”. Con esta idea, el próximo 19 de agosto inaugurará su propio festival en el Carmel Valley de California que ha bautizado como Days and Nights. “Siempre he admirado el Festival de Spoleto y otras iniciativas por el estilo llevadas a cabo por compositores. Llevaba años dándole vueltas a este proyecto. Y, ahora que soy perro viejo, he decidido crear mi propia casa de conciertos”.
DÍAS DE RADIO El padre de Glass tenía una tienda de discos en Baltimore, donde eventualmente arreglaban aparatos de radio en la trastienda. Para entender de dónde salían todos esos extraños sonidos, a los 8 años se apuntó al conservatorio. “Cometí un error de planteamiento. La pregunta no era dónde, sino por qué. La respuesta, en cambio, sigue siendo un misterio para mí”. Después de 50 años de oficio, Glass mantiene sus constantes creativas intactas. “No he perdido un ápice de la curiosidad que me invadía a los 20 años. Sigo queriendo aprender. Y la música es hoy más babel que nunca. Sólo hay que ver cómo, de pronto, Nueva York se ha llenado de ritmos africanos…”. Lo que ha hecho proliferar locales donde se mezclan todos los estilos en uno solo. Al Poisson Rouge de Bleecker Street acude Glass con cierta frecuencia. Por raro que parezca, es ahora cuando más horas pasa junto al piano. “Tarde o temprano mi cuerpo terminará rindiéndose. Pero retirarme antes de ese momento sería una cobardía por mi parte”.
Tomado de El Cultural

  • Benjamín G. Rosado
  • Forja
Spain
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