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Generalmente se parte del supuesto que la Universidad es una isla que debe ser protegida. Eso por cierto es correcto también. Pero es un enjambre de pensadores, científicos y profesores que tienen otro propósito.
Este es el de formar cuadros de juventudes para un futuro de cambio, no solamente un futuro de mantenimiento profesional de las funciones de especialización.
Es una universidad catedralicia que mantiene con su brillo, a la distancia, las oscuridades antiintelectuales y barbarismos materialistas de una época en decadencia. Tiene como propósito y obligación el producir nuevos cuadernos teóricos y prácticos sobre lo que es sociedad, lo que es ciencia y lo que es arte. Lógicamente es y no es una isla. Se debe proyectar hacia una sociedad carcomida de cada vez menos valores, con la finalidad de crear lo nuevo y examinar mejor lo viejo.
Tiene una vocación de descubrimiento. Debe formular el futuro, con base en un análisis creativo de un presente y escrutinio crítico de un pasado. No solamente debe ser luchador en contra de la fuerte tendencia de privatizar y mediocritizar la educación superior, sino que su meta además debe ser una Costa Rica nueva y una América Latina transformada.
Es necesario devolverle su lugar de honra y respeto a una patria que, como un furgón colgando de los alambres de un puente, se encuentra descarrilada. ¡Devolverle su lugar en las estrellas!
Para ello, se necesita la financiación de los medios de la investigación y de la obra intelectual, con la finalidad de crear una mayor clase pensante en el país. Es necesario quitar la civilización y cultura obsesiva de la mejenga y crear una nación de valores elevados, de obras de vida duraderas.
De ese modo deben ir poco a poco disminuyendo los números de profesores que consideran que su trabajo es una labor remunerada y no un hecho de la felicidad y expansión de la creatividad. Un ser apasionado por un Welt Geist, que actuando como un daimón, salido de una obra de Herman Hess, lo posee y lo dirige. Las mejores academias del mundo están llenas de este tipo de personas. Creadores pues, de la cultura y de la civilización mundial.
Conseguir un trabajo en una universidad para tener dos carros, una casa y dos a tres hijos solamente, parece ser no más que la media de un consumista. ¡No es un académico!
Hay una leyenda sobre la Viena de principios del siglo XIX. Beethoven solía vivir y componer su música ahí. Siempre iban los vieneses a escucharlo. Pero un día llegó Rossini. Este no era mal compositor, si bien un poco frívolo y superficial. Todo Viena se encantó con Rossini y dejó de ir a los conciertos de Beethoven. Los discípulos de este se acongojaron y fueron adonde su maestro. Le preguntaban si en verdad había ya llegado el fin de la exquisita época musical de esa genialidad tan grandiosa. Imperturbable, Beethoven contestó: “no me preocupa esto, pues se que mi música es para siempre”. Una obra de vida es una obra de un académico, artista, intelectual, literato, científico y santo. ¡Eso también es para siempre! No se puede eludir o disimular su fragancia de eternidad. La vieja cultura del guaro tenía avatares como la mejenga y el salón familiar. Nunca habían sido atacados los valores viejos, especialmente los de mayor altura del país. ¡Nadie los cuestionaba! Ahora eso es distinto. Estamos en una época de verdadero barbarismo. Una edición reciente de La Prensa Libre, expone eso en un artículo denominado “El Estadio y La Virgen”.
Recientemente dos periodistas de apellidos Werner y Weiss, sacaron un libro denominado “El Libro Negro de las Marcas”. Denota el grado de salvajismo de las compañías transnacionales en el mundo actual. Indican el grado en que la globalización se ha prestado a la opresión de pueblos enteros. Incluso los teléfonos celulares que necesitan de metales especiales (el coltán, basado en el tándalo) sacados de Ruanda y el Congo. Se les llaman los metales de sangre y han sido culpables del asesinato de 3.3 millones de africanos. Los cambian grupos bandoleros por dinero y armas. Muy parecida a la historia de los diamantes de sangre. Revela el libro cómo en Indonesia se obligan a las mujeres a trabajar 14 horas diarias, sin alimentos, sin medicinas, siete días a la semana y con un pago de $200 al mes. Revela cómo estas pobres trabajadoras son apaleadas por los dueños de las fábricas sin miramientos y sin posibilidad de protesta. En las áreas de los alimentos, confección de ropas, metalurgia, petróleo, fármacos y juguetes, el libro indica los extremos del abuso de todo tipo contra el trabajador pobre en el nivel mundial.
El enriquecimiento en una época de barbarismo carece de suficiente gente humana. ¡Solamente tiene predadores y predados! Pero me equivoco quizás. También tiene fajas enteras de población hipnotizadas en creer que la vida que llevan es la de un mundo real y no un planteo fraudulento. Un mundo ilusivo y cruel, rellenado con azucarados y glicéricos conceptos de futilidad. Un fallo final de la conversación con el otro, como un distinto y un igual. La fuerza de un espejismo arrollando a un hombre que muere de sed en un desierto.
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