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Me dolía la espalda, el cuello y la cintura. No podía voltear la cabeza ni mover los brazos. Experimentaba mareos y pérdida del equilibrio; caminaba en lo llano, como si el suelo fuera irregular. Las piernas, aunque robustas, se debilitaban. Las rodillas dolían y las pantorrillas sufrían desconsuelo igual que los pies. Inyecciones para la “quiebra hueso”, reposo, masajitos, paños tibios, sobadas por si “una pega” y nada… Hasta el invento humano que más adoro: la cama, empezaba a fastidiarme…
A mis 61 años no fumo; moderadamente bebo vino tinto por los antioxidantes y limpieza arterial, no trasnocho y mis desvelos provienen de las chinches politiqueras que se beben al país. Entonces, ¿estaría entrando en la edad de los “nunca”?… Me recomendaron un quiropráctico bueno, porque los malos abundan y son funestos. Corrí el riesgo; fui donde uno que, en cuanto me miró, empezó un soliloquio: “brazo derecho caído, pierna izquierda más corta, cabeza dislocada, vértebras cervicales recargadas, dorsales comprimidas, lumbares desgastadas, columna desalineada, espalda sobrecargada, pelvis desnivelada, ministros, digo, meniscos inflamados, pantorrillas mal oxigenadas, talón de Aquiles abultado, pies cansados”… “¡Necesita unos ajustes!”
El masaje fue doloroso, la alineación columnar preocupante, el tramado espantoso, posesionar la cabeza fue impactante; la quebró hacia la derecha, hacia la izquierda y después al centro… A los meniscos les dio su sacudida y a la pierna corta su buen tirón… Me puso de pie, me ordenó colocar mis manos sobre la nuca y me suspendió por las axilas un par de veces dejándome caer sin tocar el suelo… “No se asuste -dijo- ya tiene los hombros y la cabeza donde deben estar y agregó: “camine erguido, no cargue pesos innecesarios ni adopte posiciones incorrectas. No descuide sus meniscos, camine descalzo sobre hierba; eso estimula la irrigación sanguínea. Ponga los pies en el suelo; permite al organismo entrar en contacto con las energías primarias de la Tierra (Naturaleza) que absorbe las malas vibras y refuerza las buenas”.
Solemos descuidar la salud. Durante meses cargué dolencias innecesarias. Soporté lo insoportable, pospuse decisiones urgentes que afectaban mi vida. Anduve cabizbajo entre la resignación y la desidia. Me moví como el cangrejo. Dormí mal y tuve muchas horas amargas como los “mayos negros” de mi patria, pero ahora me sentía mejor.
Reflexionaba sobre mi pobre patria: joven y llena de energías desperdiciadas, urgida de
alguien que la alinee y le coloque la cabeza entre los hombros, le enderece el cuello y la ponga de cara al futuro. Una patria maravillosa pero sin norte, en manos de una Laura que pierde su “aura”, ante una tarea para la que, obviamente, no está preparada. Después de un año ya no ríe tanto, pero sigue en el “canasto” de los titiriteros de intestinas campañas proselitistas, sin saber qué hacer. Respira por sus narices y claro, si ellos tienen gripe, a ella también se le chorrean los mocos.
Nuestro país está quebrantado por la negligencia gubernamental. La espalda sobrecargada de impuestos y carestías. La columna vertebral legislativa está dislocada por la inoperancia oficialista que cedió tontamente el directorio a la oposición. Las vértebras lumbares acusan desgaste y dolorosas hernias entre los diferentes discos del poder. Las extremidades están paralizadas por la corrupción. El país, apestado de ácaros politiqueros, no camina; titubea como ciego a plena luz. Se tambalea en lo llano y, donde debería lucir aplomo y gallardía, camina como cangrejo; la seguridad social y ciudadana al garete, la educación alienante, la justicia legalista y atrofiada, apadrinando ladrones de cuello blanco (penas ridículas y casa por cárcel). ¿Jueces? Liberando narcos (“presuntos”, identidad protegida). ¿Y el Fiscal General? Como cebolla… para llorar.
El país sigue en la edad del “siempre lo mismo”, con artritis y reumas de pies a cabeza. Los meniscos, digo, los ministros sufren apoplejía; no articulan paso ni enhebran idea solidaria… Tenemos demasiados talones de Aquiles y somos indolentes ante las angustias sociales. Deberíamos poner los pies en el suelo; retomar los principios y los valores de la Costa Rica honesta y solidaria de otrora. Al campesino y al trabajador hay que oxigenarlos, pues los malos tratados los están asfixiando. La Soberanía está fracturada. Los ideales solidarios y democráticos son fábula desteñida. Costarricenses, ¿queremos seguir, como ratoncitos, en manos de los mismos gatos negros o blancos, o buscamos un quiropráctico antes que las lesiones requieran complicadas cirugías?
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