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En definitiva, las universidades públicas tienen suficientes luchas por delante, básicamente ampliar su alcance, pero especialmente combatir la ignorancia fuera y también dentro de sí; no es necesario ensoberbecerlas. Las universidades públicas deben ampliar su cobertura, mejorar becas, garantizarse más recursos, mejorar las condiciones laborales de todos sus miembros y procurar mayor incidencia e intervención en los múltiples conflictos de la escena nacional a través del conocimiento y la educación.
Pero esta aspiración por una educación superior mejor, se empantana con la educación “universitaria” privada, sí, entre comillas porque incluso decirles universidad es un adjetivo desproporcionado que no obtienen aún. Cuando se habla de Universidad se alude al latín universitas, totalidad, universo, y a su vez se entiende una casa de estudios receptiva de la universalidad del conocimiento, donde se admite el disenso y se pugna por el consenso.
Una universidad, como requisito mínimo, debería contar con proyectos de intervención (extensión y acción social, aplicar conocimientos), proyectos de investigación (producir conocimiento), y docencia (difundir y debatir el conocimiento); y por supuesto la articulación entre estos, acompañado por estudios no disciplinares que permitan a cada estudiante ampliar su perspectiva, y justamente entrar en mayor contacto con la universalidad del conocimiento y sus múltiples implicaciones para el ejercicio profesional (lo que conocemos como Estudios Generales e incluso Cursos de Servicio, pero también hay otras modalidades). En el sector privado se cumple, de manera deficiente, con la docencia; la situación de los otros elementos es precaria y en muchos casos nula. Es decir, se empobrece la educación, pero no se abarata la escolaridad, y mientras tanto ni siquiera se sabe con precisión todo lo que lucra el sector privado de la educación superior.
Es atinado sacar provecho de algunos datos del más reciente Estado de la Educación del Programa Estado de la Nación, aunque esto no agota el tema. Allí se muestra claramente que las instituciones privadas aludidas saturan la oferta académica en disciplinas sociales y educativas, contribuyen con la inflación de títulos (especulación escolar), y todo esto sin producir conocimiento ni involucrarse de manera sostenida con el resto del país, sus problemas y necesidades.
La tendencia es dominante, en un país subindustrializado, no plenamente moderno, y endeudado como éste resulta inaudito tener 51 “universidades” privadas; la pregunta por la calidad de éstas es una enorme incógnita en múltiples aspectos; el Estado de la Educación reconoce la poca información que se produce sobre dichos centros, fortalecido este solapamiento por la primacía de la libertad de voluntad comercial en estos claustros, mientras las universidades públicas si bien defienden su autonomía, deben rendir constantemente cuentas a la Contraloría. El país seguirá anquilosando todavía más su propio subdesarrollo, toda vez que admita la proliferación de universidades subdesarrolladas. Entonces la tendencia dominante (51 “universidades” privadas y sólo 5 universidades públicas) es contar con universidades de Tercer Mundo.
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