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¿Pensar desde nuestra tierra?

Hoy, aseveraciones como las de J. Larraín, en las que propone que la modernidad inyecta por vez primera cierta conciencia, nos obliga a adquirir una postura de rechazo, porque en América Latina, y en otros lugares, esa conciencia puede ser mero instrumento de quienes proponen que la modernidad, surgida a partir de la industrialización y posterior tecnificación, no deje lugar más que aquella que apela por la razón instrumental para incrementar la productividad como único medio para potenciar lo bueno para la humanidad.

Hoy, aseveraciones como las de J. Larraín, en las que propone que la modernidad inyecta por vez primera cierta conciencia, nos obliga a adquirir una postura de rechazo, porque en América Latina, y en otros lugares, esa conciencia puede ser mero instrumento de quienes proponen que la modernidad, surgida a partir de la industrialización y posterior tecnificación, no deje lugar más que aquella que apela por la razón instrumental para incrementar la productividad como único medio para potenciar lo bueno para la humanidad.
También puede tratarse de una conciencia que apenas se encuentra en ciernes de interpretación sobre lo que acontece. O puede tratarse de una conciencia fundada en supuestos distintos (religiosos, étnicos) que le haya precedido a la que acompaña a la modernidad. Tal vez no se pueda defender la sistematicidad, pero la práctica reflexiva ocupa al hombre desde hace mucho tiempo.
La modernidad como abandono de las prácticas religiosas para explicar el mundo aporta una nueva interpretación, el misterio de las causas se desdibuja, pero ello no puede llevarnos al desvarío de afirmar que antes de esa experiencia no hubiese, como se dijo, una práctica reflexiva. Una conciencia equivocada, quizá, pero, la explicación de las cosas, siempre ha sido objeto de nuestra curiosidad. En lo que sí nos adherimos es a la afirmación de que la modernidad es un fenómeno complejo y multidimensional del que, agregamos, no es posible escapar con un posicionamiento postmoderno o censurante, sin más, de los efectos de la modernidad. No sin razón los tardomodernistas aluden que el nexo con lo anterior no puede romperse totalmente. Esto acarrearía el mismo yerro en el que incurrió la modernidad cuando enarboló la bandera de la razón instrumental sin  apuro en reconocer que hacen falta otras herramientas. Entonces, queda por ensayar otras alternativas, pero sin desandar el camino andado en todo aquello que implique un acierto. Poner el acento en las libertades económicas por encima de otro tipo de valores,  necesariamente va a atraer el conflicto y la consecuente autodestrucción del modelo, cosa que se destierra como presupuesto de cavilación de la modernidad. Allí también parece acertado identificar la modernidad como una experiencia vital. En el contexto moderno pero primitivamente depredador, no pareciera existir un lugar o tiempo seguro. Todos han de estar alerta, aunque la estadística haga lo propio con las presas débiles. Los países pobres y las personas pobres, por regla, no tienen más opción que esperar a que llegue su hora, aun cuando la tierra prometida no sea su destino.
El desconsuelo, la neurosis y tantas otras manifestaciones de la frustración, son apenas algunos de los síntomas que se viven en la sociedad actual. En el caso de América Latina, el vínculo con la tierra cada vez se hace más tenue. El lugar donde vivimos cada vez es menos nuestro, es de otros, como el llano en llamas (Nos han dado la tierra) de Juan Rulfo. Estamos de ’aprestao’. La modernidad no es cosa nuestra, no somos actores en ella. La brecha de la modernidad separa a coterráneos con tan solo un ordenador. La mayoría de los latinoamericanos son desecho, mano de obra barata, mientras unos pocos se aferran a algún tenáculo tecnológico que los salve del caos que hay allá afuera. Decir “imput” ya no es una mera opción. O se está dentro o se está fuera. Así las cosas, vale preguntarse si nuestra estrategia por asirnos a nuestros “Estado Nación” en este contexto es válida o hemos de ensayar coaliciones con aquellos que guardan alguna simetría histórica. No se trata de resucitar el sueño bolivariano sin examen alguno. Se trata de que el sistema que se alimenta de nosotros, no cobre mayor fuerza con nuestra sangre hasta  que llegue a exterminarnos. Debemos reclamar ese lugar propio.
La ideología que apuesta por la modernidad, según lo que se acaba de manifestar, rompe con aquello que considera tradicional o atrasado, y América Latina, por definición es tradicional y atrasada. Así es para quien posa su mirada desde fuera, pero no es este un argumento válido para aseverar que la verdad como imperativo categórico responde a una única conciencia. En este caso aquella fundada en la creación y expansión del capitalismo como propuesta única y definitiva para alcanzar el bienestar de la humanidad. Se sabe, en todo caso, que todo sistema que no sea holístico está llamado a agotarse, y este es el caso del sistema capitalista, que no hace más que echar mano de sus instrumentos expansivos, pero a la vez aceleradores de su aniquilamiento, ya no tanto del sistema sino del planeta como un todo.
La globalización, o globalizaciones, según la afinidad conceptual que se profese, acentúa (n) el agotamiento de los sistemas políticos, sociales y ecológicos, por mencionar algunos siendo que la aceleración se acentúa en países como los nuestros que ni por asomo nos acercamos a ese subterfugio hegemónico de “países en desarrollo”.

  • Karina Aguilera Marín
  • Opinión
Capitalism
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