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Germán Hernández debuta literariamente a los 37 años, la misma edad en la se retiró Luís Antonio Marín, y en la que Walter Centeno anunció su despedida. Sin embargo, una buena edad para publicar un cuentario. Variaciones para una ficción es el título que da pie a la ópera prima de Germán Hernández, publicado por la editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
El libro contiene veinticuatro relatos divididos en dos grandes apartados. De entrada el texto que le da la bienvenida al lector es –si leemos entre líneas- la huella dactilar del concepto de esta colección de relatos. Personajes que transitan el pasillo del hastío, de la cotidianidad absorbente que hace de sus vidas –según el autor- inocuas, seres que terminaran siendo una simple cifra en un ampo de alguna oficina gubernamental.
Con el vértigo de una prosa cuidada y consciente de que el lector en estos tiempos no está para perder el tiempo en nada que no lo entretenga (por esa razón series como Mad Men arrasan en los Globos de Oro o los Intrusos o Siete Estrellas se mantienen incólumes en la televisión nacional) Germán hace de su libro debut un texto legible y fluido. La nota de contraportada de este cuentario dice: “es un ejercicio narrativo de destrucción y registros que por atroz se vuelve cotidiana, y por real adquiere matices fantásticos”. En efecto, Germán logra destruir la parsimonia de la simple observación de aquello que desfila frente a sus ojos y va más allá del detalle con un tratamiento poco usual en nuestros lares: el de un narrador misericordioso para con sus personajes.
“Introducción para los adoradores del sentido” es un título con rasgos muy marcados de cierta metafísica aplicada a la cotidianidad. Es un texto que terminada su lectura deja en el paladar del lector un sabor inquietante y le hace saber que se encuentra a puertas de un libro cuya realidad del día a día no son más que bichos amorfos que descansan en el sótano húmedo de nuestra conciencia.
En «Psychedelic Breakfast» topamos un relato que abarca una sola página, espacio suficiente para mostrar un potencial visceral cargado de humo negro; el personaje principal ni se inmuta tras un acto extraordinario para cualquiera de nosotros. Él sigue adelante con su día y sale a comprar el desayuno como si tal cosa.
«Abrir los ojos y ver» es uno de los puntos altos de la colección. Por acá Germán se asienta en su labor de narrador y de cuentista para relatarnos una historia con tintes gore, término acuñado en el cine explícito de violencia y terror que Germán con delicadeza logra maquillar a través de un lenguaje poético transformándolo así en un cuento hermoso y alegórico.
Más adelante encontramos «La Broma», un texto narrado en dos planos intercalados entre el hombre que ve y desea, y la mujer objeto del deseo. Un juego sicológico que toma matices relevantes y nos muestra esas pequeñas y secretas obsesiones que solemos experimentar en los momentos menos esperados. El zoom a esas pequeñas cosas, diría Serrat, que Hernández escudriña hasta ver su morbo de mirada aguda y punzante, satisfecho.
«Soñaba para escribir mis sueños«, explicaba Georges Perec con respecto a su libro La Cámara Oscura. Germán, a diferencia de Georges Perec, escribe sus pesadillas y no solo las escribe sino que las vive, las respira, las mastica y las vomita. «En Anestesia» nos presenta entonces otro juego alegórico, donde lleva al personaje principal a rozar situaciones límites pero nunca hasta ahí, sin cruzar al sufrimiento mismo. Se presenta como un Dios del Antiguo Testamento que enseña el fruto prohibido pero no permite tocarlo. Aquí lo importante no es la historia como tal sino la afrenta que nos pone en frente Germán y resolver el cómo actuaríamos en situaciones como esta donde no hay dónde ir, y solo queda sobrevivir.
Muchos de los relatos de la primera parte son bastante económicos y es ahí cuando Augusto Monterroso aflora completamente entre las líneas de Germán. Por ejemplo, «Principio de realidad», «Los invisibles», e «Intuición» son muestra de ello. No obstante el modo de hacer literatura por parte de Germán, en su bagaje de lector que al final de cuentas se transforma en eso que se llama odiosamente, “influencia”, se lograr percibir en este libro no solo la mano de de Monterroso, sino también de autores como Juan José Arreola, Raymond Carver y Anton Chejov. Todos ellos al igual que Germán tienen esa brevedad del lenguaje y esa capacidad de encapsular el tiempo y la realidad para parirles en un solo párrafo.
A partir del segundo apartado (titulado Variaciones de un tema de Maigret) el cuento propiamente dicho se transforma y le da paso a estampas narradas polifónicamente; acá no hay personajes, no hay tramas y si los hay la propuesta no es tanto por ellos sino como un mecanismo de adivinanza en el caldero de la experimentación.
Esta segunda parte es un homenaje al escritor franco-belga Georges Simenon y su personaje el detective Maigret. De alguna forma Germán Hernández se encarna en el papel del detective Maigret y empieza esa búsqueda dentro de su propia obra, el detective/escritor que se consume en un delito que no se cometió. De ahí viene quizá la mayor variación del Maigret que deja las calles europeas y transita por los callejones hediondos de San José.
La primera historia es de una periodista y un crimen y de cómo ese crimen puede variar producto del cristal con el que se mire. Germán bautizó estas experimentaciones con el título que da pie en parte, al nombre del cuentario: Variaciones I, II, III y IV. Luego de las variaciones Germán continúa en esa búsqueda experimental como quien quiere encontrar un delito, un asesinato, un crimen. Los restantes textos que componen las Variaciones son estampas narradas a manera de ópera, que no obstante terminan distrayendo al lector. Germán logra entonces que su primer obra se mantenga en la balanza entre un libro de cuentos y un experimento narrativo.
Aún así nos queda el antojo de nuevas historias que estén más a la altura de su prosa, ya que en esa tendencia de renovación, de experimentación, de búsqueda del delito como Maigret, este libro pierde potencia e ingresa en arenas movedizas. Variaciones para una ficción viene a engrosar la obra de esa camada de jóvenes prosistas que poco a poco viene haciendo ebullición, pidiendo un cambio generacional y buscando las grietas de luz para mostrarse, para que los lean y para abrirse paso ante tanto poeta. Germán refuerza con este libro a ese grupo, cada vez más grande que hace la presión para tumbar esa puerta y buscar nuevos lectores.
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