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América Latina para los centros capitalistas sin domicilio preciso, es un enorme atractivo, no así su población que se considera sobrante. No en vano, se sostiene que se evidencia un agotamiento del sistema. Esa premisa ha motivado a muchos latinoamericanos a elegir la migración como alternativa de vida, o para ser más precisa, alternativa contra la muerte. En los confines de nuestra América, son pocos los que gozan de cierta seguridad dentro del suelo capitalista, los demás, aún dentro de nuestros propios países se constituyen en población desecho.
En el caso de Nicaragua, sobre la que llamo la atención por su cercanía, la expulsión por las precarias condiciones de sus habitantes, es una práctica automática. Costa Rica, país de destino, como corresponde con la migración no deseada se apresta a acogerlos para explotarlos, pero a su vez para excluirlos por pertenecer a un origen distinto e “inferior”. La mundialización, así, no proporciona políticas públicas que integren a la población migrante. La explotación para realizar trabajos mal pagados es la única forma de incorporación que se conoce.
La mundialización exige mano de obra no calificada en paraísos fiscales y poco control sobre los derechos sociales y económicos de las poblaciones vulnerables. La expulsión sistemática de los habitantes de un país a otro no sólo es síntoma de las nefastas secuelas de la que es presa ese país de origen donde milita el capitalismo depredador, sino de la incapacidad y el desinterés por propiciar condiciones para que no ocurra el desarraigo.No se trata de una exclusión por razones de etnia, se trata de un repudio por razones de orden socioeconómico. El pobre es un no humano, como en reiteradas ocasiones lo ha sostenido Helio Gallardo cuando diserta sobre estos temas, sin importar de dónde venga o a dónde se dirija. La migración de los pobres, por tanto, no supone para el sistema capitalista un tópico contenible o que se pueda mitigar, es una mera consecuencia natural darwiniana.
Contrario a lo que se sostiene desde la mirada capitalista per se, esto constituye todo un campo temático. Acá no hay una consecuencia azarosa. La migración no deseada es efecto directo del sistema que hoy gobierna el mundo y que está lejos de asociarse con una potencia determinada. El capitalismo es ciudadano del mundo, más que cualquier otro ser humano del planeta en su lugar del origen. De tal manera que la llamada a la identidad global, que no es tal, y que es la consigna de la globalización, expresión actual del sistema imperante, llama a todos a identificarse como iguales, cuando en el fondo el conflicto persiste. Pueblos enteros son expulsados de sus propias naciones a encontrarse monstruosamente asimétricos en naciones disímiles. Incluidos en el sistema económico como caldo de cultivo para la explotación, pero rechazados como seres humanos en su condición de respetable alteridad.
Es por eso que llama la atención de quien escribe, que el latinoamericano no se haya reconocido en su condición de tal, y que pese a los distintos síntomas que arroja la modernidad no se sume en una lucha por la supervivencia, no como leña para atizar el sistema, sino como sujeto capaz de defender su identidad y su derecho a habitar dignamente en un lugar que le pertenece.
No pretende este artículo de opinión agotar el tema, sino, por el contrario, abrir un foro de permanente discusión. Pensar desde nuestra tierra implica plantearnos no sólo los tópicos que nos aquejan sino determinar nuestra posición frente a los fenómenos sociales a los que asistimos como incitadores por el sólo hecho de nuestra desidia.
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