Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
(A Belisario Agüero, a cinco años de su partida, Playa Órganos, Paquera)
Hace cinco años se murió el “Beli”, aquel viejo colmilludo que fue el alma de playa Órganos de Paquera, cantando “La Puerta Negra”, “El pata rajada” y todas las canciones de Julio Jaramillo, siempre con un “gallo” atravesado en el pescuezo, y un aliento a guaro y a cigarro que atarantaba a las mismísimas sirenas, y en las noches más negras, entreteniéndonos con historias de espantos y aparecidos bajo la pálida luz de una canfinera.
Belisario llegó con su Rosa a playa Órganos cuando aquello eran unos andurriales de charrales y cascabeles, y a punta de machete le abrieron un espacio al Sol, para que se tendiera a pata cruzada sobre la arena; levantaron un rancho con horcones de mangle, apelmazaron el piso de tierra, armaron, una tijereta y la aderezaron con las delicias del amor y en un rincón oscuro, levantaron un fogón pispireto y bullanguero, donde aquella india de la costa me enseñó a palmear las primeras tortillas en el aire.
Las conocí hace más de treinta años, cuando ya habían crecido los almendros que ellos mismos plantaron y una sombra de esbeltos cocoteros abrazaba con su frescura la calidez del rancho. Verano tras verano inauguramos navidades, fines y principios de año, en algarabía de guitarras y de guaros –cualquier fecha era un pretexto para el jolgorio– encendimos mil veces aquel fogón de leña, por el que desfilaron cajetas, chicharrones, frituras de pescado, almejas y las ostras, en bacanal salobre… poco a poco se han ido deshojando los años, llevados en alas de norteras y lunas, y con ellos también partieron para siempre Belisario Agüero y la inolvidable india Rosa. Podría continuar con esta descripción de lo que hasta hace pocos años fue la Costa Rica Costera, de sencilla amistad y transcurrir tranquilo, en la que cualquiera llegaba con su tienda de campaña a casi cualquier playa y disfrutaba sin sobresaltos ni permiso de nadie, de sus cortas o largas vacaciones, cuando los accesos no tenían los amenazantes rótulos de “propiedad privada” o “se prohíbe el paso”. Era el tiempo cuando los ticos, sin necesidad de ser propietarios, éramos dueños de nuestro paradisíaco país, aunque fuese por ratitos, cuando existía la posibilidad de recorrer a nuestras anchas la maravillosa geografía de nuestra patria. Hace cinco años se nos fue Belisario, con los brazos abiertos, para abrazar a su Rosa, aquella india inmensa de tierno desparpajo, que había muerto años atrás; y estoy seguro que se murió requetemuerto; ¡pero de risa!, porque de fijo, ella lo estará esperando en el cielo con una bacinilla de miados – como a menudo lo hacía – y reclamándole:
-¿Borracho; ¿por qué tardaste tanto en llegar! Y él ¿feliz! De sentirse resucitado de nuevo con el olor de su sexo.
Hace cinco años se marchó Belisario –Belizoncho, le decíamos-; como si al morir se llevara el susurro del mar en los almendros. ¿Quién encenderá los besos de una fogata en la noche? ¿Quién le dará la bienvenida a todos los urgidos de paz que llegábamos a buscarlo, en esta única playa paquereña que por ahora nos queda, en medio de la sedienta voracidad de los dólares, con la que se compran playas y conciencias…
Encender el fogón de leña con el primer rayo del Sol, en aquel rancho con piso de arena, sin puertas y con el techo destartalado.
¡Eso fue para mí durante muchos años, el verdadero sentido de vacacionar! Empaparse con los aguaceros, cruzar a nado el estero, tumbarse en la arena a extasiarse con las estrellas – con la ausencia total de luz eléctrica -.
¿Cómo les contaré a mis nietos, ese insustituible contacto con “Natura”, cuando en Costa Rica, solo existan hoteles 5 estrellas colmados de “diversión artificial”?
¡Te extrañaré, mi viejo! Porque fuiste el último vestigio de lo que alguna vez fuimos en esta pueblerina aldea de almas sencillas, antes de que –sin darnos cuenta– nos ahogue la fulminante codicia del dinero.
¡Descansa en paz, mi viejo; llevate mi abrazo; para siempre!
Este documento no posee notas.