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Un tsunami de alcance global está arrasando con la añeja estructura de poder político y económico. Se conmueven los cimientos del capitalismo neoliberal en todo el mundo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) reconoce públicamente lo que ya era una “muerte anunciada”: el “Consenso de Washington” ha fracasado. La copa se hizo más grande y nunca derramó lo suficiente para suplir las necesidades humanas básicas. Con los sobros que caen de la mesa no es posible alimentar a tanta gente.
Un nuevo sujeto político-cultural ha irrumpido en el escenario mundial. Es la ciudadanía de a pie, que recoge el espíritu de las danzas de libertad con las que los pueblos originarios celebraban las victorias frente a sistemas opresores. Con danzas celebraron los indígenas de Talamanca, en la rebelión de 1619 dirigida por el cacique Juan Cerrabá, el rescate de los huesos de sus ancestros que habían sido enterrados en la iglesia -una forma de despojo de poder simbólico utilizado por los conquistadores para someterlos-; así lo consigna el cronista: “(…) y los caiques y capitanes se huyeron por los altos de los cerros de aquella tierra y decían palabras libertadas con acciones feas” (Fernández, B. León. Colección de documentos para la historia de Costa Rica. Tomo VIII, 151).
Emulando aquellas gestas, la única arma de la nueva ciudadanía son sus cuerpos: caminantes, danzantes, hablantes y atrapados por la magia de la utopía y el sueño de construir sociedades inclusivas y más justas. El poder asume el rostro anónimo de una ciudadanía que resiste y lucha en formas no violentas, dispuesta a jugarse la vida, para abrir nuevos senderos. Para algunos, estas manifestaciones ciudadanas son flor de un día. Para los “indignados” del mundo entero es la hora de la esperanza: sí, “un mundo mejor es posible”.
¿Cuál es el contenido de esta aspiración libertaria que se expresa simbólicamente, con toda su fuerza, en los cuerpos danzantes en las calles y plazas públicas?
En primer lugar, se trata de una invitación a sentarse a la mesa del diálogo, para buscar las mejores soluciones a problemas tan serios como la concentración del poder, las desigualdades sociales y económicas, los altos índices de desempleo y el desmejoramiento de la calidad de los servicios que ofrecía un Estado Social de Derecho, diezmado por los promotores de una economía mercadocéntrica.
En segundo lugar, las demandas anteriores implican, fundamentalmente, el desafío de levantar los cimientos de una democracia real, que devuelva el poder a la ciudadanía, para dignificar la acción política.
Y, en tercer lugar, esta danza ciudadana por la libertad, se inspira en una “utopía”, que no se traduce en ningún “reino en este mundo”. Atrás quedaron las promesas de eternidades paradisíacas. Hoy la aspiración es más modesta y menos ambiciosa: el derecho de toda persona a buscar su propia felicidad, contando con un piso de necesidades básicas satisfechas.
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