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No sé sí sentir pena ajena, dar explicaciones a la gente sobre la sumisión en que caímos como país o avergonzarme ante la colectividad nacional, que por varios años pagó impuestos para que algunos de nosotros concluyéramos alguna carrera universitaria. Pagaron para que mi querida Universidad de Costa Rica nos enseñara a investigar, a discernir, a comprender que el comunicador es un “espécimen” raro cuando hablan de la “verdad”.
Y es que vi en los noticieros televisivos cómo algunos colegas confirmaron un secreto a voces y que en el nivel de hipótesis resultaba bastante evidente, en relación con el asesinato doloso de Johel Araya en las celdas de La Reforma.. No conocí al tal “rey de la fugas”, pero era “vox populi” su asesinato, porque así lo habían denunciado la hoy víctima y su familia, pues decían que lo torturaban y lo amenazaban con “echárselo” por quienes, supuestamente, cuidaban de él y cumplían con la ley.
Se trataba, salvo mejor criterio, de confirmar las hipótesis de trabajo mediante sencillos recursos como la entrevista, la historia penitenciaria del país, el contexto en que se desarrolla la frustrada fuga del pasado 11 de mayo. En fin, nada extraordinario para un periodista con algo de autonomía.
Recordemos que en ocasión de los llamados hechos terroristas atribuidos al grupo La Familia -la noche del 12 de junio de 1981, la Policía capturó a la miembro más famosa de la banda: Viviana Gallardo- encarcelaron a esta estudiante universitaria que fue ametrallada luego por un tal “cabo” Bolaños. Fue asesinada en medio de un estado de conmoción nacional creado, principalmente, por la policía que, como hoy, contaron con un séquito de colegas utilizado como caja de resonancia. No digo que la prensa tiene que guardar silencio frente a estos hechos noticiosos; digo que independientemente de la óptica oficialista, la seriedad de los periodistas radica en su independencia de criterio para buscar el “porqué” de los sucesos, por encima del discurso oficial y la coyuntura del “qué”.
Me queda la sensación que algunos colegas creyeron que por ser Araya presidiario, o la familia de él parcial en el asunto, no merecían ningún crédito, aunque sus quejas implicaban una posible violación del Pacto de San José y corrupción penitenciaria, máxime cuando, algunos de ellos, se han ocupado hasta la saciedad de este último fenómeno social. Recuerdo además que pocas horas después del intento de fuga, nuestra presidenta, doña Laura Chinchilla, legitimó lo que supuestamente sucedía en La Reforma. Palabras más, palabras menos, recordó que los quejosos de maltratos no estaban en un hotel, sino en una cárcel.
No obstante este ambiente de sumisión generalizado, una resolución dictada el pasado dieciocho de mayo por la Sala Constitucional, reitera el compromiso con la defensa de los derechos humanos, por encima del discurso policial al que nos quieren acostumbrar algunos “cabos” y criminólogos; y a la vez, me causa pesimismo.
Comprendo que el escenario de la guerra contra la delincuencia está concebido entre los “muchachos malos” y “los buenos” que, obviamente, todos sabemos dónde están estos últimos, aunque algunos de ellos se pasan a menudo al otro bando. Entiendo además el impacto “promocional” que implica el protocolo de botar puertas y esposar con las manos hacia atrás a mujeres, maleantillos de poca monta o narcos pesos pesados, cuando hay cámaras al frente. Por eso comparto plenamente la resolución de la Sala Constitucional: que esposar “convencionalmente hacia atrás” al sospechoso por nueve horas no va muy de acuerdo con el estado de derecho.
Pesimismo porque esto molestó a un sector de “los buenos”, que consideró que el juzgador del “malo” (el juez ordenó remover las esposas al preso, luego de nueve horas con las manos hacia atrás), se “estaba extralimitando en sus funciones”. Surge la pregunta si el camino que estamos transitando, de una guerra no declarada entre “buenos” y “malos” garantizará el estado de derecho, o en pocos años todos tararearemos el poema de Bertolt Brecht: Primero se llevaron a los negros, pero a mí no me importó porque yo no era. Enseguida se llevaron a los judíos, pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era. Después detuvieron a los curas pero como yo no soy religioso tampoco me importó. Luego apresaron a unos comunistas, pero como yo no soy comunista, tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde.
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