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Pobre de él, porque es difícil luchar contra el terco criterio de los más ciegos de sí mismos. La vanidad no juega fútbol. El entrenador tiene que luchar contra la falta de preparación deportiva y contra el empedernido criterio de quienes se estiman jugadores profesionales de alto vuelto, de nivel internacional: por eso, estos jugadores son capaces de golear catorce por cero a Alemania y a Estados Unidos en cada juego y en cada juego sumar siete goles más al gane anterior con el mismo equipo.
El autoengaño y endiosamiento que padecen los jugadores costarricenses de fútbol superior, no sólo es notable: es deprimente. Un entrenador tiene todo el derecho del mundo a exigir de sus jugadores la entrega total, partirse por una camiseta, forzarlos y esforzarlos a todo nivel, en toda condición, ambiente y posibilidad.
Los jugadores de fútbol costarricense no pueden dar una talla internacional cuando incluso internacionalmente son sancionados por falta de disciplina en sus entrenamientos y en sus conductas deportivas y personales. No se puede armar una verdadera selección de fútbol cuando no se está a la altura de las circunstancias, porque los jugadores viven en sus circunstancias imaginarias, reforzando sus egos imaginarios, según los cuales ya no sólo “las girls” costarricenses convulsionan de euforia ante sus nombres, sino que se desmayan incontenibles al verlos por la tele o dar con ellos en algún supermercado. No puede haber un verdadero jugador de fútbol cuando tal se considera que debe cuidar su “belleza estética” y “look encantador”.
Admiro al señor La Volpe, admiro mucho al señor Hernández Fuertes, el señor Guimaraes me parece inteligente y en ascenso. De los tres admiro que lucharon y luchan por hacer del fútbol costarricense algo superior. El problema es que la mediocridad YA se estima superior. Un jugador de fútbol jamás puede suponer que ya está suficientemente entrenado, jamás puede arrojar todo el destino de la institución o del país que representa, por la facilidad de omitir su asistencia, entrega y dedicación a los entrenamientos; tampoco puede escabullirse para deteriorar su salud y su imagen pública en actos propios de no deportistas.
La Volpe no sólo debe intentar formar un ejército disciplinado de futbolistas. Como si esto ya no fuera poco, también debe aplacar díscolos pensamientos, creencias delirantes e inmaduras (que son peligrosas porque desde ellas se vive) y autoengaños alimentados por el hecho de haber confundido la responsabilidad con la imagen precaria de la fama, fama frágil y vaporosa de quienes se estiman no perfectibles porque son perfectos, y sí autónomos, divinos, guapos, irresistibles, ricos y famosos.
Pobre del entrenador. Y si sólo tuviera que soportar esto. Pero no, está la prensa con sus peculiaridades y su mando subrepticio; están los patrocinadores que imaginan que un comercial es el que juega; están los dirigentes deportivos de clubes, que creen que los jugadores no son los responsables en el campo de juego de sus tonterías y falta de preparación y habilidad para enfrentarse a todo en el decurso de un partido, sin importar la situación. Los jugadores, como el fútbol costarricense, deben madurar. Las imaginaciones y los egos inflados por el imaginario no van a ganar jamás ante Selecciones de Fútbol que consideran que en un partido de fútbol se juega la misma vida y el honor. No se juega fútbol cuando se puede alegar que Dios nos bendijo, que el árbitro está comprado o ciego, que la lluvia empapó el campo e hizo pesada la pelota, o que el viento no estaba a favor. Las excusas son para los niños, enseñaron los moros…
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