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El roce casual con el otro nos lleva a rozar su mundo. Por ello el encuentro entre distintos sujetos no puede ser sino un excitante transitar furtivo. Somos tránsfugas que burlan con su encuentro fronteras identitarias compuestas por valoraciones e interpretaciones diversas.
La diversidad de los otros nos lleva a trascender la rutina del nosotros. Enfrentado a lo que le es incomprensible, nuestro espíritu no puede refugiarse en sí mismo, pues ha perdido la coherencia de sus certidumbres.
Acorralado por lo que no puede evadir, se abre a nueva forma de comprensibilidad que se expande más allá de las regiones de lo que le es seguro. Escapando al profundo aturdimiento que engendra lo inusitado, asocia aleatoriamente significados emergentes a realidades inusitadas. Los espacios de encuentro casual tienden así a ser más que lugares de roce fortuito.
Pasan ahora a ser momentos de aceptación de las diferencias. Por ello en las comunidades diferenciadas, las colectividades, la resistencia adquiere la forma de pasión orgullosa. Ahí donde la resistencia de unos engendro su subsistencia al disimulo, se ha dado cabida a la coexistencia de todos.
El sujeto desemboca en un productor de nuevas prácticas y expectativas colectivas descentralizadas, se constituyen de este modo nuevas contra normatividades y afirmaciones magníficas de la diversidad humana. Sólo en condición de actor el ser humano logra liberarse y consolidar un nuevo tipo de libertad, logra democratizar la vivencia diaria, logra incorporar la diversidad como criterio fundante de un nuevo significado de la tolerancia, configurando un tipo distinto de sociedad y sociabilidad, una sociedad democratizada constituyente de un mundo diversificado.
La diversidad como realidad humana no puede incluirse, sino incorporarse. El otro no puede reivindicarse con el simple placebo de recibir derechos, pues al recibirlos se le están restan aquellos aspectos de su multidimensionalidad que no son institucionalizables. Incluir sin incorporar es solamente excluir simbólicamente, esto es lo que hemos hecho, por tantos años, con los homosexuales, los emigrantes e indígenas. Sólo en la unidad de lo diverso habita lo humano. Sólo en la fragmentación del mundo es posible repensar su verdadera unidad.
Nuevos tipos de nosotros han irrumpido en el mundo y lo han diversificado. Éstos no son reducibles a categorías tradicionales, pues sus definiciones identitarias han surgido de respuestas novedosas a la exclusión física y denigración simbólica. Los nuevos sujetos son producto de su propia resistencia, no de su reivindicación jurídica. Ni el homosexual, ni el inmigrante, ni el indígena, ni ningún otro de nuevos nosotros requiere que en su auxilio venga un Mesías libertador.
La psicología que sustenta el liderazgo desaparece cuando las condiciones que hacen necesario a un líder, no desembocan en depositar la confianza en alguno para que encause las diversas voluntades, sino en confiar en sí mismos como sinergia promotora de la afirmación de nuevas y distintas posibilidades.
Hay así un alcance novedoso y liberador en las actuales fracturas de la rutina que limitaban la cotidianidad a interacciones centralizadas por significados excluyentes e invisibilizadores de lo diverso. En su fragmentación, los diversos lugares y momentos son colonizados por actores que los constituyen.
La sociedad civil se descentra no como resultado de un proyecto, sino como una lateralidad de vivencias que se autovalidan y consolidan como prácticas identitarias que no se refugian en imposturas, ni requieren de justificación alguna para ser disfrutadas. La fragmentación de la cotidianidad da lugar a la gestación de una alternatividad descentralizada, postcapitalista que se gestiona dentro de colectividades como modos de ser y pensar identitarios particulares. Esa alternatividad no constituye un proyecto institucionalizado, no aspira a desplazar los significados superestructurales existentes con nuevas formas de ser pensar y actuar que sean prerrogativas de todo ser humano, solamente aspira a lograr el encuentro de los diferenciados fuera de aquellos viejos refugios que constituían antros de simulación, ya fueran esos subterráneos o desterritorializados…bares de homosexuales, o parques de iglesias colonizados por emigrantes.
No es por los derechos de los sujetos, sino por los alcances de la resistencia de los actores, que se provoca una nueva época de humanismo en el que se consolida lo humano por medio de la incorporación de lo diverso. La resignificación no crea nueva realidades, sino valoraciones, redefine los impactos, las cotidianidades, las posibilidades valorativas del mundo, provocando así un modo diverso de constitución de realidades históricas. La multiplicidad de experiencias que constituyen nuestra cotidianidad se enriquecen con el encuentro y el reconocimiento lo diverso como su contenido más humano y por ello más bello.
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