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“Dorian Gray”, y 12 películas más

No había vuelto a escribir, desde que me  enlazó “La cinta blanca”, debido a problemas de salud. Más adelante voy a compartir reflexiones sobre ese encuentro con la muerte, con la que ahora estoy trenzado en una partida de ajedrez, como el protagonista de “El sétimo sello”.

No había vuelto a escribir, desde que me  enlazó “La cinta blanca”, debido a problemas de salud. Más adelante voy a compartir reflexiones sobre ese encuentro con la muerte, con la que ahora estoy trenzado en una partida de ajedrez, como el protagonista de “El sétimo sello”.
La Garbo exhibe “El cuerno de la abundancia”, que ya había recomendado luego de verla en La Habana. Coincido en que “El compromiso” es el filme que más aprecio en la extensa trayectoria de Ó. Castillo, y las  conversaciones de nostalgia revolucionaria entre R. Pagura y R. Durán –buenos actores- fue lo que más me conmovió.
Les ofrezco breves comentarios de otros filmes que logré ver, a medio camino entre clínicas y hospitales. Como la fogosa e interesante “Agentes del destino”, con el siempre empático M. Damon (que me recordó “El origen” por sus devaneos religiosos  existenciales). La terrible “Biutiful”, que me dejó seco de tanto dolor, con un J. Bardem extraordinario, como siempre. Y los entretenimientos hollywoodenses, tan predecibles como los parques de diversiones donde reina la tecnología: “Tron”, al que K. Branagh dota de cierta textura dramática (intriga shakesperiana casi); “X Men”, cuya precuela me sedujo bastante, a más de identificarme de lleno con Charles Xavier; “Piratas del Caribe”, algo tediosa, pero que me despertó simpatía, en memoria de mis voraces lecturas de R. L. Stevenson; la juguetona y reiterada “Cars”; y los impresionantes avances del último “Transformers”, que sospecho será tan vana como las anteriores.
“El retrato de Dorian Gray” fue eje de sabrosas discusiones de sobremesa en mi hogar, no por el homoerotismo de O. Wilde, visto de soslayo, sino por el mito fáustico. La conciencia de finitud, como la escasez de la economía, nos hacen saber que todo tiene consecuencias, que hay un costo de oportunidad, que cada acción conlleva una responsabilidad de la que no se puede huir. Por eso, las ancestrales aspiraciones a la inmortalidad, o a su versión más práctica, a una juventud y belleza prolongadas, ojalá indefinidamente, entrañan el pagar un precio altísimo, el “vender el alma al diablo” (al mal). El capo mafioso lo dice en la secuencia climática de “El turista” (en Venecia), cuando se refiere a lo que entregó a cambio de tener todo lo que tiene.
Dorian Gray encuentra el amor con la chica del teatro, pero sucumbe, entre la inocencia, la curiosidad y la falta de rumbo, a las tentaciones mundanas que predica, y no tanto practica su mentor (notable C. Firth). Me interesó mucho este filme de estilo muy británico, y no me incomodaron mayor cosa las escenas gore (sanguinolentas), pese a lo delicado que soy para eso. Es cierto que el protagonista, B. Barnes, muy bien casteado en lo físico, carece de matices suficientes para enriquecer su ruta hedonista y malévola, donde la creciente imbricación entre Eros y Tánatos me pareció muy sugestiva. Su libertinaje sexual, que desconoce al otro como sujeto, es cada vez más necrófilo; esa posesión erótica es creciente expresión de poder. Y como bien subraya E. Fromm, el poder es el poder de dar muerte.
El relato original, que usa el espejo del retrato que envejece y se vuelve decrépito para que el ser humano conserve su lozanía es genial y una metáfora tan apropiada como inquietante. Una imagen de revés que nos da la verdadera, un secreto oculto, como en las fobias. No omito citar el poder purificador del fuego, y su simbología fálica, en la batalla final de Grey, no con los otros, sino consigo mismo.
Y, aplaudo, ciertamente, la apología del amor que resulta esta narración, obra de un escritor reputado de cínico, máscara, quizá, de alguien dispuesto a amar, en una sociedad opresora, no tan distinta de la nuestra, donde todavía el miedo y la ignorancia, y frecuentemente, el odio a sí mismo, mantienen vigentes horrores como los que denuncia el académico I. Molina (acoso homofóbico en esta, nuestra UCR). Lucem aspicio.

  • Gabriel González Vega 
  • Cultura
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