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Caminata

Sos un país ondulante que se diría de seda si no fuera por su calidez. Sólo con un cristal de gran aumento sería posible distinguir en la piel miríadas de flores blancas, pero de un blancor tamizado por una sangre enardecida.

Sos un país ondulante que se diría de seda si no fuera por su calidez. Sólo con un cristal de gran aumento sería posible distinguir en la piel miríadas de flores blancas, pero de un blancor tamizado por una sangre enardecida.
Dos capullos de grandes a pequeños, simétricos, coronan la estabilidad del cuerpo y la belleza de los pies.
Avanzo por tus jardines. Los tobillos, las piernas, las rodillas; y los muslos tibios, suaves, que convidan al beso, se unen más allá, hacia el Norte, donde se columbra un huerto de zarcillos dorados. Me acerco. Pero… ¡es una floresta intrincada! Hay un aroma a cereales: ¿avena, cebada, trigo? Si no se trata de una vid, ¿por qué es tan embriagador?
Entro en tu bosque. Y en la profundidad de la vegetación de oro descubro una oquedad rósea, húmeda, como una bivalva de los mares primitivos. La comarca que encierra esta flor de carne es también rosada y encierra otros deliciosos misterios. Entre ellos una pequeña campánula que, al tañerla o al besarla, desata una tempestad en el país de la mujer que sos, amada.
En el centro del cuerpo, el ombligo. Aquí no hay humedad, pero es posible mojarlo haciendo descender hasta el fondo la lengua, cuya punta se siente rodeada por las laderas del pequeño abismo.
Continúo explorando tus territorios. Más allá de una pradera, dos colinas laureadas por dos botones, dos yemas de rosas en espera de las yemas de mis dedos. Los rozo tenuemente. ¡Qué maravilla! Me detengo para que los ojos vean y el tacto sienta. Luego me inclino y las cubro en con mi boca. Y entonces percibo que comienzan a erguirse:… botones abriéndose en seis o siete segundos…
Prosigo mi aventura hacia el Norte. Las clavículas forman unas serranías que indican el Este y el Oeste de aquellas regiones, de donde emergen los brazos, cuya latitud es posible recorrer hasta un vínculo de diez dedos entrelazados como organismos prehistóricos…
…Y regreso a nuestra época para introducir las manos en una cabellera fragante y en la que bajo su suelo vive un celular milagro: el cerebro, que agita corpúsculos de luz para dar vida a un prodigioso firmamento de mujer.
Me inclino para observar atento el rostro querido y escuchar en él la brisa del verano. La frente pura, y bajo ella dos arcos escarzanos de bronce perfectamente armoniosos con los iris azules. Luego la nariz de suaves líneas y después la boca, de labios que tan bien saben hablar de amor… y besar.
 
Te solicito dejarme caminar más regiones.
La patria que amo se da vuelta en magnífico cataclismo y un nuevo panorama se extiende ante mi asombro.
Rozo son el aliento la dulce nuca y percibo un temblor, eco geológico tal vez de la conmoción reciente. Desciendo luego hacia el Sur para recorrer otra seductora comarca.
Por el meridiano central de la espalda baja la hondonada de un río. Al tocarla con la boca, aguas invisibles la llenan de una respuesta sorprendente. Me demoro aquí. Siento el sueño que aparece al llegar a la orilla de un torrente después de una larga caminata. Pero debo seguir mi viaje hacia regiones australes.
Me levanto y distingo a cierta distancia dos collados gemelos de perfecta curvatura, más amplia que la de las colinas ya visitadas. A sus lados, las superficies se deslizan hacia las caderas. En el centro, se unen en un desfiladero que protege un valle alargado, cálido adorable.
Las cumbres me invitan a reclinar la cabeza. Las mejillas y las sienes descansan en redondeces delicadísimas. La piel es fresca… creo sentir el ritmo… el ritmo de la sangre… Ahora sí, mis ojos se cierran inevitablemente… Caigo en un sueño como jamás ninguno fue tan deleitoso… ¿Por cuánto tiempo? Nunca lo sabré. Pero al despertar, hice lo que mi alma ordenaba: recorrer con la boca aquellas cimas.
Desciendo y encuentro las veredas posteriores de los muslos. Más emociones táctiles a lo largo de las magníficas columnas de enloquecedora carnalidad.
Después, más al Sur, detrás de las rodillas, con pétalos de flor humana, me detengo de nuevo obligado por el paisaje… (Este país está hecho para ser besado con los ojos y contemplado con los labios).
 
Me esperan las pantorrillas, que cuando estás de pie inician tu natural arquitectura. Las recorro con las manos sintiendo la disminución de las formas; y de nuevo las graciosas prominencias de los tobillos, muy orgullosos de enmarcar los globitos que encuentro al final de mi viaje: tus talones.
 
¿Una travesía que nunca olvidaré?
¡No! Una aventura que deseo repetir…

  • Carlos Salazar Ramírez
  • Los Libros
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