Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
Reza un viejo refrán popular que: “lo peor de la argolla es no estar en ella” y quizás de manera jocosa, nos advierte los peligros que se corren, al dedicarnos a ciertos menesteres en nuestra sociedad. Pero es quizás en la política, en donde fielmente se da la circunstancia de que: la educación, la buena preparación, el esfuerzo y la meritocracia suelen muchas veces tener muy poca o ninguna importancia, si no se es parte de una argolla.
Esta por lo general está muy bien ejemplificada, en los partidos políticos tradicionales, muy acostumbrados a promover a los amigos de los amigos de los amigos, el famoso clientelismo, y a seguir unas líneas de acción, impuestas casi siempre por manos “invisibles”, que todo el mundo sabe por lo general, muy bien de quien o quienes se trata.
No tener la bendición de ciertos personajes es casi la muerte política, y las aspiraciones de muchos tienden a ceder e ir necesariamente en función de lo que estos ilustrados decidan. Quien se rebela sentirá todo el peso de la maquinaria, y de seguro, lo pagara caro. Lo vemos en la elección no pocas veces caprichosa de los hombres y mujeres que nos representan, en el nombramiento de los puestos de confianza en donde algunos impresentables llegan derechito al poder, en el tráfico de influencias para acceder a puestos importantes en el nivel internacional, en la promoción de familiares en puestos relevantes, o en el acomodamiento de leyes y reglamentos ante el más mínimo estornudo de ciertos grupos de poder.
Esta argolla no duda en poner las manos al fuego; por contratos o negocios que avergüenzan y perjudican a las arcas del Estado, generando inconveniencias a miles de ciudadanos, pero que no hacen perder un colón a ningún concesionario, ya que finalmente, nunca se sabrá ¡cómo se firmaron! La vemos en la elección de ministros y ministras que ayer en la empresa privada creían inviables ciertas cosas, pero ya del lado del Estado, las avalan y aprueban sin inmutarse. Un círculo cerrado en donde no entra cualquiera, porque las lealtades se desarrollan a través de pactos ocultos, en donde si se infiltra cualquier forma diferente de pensar o actuar, inmediatamente se le excluye, margina y falsamente se le descalifica, y destruye.
En otras latitudes hasta poderosísimos “medios de comunicación” sirven fiel y servilmente a sus intereses, demostrando su: “objetividad, independencia e imparcialidad”. Lamentablemente, en esto se está convirtiendo o ya se convirtió gran parte de la política nacional, y prueba de ello son los escándalos de corrupción recientes en estrados judiciales, donde como nunca antes, los costarricenses hemos sido testigos quizás por primera vez, de cómo se manejan algunas relaciones en ciertos niveles, e ingenuamente nos hemos espantado, ya que aunque durante años hemos dedicado tantas horas a contar chistes y participar en tertulias sobre rumores de corrupción; quizás nos creíamos inmunes a lo que pasa con cierta frecuencia, en muchos de los países que históricamente como parte de no tomarnos en serio, insisten en darnos lecciones morales de transparencia y buen gobierno, eso sí, sin examinarse a lo interno. Pero si en esto se nos ha convertido gran parte de la política nacional: ¿tendremos las agallas para cambiar? o ¿seguiremos con nuestros votos avalando este estatus futuro promisorio de nuestro querido terruño, que dependerá en gran parte de cambiar esta dolorosa realidad, y de buscar mecanismos para no seguir dejándole el campo tan libre, a quienes han demostrado con sus acciones a lo largo de los años, a lo mejor ser los “malillos” de la película?
Este documento no posee notas.