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La conciencia ecológica

UNA NAVE VIVA EN EL UNIVERSO

UNA NAVE VIVA EN EL UNIVERSO
El tiempo en la civilización occidental de nuestra era,-que hoy deviene fenómeno global por razones primordialmente económicas-, es solar, y corresponde a la cuantificación relativa de los giros que sobre su eje ha realizado el planeta Tierra mientras recorre su órbita unas dos mil veces alrededor del cercano y luminoso astro Rey; es decir, representa la totalidad aproximada de unidades de traslación que acumuló nuestra esfera cósmica desde la época en que las religiones politeístas del mundo occidental, dominado por el imperio romano, cedieron su lugar al monoteísmo cristiano; por eso su referencia también es sociohistórica y convoca a reflexionar acerca del papel que ha jugado el género humano como especie habitante de tan solitaria nave celestial.
El momento histórico que vivimos refleja el estado lamentable de un mundo golpeado en sus entrañas por la crisis, ya globalizada, del más rapaz (por su naturaleza) de los sistemas socioeconómicos- el capitalismo, orden socioentrópico (desorden) que se alimentó del putrefacto sistema feudal europeo y del proceso de expansión del capital acumulado, el cual condujo a la apropiación de continentes lejanos hace quinientos años.  Si bien el sistema de “libre” mercado trajo consigo avances en materia del derecho individual de las personas en los países adelantados, no sucedió así con la política social y, mucho menos, con relación al problema del uso del medio natural.  Por encima de toda consideración, la reproducción del capital justifica cualquier actividad y los medios para lograrla.
En el campo social, la resistencia al poder explotador del capitalismo se ha logrado gracias a las demandas (muchas veces con alto costo en vidas humanas) de los trabajadores, inspiradas en principios de equidad y solidaridad y con fundamento en las ideas del socialismo utópico (Moro, Campanella, Fourier, Owen, Chernishevski, etc.) y del socialismo científico (Marx, Engels, Lenin).
En lo ecológico, la aceleración del proceso aniquilador de los recursos no conoce tregua y el retroceso parcial del sistema socialista ha desatado los extremos de la voracidad capitalista a tal punto, que a menudo siete países se reúnen a discutir la repartición del pastel terráqueo. El octavo –Rusia- comúnmente aparece como un rico “invitado de honor”.
Somos parte de un planeta cuyo equilibrio biológico es frágil y ya está muy deteriorado por el accionar del Homo “sapiens”; viajamos en “una gran nave cósmica, la cual se ha desplazado durante casi cinco mil millones de años por las profundidades de un universo poco hospitalario para la vida” (Shklovski, “Universo, vida, razón”, M.- 1987); no conocemos manifestación alguna de vida en ningún otro cuerpo celeste y las posibilidades materiales de encontrarla tienden a cero; buscamos vida más allá de las estrellas y no cuidamos la de casa; podríamos estar solos en las inmensidades del espacio sideral y, aún así, constantemente bombardeamos la Tierra con toda clase de armas – incluidas las nucleares, además de la forma perversa de explotación de los recursos naturales, la cual da al traste con el orden ecológico.
Vivimos en el absurdo: mientras por el mundo pobre campea el hambre, el analfabetismo y la enfermedad, el mundo rico, con su ciencia y tecnología, vive en la opulencia, puede hacer volar en tormenta nuclear varias veces el Planeta, investiga el espacio estelar, castiga pueblos y gobiernos “terroristas”; con sus desechos industriales y excesos de producción envenena la tierra, el aire y el mar (miles de toneladas de alimentos sin mercado a menudo son lanzadas a los mares o a los depósitos de basura por los productores e intermediarios con tal de no permitir la baja en el precio del producto), exige austeridad en la inversión pública a los países “amigos” y maneja los negocios del orbe.  Lo anterior no es nuevo, pero ahora tiene nombre- globalización, y es aplicable tanto al norte con relación al sur, como a lo interno en las naciones del sur.
LA ECOLOGÍA ES UNA CIENCIA BIOLÓGICA
La palabra compuesta “ecología” deriva de las voces griegas oikos (casa) y logos (palabra, estudio, ley), y como término científico fue sugerido por el biólogo evolucionista alemán E. Haeckel en 1866.
Si bien es cierto que la ecología como campo del saber biológico dio sus primeros pasos durante la década de los 60 del siglo XIX, también lo es el hecho de que hubo de transcurrir casi 100 años para que la nueva rama científica se consolidara como tal.  No obstante la inmensa cantidad de definiciones que los biólogos y los filósofos de la ciencia han planteado para el mejor entender de la ecología, aún hoy se reconoce la validez de su definición primigenia, propuesta por el padre de ésta (Haeckel) y que reza: “… ciencia general sobre las relaciones entre los organismos y el medio ambiente… ciencia sobre la economía de la naturaleza”. Al concepto haeckeliano sólo podríamos agregarle un complemento de concreción actualizada, definiendo la “ecología” como “ciencia biológica integral que estudia las leyes y los fenómenos generales y particulares de las interrelaciones entre los sistemas vivos, y entre éstos y los sistemas inertes del medio circundante”.
El desarrollo de la ecología y su carácter integrador de las ciencias naturales, -y ahora también de las sociales-, son aspectos que han ubicado a la ecología en los límites del saber biológico, la colocan a la vanguardia del saber comprobable y la definen como ciencia biológica general que sintetiza el conocimiento de la vida en unidad con  el resto del sistema gnoseológico –la ciencia como conocimiento demostrable y la filosofía como fuente metodológica y concepción global del saber (Teoría del conocimiento).  En otras palabras, la ecología se comporta respecto al conglomerado de ciencias naturales y humanísticas de la misma forma que lo hace su objeto de estudio –en estrecha interrelación.
Según el nivel de organización de los sistemas que estudia, la ecología se divide en gran cantidad de ramas.  El nivel inferior de abordaje corresponde a la especie.  Aquí el rol integrador del conocimiento es representado por dos campos: la Autoecología (la especie en su medio) y la Ecología poblacional (población en su medio), mientras que la diferenciación de la materia objeto de estudio suma la totalidad de ecologías en dependencia del número de especies (ej. Ecología del jaguar –Panthera onca, del Homo sapiens, del ratón casero –Mus musculus, del Aedes aegypti, etc.); o sea que, según la cantidad de especies vivientes, así será el número de ecologías (en la Tierra habitan más de 2 millones de especies de animales y vegetales). Por otro lado, el estudio de las comunidades (biocenosis) en su medio (ecosistemas) en forma integral es desarrollado por la Sinecología o Biocenología y su división en ramas aún más concretas se determina según sea el ecosistema en referencia, el cual podría ser desde un microecosistema (ej. una piñuela con su contenido acuoso, sus invertebrados huéspedes y vertebrados visitantes) hasta la totalidad biosférica (planeta vivo) como el mayor de los macroecosistemas, pasando la gradación intermedia de ecosistemas (bosques, lagos, desiertos, ríos, mares, etc).  Sólo resta mencionar los campos de la ecología que resultan del acoplamiento a ésta de otras ciencias biológicas y no biológicas y que le son adjetivas (ej. Ecología evolutiva, geográfica, histórica, de los animales, de las plantas, etc.).
El poder aniquilador de la única especie que interactúa en todo el ecosistema biosférico, el Homo sapiens, y su capacidad relativa de autoconocimiento, -que  generó desde hace unos 8 ó 10 mil años (período neolítico) un nuevo orden de interrelación con su medio ambiente natural, conocido en el ámbito filosófico-científico como “noósfera” (esfera de la razón – su razón)-, entraron en contradicción existencial hasta hace poco más de 200 años, cuando por vez primera un filósofo y científico alemán – Immanuel Kant- planteó la necesidad de luchar por preservar la paz en su tratado “Sobre la paz eterna”, en el que visualiza el futuro de la carrera armamentista y prevé el momento en que el cúmulo de armas obligará a la humanidad a renunciar a la guerra o, de lo contrario, encontrará la paz eterna en el cementerio.  Sin embargo, a pesar de los atisbos kantianos, las predicciones ecologistas de F. Engels y la conformación de los principios de la ecología durante el siglo XIX, la nueva ciencia no pudo despegar y hacerse necesaria sino hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando la crisis ambiental, producto de la industrialización y las guerras, hacía insostenible el desarrollo futuro de la sociedad y amenazaba el bienestar de los responsables directos del descalabro ecológico –los defensores de la producción capitalista sin control y quienes, a base de inequidad y violencia, se reparten los recursos del Planeta.  Sintomático el hecho de que, entre los pioneros del grito al cielo, haya que citar al Club de Roma, organización internacional conformada por representantes del capital europeo, norteamericano y japonés, que a principios de la década de los setenta cuestionaron los límites del crecimiento económico del mundo.
ECOLOGÍA Y FILOSOFÍA
La ecología general, al igual que las demás ciencias naturales y sociales, es hija histórica de la filosofía.  Lo anterior no significa que la última sea la madre de la ecología en su acepción biológica, porque entonces la filosofía se reduciría a ciencia (reduccionismo positivista) y desaparecería de la arena del saber.  El ligamen teórico-metodológico que sustenta la interrelación de la ecología con la filosofía data de los inicios del conocimiento ecológico, en su proceso de formación, y se vio reflejado en la obra filosófica de Federico Engels, quien hace unos 135 años, en su artículo “El papel del trabajo en el proceso de transformación del mono en hombre” proféticamente escribió: “En una palabra, el animal utiliza la naturaleza exterior e introduce cambios en ella pura y simplemente con su presencia, mientras que el hombre, mediante sus cambios, la hace servir a sus fines, la domina… No debemos, sin embargo, lisonjearnos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza.  Esta se venga de nosotros por cada una de las derrotas que le inferimos.  Es cierto que todas ellas se traducen principalmente en los resultados previstos y calculados, pero acarrean, además, otros imprevistos, con los que no contábamos y que, no pocas veces, contrarrestan los primeros.  Quienes desmontaron los bosques de Mesopotamia, Grecia, el Asia Menor y otras regiones para obtener tierras roturables no soñaban con que, al hacerlo, echaban las bases para el estado de desolación en que actualmente se hallan dichos países, ya que, al talar los bosques, acababan con los centros de condensación y almacenamiento de la humedad.”
La cita anterior es tan actual que nos remite  directamente al análisis del problema que plantea el modelo de desarrollo que impera en Costa Rica y que se repite, con particularidades variopintas, en la región mesoamericana, el cual se sustenta en la relación histórico-antagónica entre el ser humano y la naturaleza, que considera posible el triunfo de la producción sobre la naturaleza, reflejado en el crecimiento capitalista , cual ciego proceso depredador de los recursos, que debería resolver el flagelo de la pobreza y lanzar a los países rezagados a compartir bienestar con el “club” de las naciones ricas. Esta ilusión (¿o engaño?) neoliberal, recetada al mundo empobrecido del sur por los imperios del norte durante las últimas tres décadas, nos obliga a preguntarnos por dónde vamos en el camino hacia la tierra prometida del desarrollo. Al respecto nos referiremos en otra oportunidad.

CONCIENCIA ECOLÓGICA Y ECOLOGISMO
El desarrollo histórico de la sociedad humana es el resultado de las formas reflexivas de interrelación del hombre con su medio natural (intercambio de masa y energía) y consigo mismo.  El órgano reflector de dichas formas de interrelación es el cerebro, y es aquí en donde se procesa y se fija la información que, inmediatamente, transforma el sistema del sujeto y, más tarde, mediante reacción (reflejo), puede éste cambiar su entorno.  El acervo de información acumulada por la sociedad sobre la realidad objetiva que le rodea en un momento histórico concreto determina su conciencia social.  Según la naturaleza del trabajo que afecta al sistema social humano, -actividad diferenciada por la conciencia misma desde el origen de la sociedad de clases (división del trabajo)-, la ciencia del materialismo histórico define las formas reales de conciencia social que son, entre otras, conciencia ética o moral, política, religiosa, artística (estética), jurídica, científica y filosófica.  Cada forma de conciencia social es parte de la conciencia social general y se desarrolla en interdependencia con las demás formas, aunque, según el grado de especialización cognoscitiva y la posibilidad de acceso a ésta por parte de las clases o sectores sociales y los intereses de clase, unas encuentran mejor asidero en las masas (requisito obligado para su definición) y se desarrollan más rápido que las otras (ej. la conciencia religiosa, la moral, la política, etc.).
La visión científica adquirió forma embrionaria de conciencia social en los países más avanzados del capitalismo recién instaurado en la Europa del siglo XVII y, desde entonces, su entronización en el vivir de las mayorías sigue siendo lenta y tortuosa.  Si hoy se afirma que el siglo XIX fue la centuria de las ciencias físico-químicas y que el XX se divide en dos: la primera mitad se otorga a la física (cuántica, Teoría de la relatividad, electromagnetismo, nuclear) y la segunda es biológica (Darwinismo, genética, bioquímica, ecología), no cabe duda de que, de las anteriores, la única que ha explorado las profundidades de la conciencia humana, y en menos de treinta años se ha convertido en una de las formas más influyentes de conciencia social, es la ecología.  Así pues, vemos cómo la conciencia científica general es arrastrada por su vanguardia –la  conciencia ecológica o ambientalista.
La tendencia actual de la conciencia científica globalizante nos obliga a revisar con ojos de ecólogo toda actividad humana. Hoy todos queremos ser ecologistas, respiramos ecología; sin embargo, paradójicamente, tomamos agua de “manantial” embotellada en plástico (el plástico lo devolvemos al río, o lo dejamos en la playa, o va a dar a una ronda de calle o a la montaña, o al botadero municipal), la producción es “ecológica” (más de 500 mil sustancias químicas contaminan la biósfera), el turismo a lo “Papagayo” y la moda son ecológicos, y hasta los Gobiernos de turno se muestran “ecologistas” cuando, con tal de atraer turismo y otros beneficios económicos, proyectan al mundo la imagen de Costa Rica cual paraíso ecológico resguardado por el estado y su pueblo.
La alarma generalizada que a mediados del siglo XX y en pleno apogeo industrial produjo el redescubrimiento por parte de los ecólogos de la ley de la conservación de la materia aplicada a los destinos de la humanidad, o ley de la compensación universal, activó el instinto de conservación de la especie, diseminó por el mundo la visión ecológica y la convirtió en forma de conciencia social.  A la vez la conciencia ecológica generó mecanismos de defensa del medio y así surgió el movimiento ecologista internacional cuya trinchera política es el ecologismo que lucha por la preservación del medio ambiente.  En todos los continentes funcionan cientos de organizaciones ambientalistas, unas más y otras menos radicales; mientras que  algunos gobiernos, como los escandinavos, tratan de identificar su gestión con las demandas del ambientalismo. En Costa Rica los grupos ecologistas representan la vanguardia que vela por preservar los recursos naturales para el disfrute de las futuras generaciones y abogan por revertir el actual proceso de entrega de las riquezas nacionales a los intereses foráneos.
Lo expuesto demuestra que la lucha por la conservación de la naturaleza ha sido motivada por el temor del hombre ante su posible autodestrucción. ¿Cuándo llegará el momento en que la conciencia ecológica alcance para que el ser humano deje de pensar únicamente en función de sus intereses y se aboque a vivir armoniosamente en el reino de la vida?

  • Tito Méndez (profesor e investigador)
  • Forja
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