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Comenzó su carrera cinematográfica en Francia, y la terminó igualmente en Francia. Él había nacido en Aragón, y yo vengo de los confines de la Europa central y oriental. Él era aragonés y yo un apátrida. Dicho esto, los dos habíamos encontrado nuestra libertad en países donde éramos extranjeros. Eso pertenece a este azar de la vida del que él me hablaba. Azar que utilizó, a continuación de una de nuestras conversaciones en Lausanne, en la construcción de la película ++El Fantasma de la Libertad.
No amaba a las estrellas, ni yo tampoco. Ni en cine, ni en política, ni en religión, ni en la vida. Él era poeta, y yo no amaba a los intelectuales. Así pues, nos entendíamos bien. Nos comprendíamos.
Con mucha frecuencia no estábamos de acuerdo con nuestros más cercanos colaboradores. Nos mirábamos a los ojos y, a veces, sin la más mínima palabra, rechazábamos de común acuerdo sus sugerencias.Durante el periodo mexicano, hizo con frecuencia películas por razones alimenticias, a veces por salarios ridículos, 1.000 dólares. En cada uno de estos filmes, sin embargo, y sin mencionar las obras maestras, siempre hay algunos pasajes buñuelianos maravillosos. Entre las obras maestras está Los Olvidados, por la que se le pagó 2.000 dólares y participó en un 20% de los beneficios. Evidentemente, nunca tocó un céntimo de más de los beneficios.
Conocí a Luis Buñuel en 1962, cuando él había venido con un pasaporte diplomático mexicano, ya que aún tenía prohibida la estancia en España. La historia de nuestro encuentro es conocida y está muy bien contada en la película que produje para mi propio placer y para el recuerdo: Las Paradojas de Buñuel, presentada en los festivales de San Sebastián y de Venecia.
Este encuentro provocó el comienzo de nuestra vida casi en común durante 22 años. Hemos trabajado, vivido, viajado juntos; nos hemos visitado el uno al otro en París, México, Madrid, Nueva York, Los Angeles o Lausanne.
Hemos bebido Dry Martinis -los “Buñuelonis”-, vinos tintos españoles, franceses o chilenos riéndonos, preparando películas, discutiendo proyectos, hablando del pasado, del presente, imaginando el futuro, siempre de buen humor.
Nos hemos reído de las bromas que a Luis Buñuel le gustaba hacer a los periodistas, explicando que él era aragonés como Beethoven, o que yo había pagado 50.000 dólares a los americanos para obtener el Oscar (El discreto encanto de la burguesía), y explicaba que se podía confiar en los americanos porque ellos mantienen su palabra. Lo más gracioso fue que a continuación, al día siguiente al que efectivamente recibí el Oscar, algunos periódicos mexicanos dedicaron su primera página a anunciar que el productor, Serge Silberman, había pagado 100.000 dólares por el Oscar (aumentando incluso la suma, porque pensaban que 50.000 dólares no eran bastantes ya).
Nos reíamos también leyendo algunas críticas de sus películas. Los críticos de renombre se devanaban los sesos para explicar los símbolos de sus películas. Símbolos que no existían. Estoy bastante sorprendido de que Buñuel no fuese apreciado en España en su época (ni siquiera después de Franco).
Viridiana fue financiada por los mexicanos. Tristana se hizo para vender a La Estrella+Luis Buñuel después del éxito de Belle de Jour. Luis había prometido a sus amigos españoles rodar esta película con ellos, pero en el contrato puso una cláusula para que yo fuese el coproductor. Cuando vine a Madrid y conocí el deseo del productor de contratar a la estrella francesa para interpretar el papel de una joven novicia española, me negué a coproducir la película. Finalmente, el film fue financiado por un productor-distribuidor italiano y un productor-distribuidor francés (los dos muy importantes), ambos muy contentos de contar con la “vedette” o “star”, como se quiera.
Para Ese oscuro objeto del deseo, al no poder encontrar un distribuidor en España, yo mismo acepté darle el nombre de un coproductor para beneficiarse de la ayuda al cine español. Al final, lo más gracioso es que España presentó esta película como si fuese española, cuando estaba doblada y la versión original era francesa.
Con el éxito de Belle de Jour, Buñuel volvió a hacerse español, como después de su premio en Cannes por Viridiana se volvió, como él decía, un azteca para México.
Habíamos rodado algunas secuencias de La Vía Láctea en Santiago de Compostela (en vida de Franco), y yo había obtenido una autorización de las autoridades francesas para hacer una película documental sobre el arte romano. Con estos papeles oficiales, la policía local cerró para nosotros durante dos días la plaza de la Catedral, donde pudimos rodar con toda tranquilidad. Luis estaba a algunos metros de nosotros como turista espectador y diplomático mexicano.
Estoy muy contento de haber logrado sacar la obra de Luis Buñuel del “ghetto intelectual” de las salas de Arte y Ensayo. Todas las películas que hicimos juntos han sido distribuidas en cines normales, incluso en EE.UU. Luis fue siempre sencillo, nunca pretencioso, jamás trataba de epatar a la galería con su saber cultural. Respetaba a los otros. Era siempre sobrio, e incluso en andrajos muy elegante. Un perfecto caballero o un auténtico gentleman en dos palabras. Un hombre sensible, generoso. Nunca derramaba lágrimas más que de alegría.
Pasé con él sus dos últimas semanas. Yo, al beberme su Dry Martini, se lo pasaba por sus labios con su dedo (él no podía beber) para brindar.
Nos dejó el 29 de julio de 1983. Me siento aún muy abandonado, ya que él era mi amigo y yo me atrevo a creer que era también el suyo.
Tomado de El Cultural
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