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Teilhard de Chardin, en su trabajo El Divino Milieu, indica que la orientación de todo proceso evolutivo es hacia su glorificación en Dios. Como buen místico a la vez que filósofo y paleontólogo, es optimista.
Si todo fluye, por ende todo fluye hacia Alguien. Teilhard no había aún confrontado el grado en que la socioeconomía empresarial, como modelo del hombre y no meramente modelo de la economía, podía comenzar a fragmentar y atomizar la experiencia humana.
Esa ausencia de continuidad que perturba al yo y que dificulta con su ruido entrópico y carente de simbolismo sacramental, mitología, mística o magia conlleva terribles consecuencias. Una de ellas es la ausencia del desarrollo de la psique religiosa y otra es un déficit en la finalidad y propósito de la existencia.
No tener un desarrollo adecuado de un sentido allende el inmediato ya/instante y hoy/momento conlleva una confrontación con la nada. Es tener que confrontar los aspectos de la muerte como discontinuidad del yo. O sea, sufrir una crisis existencial tras otra.
En forma parecida al trabajo de Ernandez y Giammanco (1998), tiene que aceptar que la mente ha de terminar.
Carece de la continuidad que otorga lo trascendente, lo místico, lo mítico y sacramental. Para estos autores, Dios se inventa para lograr solventar una crisis existencial que ha sufrido la corteza cerebral en tiempos primitivos.
Algunos otros autores como Finkelkurst y Finkelkurst (2009), así como Mohandas (2008) han indicado que diversos sistemas de meditación, contemplación y oración llevan a estados neurofisiológicos necesarios para producir esa continuidad.
Los trabajos indicados en Winkelman (2008) y otros nos demuestran como el uso de hongos, que contienen psilocibina, llevan a profundos cambios en la organización psicológica al proponer una experiencia de tipo religioso a la persona. Bausch (2011) indica cómo visiones, sueños y alucinaciones pueden producir estados de menor desorden o caos en el inconsciente y obviar problemática mental.
De nuevo Jeeves y Brown (2009) argumentan a favor de la necesidad de lo religioso en términos del funcionamiento del cerebro. Beauregard y O’Leary (2007) mantienen que a través de datos neurofisiológicos se puede comprobar la existencia del alma.
El punto fundamental de todo esto es que una época materialista está siempre orientada a afectar el cuestionamiento de la validez de la vida y una época teológica no lo está. El nihilismo fraguado en la época empresarial intenta reducir los tiempos y espacios teológicos del ser humano, al establecer lo mudo en sustitución a la conversación viva del hombre para con Dios. El milieu materialista de una forma o de la otra llevará siempre a las personas a una soledad tremenda.
No hay nada allende la muerte ni la mente ni el espíritu. Ciertas escuelas del Budismo mantienen que aceptar esto experiencialmente equivale a tener el samadhi de la nada o samadhi nihilista. Otras escuelas del Budismo más teocéntricas fomentan técnicas meditativas más deístas.
Aún la meditación que llega a la nada nos daría una mente iluminada, porque es continua y no fragmentada. Charlton (2006) mantiene que el mundo animista, que procrea el uso de alucinógenos, libra a una persona de esa terrible soledad. Aceptar ese animismo es otra de las defensas teológicas del cerebro.
El milieu teológico permite conversar sobre nuestra existencia y su propósito y no meramente aceptar lo existente como lo irreversible sin cuestionamiento o trascendencia. Es la función de la mente religiosa el llegar a creer que si hay algo allende el yo, ciertamente, debe haber una razón para existir y creer en ese allende el yo.
Sea un tú o un Tú o ambos. Llegamos a considerar que todos somos parte de un mismo planeta, en vez de sectores aislados desesperadamente.
Si el milieu materialista nos aísla con soledad, el milieu teológico nos une en esperanza. ¡Son épocas mejores las teológicas! Resuenan sus universidades catedralicias como monumentos de la enseñanza, la civilización y la cultura.
En un trabajo en el Semanario hace un par de años denominado La Universidad Catedralicia, intento resaltar ese punto. El milieu teológico. como época que glorifica al hombre y a su relación con Dios, crea personas más sanas y equilibradas que las épocas materialistas. Son periodos de más dignidad y mayor justicia. De mayor caridad y amorosidad. De mayor altruismo y solidaridad.
Mucho de esto es tratado en un artículo reciente en la Revista Reflexiones, donde se expone un análisis de las diversas mitologías, como hechos terapéuticos del ser humano. Creemos que es de los mayores inventos de nuestra raza, el no incurrir estrés letal, a través de la práctica de esos medios.
El otro es un milieu teológico que evite la explotación y el pánico producido por la incertidumbre.
¡Lo autogestionario no basta, es necesario un milieu espiritual!
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