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Marvin Minsky, cofundador del Laboratorio de Inteligencia Artificial del Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT, siglas en inglés), dijo que usamos números cuando no sabemos –o, agrego yo, no nos interesa– describir las cosas claramente y comprensiblemente. ¿Exagerado y escandaloso? Sí, pero algo importante tiene de cierto. En este artículo, no puedo entrar en los intríngulis de esa afirmación. Para quienes no me crean o quieran aclararla por su cuenta, como debe ser, los refiero al famoso biólogo, sicólogo y pedagogo suizo Jean Piaget (1896-1980).
Convencido de que los números, usados principalmente por nosotros los economistas, son los principales encubridores de los problemas nacionales, voy a ofrecerles -estimados lectores, estimadas lectoras– una ilustración con la deuda pública, tema de permanente discusión en todos los países capitalistas. Como ejemplo, piensen solamente en la crisis actual de Estados Unidos y las congojas de doña Laura Chinchilla, ante “el plato” que le dejó servido don Óscar Arias.
• En el capitalismo, los actores económicos impulsan la producción principalmente mediante el endeudamiento. Este mecanismo se deriva de un sector social que posee el dinero y controla su circulación. Ese sector presta dinero a otros, para producir y consumir mercancías, al cobrar diferentes tasas de interés. Es un tabú preguntar en serio y a fondo cómo ese sector social obtuvo tal poder en la formación y desarrollo de cada sociedad; y quienes se atreven a violarlo no son bien vistos; incluso son reprimidos en diferentes grados.
• Los que nos hemos atrevido a estudiar el fenómeno, aprendemos que esa historia, especialmente en sus etapas iniciales, está llena de arbitrariedades, imposiciones y violencias, cuyos resultados se consolidan en el tiempo; y, a la larga, llegan a dar la impresión de ser normales y legítimos. Pero vemos que sus efectos perduran, aunque las sociedades generan numerosos mecanismos e instituciones para atenuarlos, disimularlos e incluso olvidarlos.
• Lo complejo de esa historia es que no todos los participantes en ella merecen satanización; también incluye acciones de personas con buena fe. Incluso, entre las de mala fe, hay algunas que generaron beneficios para las sociedades. Por tanto, en lo personal creo que no conviene ni sería justo aplicar la Ley del Talión –“ojo por ojo, diente por diente”– a todos los miembros actuales de ese sector social. Además, nos hemos dado cuenta que, donde eso se ha intentado, no ha funcionado siempre bien; y hasta ha creado nuevos ciclos de arbitrariedad, imposición y violencia.
• Así, nos encontramos con la situación descrita en el párrafo tres, en la cual las compras y ventas de mercancía para satisfacer las necesidades de la sociedad solo pueden aumentar si se “inyecta” más dinero al sistema económico o bajan los precios; y no hay nada que favorezca o permita lo segundo, realísticamente. Las economías capitalistas conocidas solo crecen mediante el endeudamiento o crédito, que se traduce en aumento de la “cantidad” de dinero. Y cabe reconocer que el aumento de deudas ocurre en el sector privado y el sector público: hasta me atrevería a afirmar que “la deuda privada” es más extensa que la pública; esta segunda recibe más atención simplemente porque es registrada y conocida; además, genera quejas en el sector privado al reducir sus oportunidades, lo cual se conoce en inglés como “crouding out”.
Esa historia y dinámica cualitativa suele ser ignorada por la mayoría de economistas, que es entrenada para concentrarse en los números derivados del fenómeno, aunque estos son meras sombras que difuminan la realidad: “Donde no hay números y ecuaciones, no hay economía”, decía mi profesor Fernando Naranjo, a quien perdono. Para salir de esa cueva conviene ponerle atención al viejo Minsky. Al respecto, expondré algunas ideas en otro artículo.
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