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Solidaridad no es caridad

El término “solidaridad”, hoy tan usado y desusado en toda clase de discursos, suele confundirse implícitamente con la noción de “caridad”.

El término “solidaridad”, hoy tan usado y desusado en toda clase de discursos, suele confundirse implícitamente con la noción de “caridad”.
Considero que por tratarse la “solidaridad” de un valor tan recurrente en su empleo cotidiano, es de interés trazar la distinción entre dos conceptos que, a todas luces, no son sinónimos. Seguidamente haré el ejercicio:
1. Por el origen: La palabra “caridad” (caritas) se inscribe dentro de la tradición cristiana y forma parte de las tres virtudes teologales (fe, esperanza y caridad). Su fuente de inspiración es divina, porque supone el amor al prójimo en virtud del amor a Dios.
La “solidaridad”, por su parte, tiene origen laico. Si bien, su divulgación se le atribuye al filósofo Auguste Comte (siglo XIX), ya el término es usado en la Francia del siglo XVII. Remite, en suma, al logro de la felicidad colectiva a partir de la ayuda mutua. De allí que no hay, por ende (necesariamente), un referente místico, metafísico o divino.
2. Por la aplicación: Mientras la solidaridad se da entre personas autopercibidas como “iguales”, la caridad se da entre individuos autopercibidos como “desiguales”. Un ejemplo típico es el rico (o ciudadano económicamente solvente) “ayudando” a los pobres (anónimos) en Navidad, cuando el resto del año no le fueron motivo de (pre)ocupación.
En contraste, hay solidaridad entre personas, grupos y colectivos humanos cuyo destino (familiar, social, laboral, etc.) tiende a ser análogo y, al estar inmersos en un mismo entorno, aprenden a tejer, de forma natural, redes de mutuo auxilio. Caso contrario sucede con la caridad, donde más bien suele primar el distanciamiento entre benefactor y beneficiario. De allí que la solidaridad surja al tenor de procesos y la caridad como suma de eventos.
3. Por las consecuencias: La caridad genera dependencia; la solidaridad produce comunidad. Desde la práctica conservadora-burguesa, el sujeto caritativo persigue (en el fondo) ganarse el cielo, calmar su conciencia o, a lo sumo, lograr el reconocimiento social. A su vez, quien sobrevive con base en tales favores, no hace más que perpetuar su propia desvalorización y dependencia.
El efecto de la solidaridad es diferente porque humaniza, refuerza vínculos afectivos y abre oportunidades. Quien en determinado momento recibe ayuda, sabe que la condición de igualdad o equidad que prevalece le permitiría también proveerla. Aunque, el interés individual no desaparece, la catarsis radica en que la felicidad particular está sujeta a la felicidad colectiva.
Vale, por tanto, esta reflexión desde la perspectiva de provocar un mayor análisis cuando empleamos el término “solidaridad” en nuestra vida cotidiana y nuestro “relacionamiento” familiar, social, laboral, económico e incluso político: ¿Somos solidarios o caritativos?

  • Gustavo Fernández Quesada (Periodista)
  • Opinión
France
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