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Toda Inglaterra está en llamas

La explicación de los disturbios en Inglaterra está más vinculada a las “desigualdades sociales que sufre todo el país”.

La explicación de los disturbios en Inglaterra está más vinculada a las “desigualdades sociales que sufre todo el país”.
“Todo el país está en llamas, hombre”, dijo uno, mientras otros dos amigos discutían sobre que tienda asaltar. “Hampstead, vamos robar en Hampstead”. Otro, mirando su BlackBerry, dijo: “Kilburn, es en Kilburn y Holloway”. Fue entonces cuando el tercero respondió: “Es todo el país el que está en llamas”.
El diálogo está en las páginas del diario británico The Guardian del martes pasado, cuando Londres llevaba ya tres días de pillaje y rebelión, y nadie salía de su asombro ante la magnitud de la revuelta.
Poco a poco comenzaron las preguntas: ¿Por qué? ¿Quiénes? ¿Desempleo? ¿Multiculturalismo? Mientras las áreas multiétnicas de Londres a Birmgham, Liverpool y Bristol ardían, un mito iba desapareciendo: los llamados “jóvenes negros” no están detrás de esta violencia.
“Vi a jóvenes turcos, a niños asiáticos, a hombres blancos”, dijo uno. “Están todos allá, participando –dijo otro– Hay un elemento de oportunismo, reconoció, en ese saqueo masivo, pero una de las causas es que muchos de esos jóvenes se sienten atrapados por el sistema. Ellos están desconectados de la comunidad, no les importa nada”.
–¿Dónde va a parar todo esto?, se preguntaba el dueño de una tienda saqueada, en el barrio de Croydon. Un hombre murió y estas tiendas fueron destruidas. Esto afecta a todos, no solo a los dueños, aseguró.
De algún modo, la rebelión unificó un grupo diverso de jóvenes de escasos recursos mientras realizaban saqueos, destruían ventanas, quemaban carros o armaban barricadas.
Cinco días después de iniciados los disturbios, Londres era testigo del mayor despliegue policial de su historia. Mientras la medida permitía un relativo control –de lo que Scotland Yard, la policía británica, describía como los peores actos de violencia urbana en la memoria del Reino Unido–, la batalla se extendía a algunas calles principales de las ciudades del país, entre ellas el Gran Manchester, West Midlands y Nottingham.
Interrumpiendo sus recién iniciadas vacaciones en una villa, en Italia, el primer ministro conservador, David Cameron, retornó de urgencia a Londres y anunció, entre las medidas para controlar la situación, el despliegue de 16 mil policías en Londres, a quienes autorizó utilizar balas de goma para controlar los disturbios. Esta medida nunca se había usado antes en el Reino Unido, salvo en los conflictos en Irlanda del Norte.
“ENFERMOS”

Enfrentado a la más grave crisis desde que asumió el Gobierno, Cameron calificó de “enfermos” a los responsables de los actos de vandalismo. Vemos chicos de 12 o 13 años saqueando y riéndose, dijo el Primer Ministro, para quien “El problema es una falta total de responsabilidad, una falta de moral y de educación adecuada… Estamos ante gente enferma«, aseguró.
«Lo que está ocurriendo son robos camuflados de protestas», opinó el viceprimer ministro Clegg. Para la ministra británica de Interior, Theresa May, los causantes de los disturbios son simplemente «delincuentes» y prometió que serían llevados a la justicia.
La explicación parece no dar cuenta de toda la extensión del problema, la cual, para otros, está más vinculada a las “desigualdades sociales que sufre todo el país”, como se puede leer en la prensa europea.
En una declaración a la televisión inglesa SkyNews, “uno de los saqueadores comenta que las causas del caos son debidas al odio, a la frustración por no obtener un trabajo, por los altos precios y no tienen nada que ver con las luchas entre distintas etnias que viven juntas”.
A partir de 2012, los universitarios tendrán que pagar hasta 15 mil euros de matrícula, o sea, más de $20 mil, una cifra que, probablemente, la mayoría no puede pagar. Las medidas adoptadas incluyen el retiro de ayudas de mantenimiento para estudiantes de escasos recursos.
La medida es consecuencia de la decisión del nuevo Gobierno de reducir el presupuesto general de la enseñanza hasta en 40% en los próximos 4 años, como parte de la política de austeridad adoptada casi por todos los Gobiernos europeos para hacer frente a la crisis económica por la que atraviesan.
Lo cierto es que esas medidas, particularmente drásticas en el caso de Gran Bretaña, han renovado las protestas, la tensión social y el surgimiento de movimientos ultraconservadores de características xenófobas.
En noviembre pasado se realizaron multitudinarias protestas en el Reino Unido contra ese aumento de las matrículas en diversas ciudades del país, algunas de las cuales fueron también escenario de los disturbios de la semana pasada.
Habrá menos estudiantes ingresando a la educación superior y los que se gradúen saldrán con deudas que no les permitirán invertir en una hipoteca o estimular de otro modo la economía en general, se comentó entonces, al analizar las medidas impulsadas por Cameron. Su viceprimer ministro, el liberal demócrata Nick Clegg, había prometido, en campaña, no aumentar la matrícula universitaria. El incumplimiento de su promesa desató entonces la ira de los estudiantes.
DRÁSTICOS AJUSTES
Hace poco más de un año, en junio del 2010, cuando recién asumía el Gobierno, Cameron anunciaba que los problemas fiscales de Gran Bretaña eran “peores” de lo que se imaginaba, equivalente a unos $250 mil millones.
El 25 de mayo del año pasado el diario británico The Independent publicaba un gráfico sobre la deuda pública de Gran Bretaña, la mayor de Europa, que alcanzaba la suma de 893.400 millones de libras.
La magnitud del problema y las propuestas de solución mediante la reducción del gasto público anunciaba grandes disturbios, como ya se podía leer en la prensa a fines de mayo del 2010. Esta advertía la “inviabilidad de una política de reducción efectiva de la deuda sobre la única base de recortar el gasto público en Gran Bretaña (o España, Grecia o Italia) sin poner en peligro el actual status quo de paz social entre clases…”.
El 21 de octubre, el Financial Times comentaba las medidas de Cameron. Esta semana, decía, la coalición de Gobierno reveló sus planes para enfrentar el gran hoyo en las finanzas públicas. La receta son recortes del gasto público de una magnitud nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial, para eliminar un déficit de cerca de 10%. El nivel de vida va a caer, se van a perder medio millón de empleos públicos, se van a congelar los salarios y reducir las pensiones. El título del artículo del FT era “El fin de la ambición postimperial británica”.
Todo esto parece muy lejos del hecho que se transformó en detonante de la rebelión de la semana pasada. Los primeros enfrentamientos habían estallado en Tottenham, en el norte de Londres, tras una manifestación el sábado 6 de agosto. En esta, se pidió «justicia» por la muerte de un hombre de 29 años, Mark Duggan, un taxista negro y padre de cuatro hijos, al que la policía mató en medio de un operativo contra traficantes de drogas.
Las acusaciones de que Duggan les había disparado fueron desmentidas luego de una investigación oficial preliminar. Otras explicaciones señalaban “un explosivo cóctel de racismo social y policial exacerbado por un sentimiento de gueto, por la llegada de la gran inmigración de Europa del Este, por las dramáticas consecuencias de la crisis económica y por las tensiones generadas por los recortes sociales”.
La rebelión estalló en Tottenham, “un barrio del norte de Londres de marcada personalidad, convertido en mosaico de los problemas de las grandes urbes de Europa Occidental”.
“Los analistas británicos parecen tan desconcertados como el Gobierno y las fuerzas del orden”, decía el corresponsal del diario español El País, en Londres, mientras el profesor Tony Travers, de la London School of Economics, explicaba a la BBC: “El impacto de la recesión económica en el Reino Unido y en Londres no está siendo peor que en otros países. Es difícil decir cómo ese contexto puede tener estos efectos. En cuanto a los recortes presupuestarios que está aplicando el Gobierno para reducir el déficit, apenas se están empezando a sentir”.
“Sin embargo, tampoco se puede decir que los cortes en algunos programas no tengan un impacto en esto. En este sentido, es innegable que tiene que haber causas más profundas, pero para saber cuáles hará falta una investigación en profundidad”.
Desconcierto y perplejidad que, en todo caso, dejan en evidencia que las medidas impulsadas por las autoridades europeas para enfrentar la crisis financiera por la que atraviesan no se podrá implementar sin grandes resistencias y confrontaciones sociales.

  • Gilberto Lopes 
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