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Porque mi madre no es de blanco delantal

Desde una edad muy temprana, recuerdo ver de reojo, volando encajes en las cocinas, de mi casa y de casa vecinas, cubriendo de manchas y remojos, la humilde ropa de tantas madres, ese delantal blanco, de bolsillos rebosantes, ya fuera de menudo o de prensas de ropa, tal vez gasillas o algún botón, pero recuerdo con claridad, que si fue en mi hogar, lo portaba siempre la bella mujer de blancos cabellos, la madre de mi madre, mi amada Ata.

Desde una edad muy temprana, recuerdo ver de reojo, volando encajes en las cocinas, de mi casa y de casa vecinas, cubriendo de manchas y remojos, la humilde ropa de tantas madres, ese delantal blanco, de bolsillos rebosantes, ya fuera de menudo o de prensas de ropa, tal vez gasillas o algún botón, pero recuerdo con claridad, que si fue en mi hogar, lo portaba siempre la bella mujer de blancos cabellos, la madre de mi madre, mi amada Ata.
También lo vi en casa de mis tías, colgado mientras tomaban café y puesto encima al cocinar, lavar o planchar, lo usaban también mis vecinas, en su incesante ir y venir en la morada, cuidando al niño o barriendo la sala, el delantal siempre las acompañaba.
Cuántos recuerdos, carreras y almuerzos, habrá visto esta prenda de cocina, muchas cinturas habrá abrazado, ese delantal tan osado. De tantas que vi, la más importante, mi madre, contadas veces ha tocado, y que yo con mis ojos haya visto o haya contado el uso de esta prenda.
De todas las veces que pude verla correr en la cocina, nunca vi en su cuello un lazo, sosteniendo un delantal blanco ni de otro color.
La vi cargar en su pecho, muchas cosas sin embargo, los dedos juzgadores de incrédulos, que quisieron reprobarla u ofensas severas en trabajo, de gentes débiles y perversas, que no pudieron con su orgullo, al ver una mujer jefe de hogar, con tres hijos que abrazar, con una carrera segura y una fuerte voluntad. Sin embargo la vi desechar, todos esos yugos de la sociedad, la vi tomar un barco de libertad, irse lejos, a tierras inciertas sin temor a fracasar, para que sus tres hijos y ella pudiéramos formar, un bosque fuerte y libre, lejos de la ciudad, la vi surgir como una flor bella en una ciénaga, crecer valiente y vigorosa, entre verso y prosa.
La vi en aulas repletas de oídos jóvenes, donde deja ella su huella, incluso en otras tierras lejos de esta Costa Rica fue  invitada de honor, por su investigación en poesía y amor a la enseñanza, la he visto en un auditorio, recibir el fruto de su esfuerzo, reflejado en títulos y premios que solo reiteran su valía.
Ha caminado a mi lado muchos kilómetros, por amor a la vida, aconsejar a sus hermanas, sobrinas y amigas y a otras tantas personas que no creyeron en ella, y ahora que la ven brillando como estrella, se dan cuenta de lo ilusos que fueron al apuntarla con el dedo, creyendo que eso menguaría su vigor.
Ahora la veo, entre libros de literatura, con tres árboles fuertes, que ella sembró, pero no para cuidarla, pues fue ella quién nos cuidó, si no para refrescarse en nuestra sombra y recordar, que pudo lo que le negaron, eso y mucho más. Hay miles de madres más buenas que el pan que día a día usan esta prenda singular, pero digo con orgullo que mi madre no es madre de blanco delantal, es madre de toga y birrete, de cabello corto y mirada firme, madre poeta y lectora, científica y amorosa, una madre que en sus venas lleva la sangre libre y fresca de cadenas, que cada día sueña con romper un estigma más, una madre que sin delantal, le ha enseñado al mundo, que con su alma, pudo más.

  • Sofía Córdoba Rivera (Estudiante de bachillerato)
  • Opinión
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