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Controversia de Valladolid

No pretendemos discutir aquí una “verdad histórica” o la fidelidad de una representación. La importancia misma del acto teatral reside en su valor filosófico, en la verdad que el teatro reactualiza. Se trata de un cuestionamiento que subyace en la puesta en escena, en los diálogos, en los vestuarios, en la ausencia de saludo final.

No pretendemos discutir aquí una “verdad histórica” o la fidelidad de una representación. La importancia misma del acto teatral reside en su valor filosófico, en la verdad que el teatro reactualiza. Se trata de un cuestionamiento que subyace en la puesta en escena, en los diálogos, en los vestuarios, en la ausencia de saludo final.
Esta Controversia puesta en escena por la Asociación Terruño Expresivo, junto con el Teatro Universitario es sin lugar a dudas la recreación de una pregunta incesante sobre la alteridad, la violencia y el poder: ¿qué lugar le damos al otro?, ¿qué me dice ese otro de mí mismo?, ¿cómo se justifica el domino sobre el otro?, ¿quién define a ese otro y desde dónde?
En esta puesta en escena se muestra claramente el poder de la palabra. Los que hablan la lengua imperial definen, califican, describen y por lo tanto poseen al otro. Bien lo decía ya Colón al referirse a unos indios que tomaba prisioneros y que llevaba consigo a España. El Almirante afirma que los tomó para que “deprendan fablar”. Para él, los indios simplemente no hablaban. No cabía en su cabeza la posibilidad de otra lengua y mucho menos de otra cultura. El otro era en sí mismo negación o, para ser más preciso, era semejanza de lo distinto: “sus cabellos como sedas de cola de caballo”, “casi del color de los canarios”….etc.
Se exponen así sobre el escenario dos visiones de mundo. La visión imperial, eurocéntrica y patriarcal  Y la visión lascasiana, que se presenta como la visión humanitaria, igualitaria y para retomar lo que dice Enrique Dussel, “anti-moderna” o crítica de la modernidad. Si bien el dominico no escapa a su propio “imperialismo eclesiástico”, el texto de Jean-Claude Carrière silencia ese principio y dibuja la figura más conocida del Defensor de los Indios.
Sepúlveda (Rodrigo Durán Bunster) por su parte es el portador de una visión que ve en Europa y su legado la cúspide de la grandeza humana que tiene que derramarse sobre los demás pueblos. Es Europa entonces la responsable de “llevar la luz” (como lo harán los franceses en Argelia, Túnez o Marruecos en el siglo XIX) a los demás pueblos, sacarlos de su “culpable inmadurez” (Kant). Sepúlveda desarrolla todos los argumentos que ejemplifican la autopercepción de la Europa imperial, no tanto como dueña efectiva del mundo (puesto que existía la consciencia de la amenaza turca) sino como modelo moral y espiritual a seguir.
Por el contrario, la personalización de Las Casas (Lenin Vargas) retoma tanto su pasión (que roza para algunos en la locura), como su visión anti-imperialista. Para Las Casas está primero el “imperio de la fe” antes que el imperio de la política. Para Sepúlveda es lo contrario, la imposición política asegura el imperio de la fe. Las Casas es pues un “anti-moderno”, en la medida en que la Modernidad defendida por Sepúlveda, sería entendida como ese “mito” que propone llevar progreso, luz, desarrollo, civilización y produce guerra, destrucción y masacre. Sepúlveda propone “salvar” a los indios de su propia “barbarie” aunque eso signifique matarlos. Las Casas observa y denuncia esa mitología de la civilización, oponiendo una visión ética que busca, ante todo, darle un lugar al otro.

  • Luis Adrián Mora (Profesor)
  • Opinión
ImperialismLeninSpainViolence
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