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La crisis y el rostro oscuro del malestar

A mediados del siglo pasado, Sigmund Freud advertía que una de las características más peligrosas de las sociedades modernas era la exacerbación del malestar. Esto, debido a la dificultad cada vez mayor que según Freud enfrentaban los seres humanos, para conciliar los imperativos culturales con las exigencias pulsionales.

A mediados del siglo pasado, Sigmund Freud advertía que una de las características más peligrosas de las sociedades modernas era la exacerbación del malestar. Esto, debido a la dificultad cada vez mayor que según Freud enfrentaban los seres humanos, para conciliar los imperativos culturales con las exigencias pulsionales.
Hace un par de meses escribí un artículo donde hablaba sobre las fortalezas y debilidades del Movimiento del 15-M en España (Semanario UNIVERSIDAD, 22/06/11). En ese artículo decía, entre otras cosas, que, aunque muchas de sus reivindicaciones podían ser cuestionables, al promover la polémica y la discusión de ideas, el movimiento de los indignados españoles concentrados en Madrid, Barcelona y otras ciudades fortalecía el régimen democrático; algo que se ha hecho aún más evidente por el carácter en general no-violento de sus acciones.
 
En ese sentido, el 15-M es un excelente ejemplo de cómo el malestar frente a la crisis puede ser constructivo, cuando conduce a reivindicar una mayor participación ciudadana en la toma de decisiones políticas y económicas que afectan a la sociedad. Por eso, la reciente decisión de utilizar la fuerza para expulsar a los acampados en la Plaza del Sol en vísperas de la visita del Papa a España, no sólo fue una decisión equivocada sino algo mucho peor: una decisión profundamente antidemocrática.
En contraste con lo que ha ocurrido en España, el súbito estallido de violentos disturbios y saqueos que hemos visto en Inglaterra durante los primeros días de agosto, nos muestra el rostro más siniestro del malestar y cómo, contrario a lo que algunos piensan, una crisis sistémica no necesariamente conduce a una mayor concientización ni a mejores formas de convivencia, sino que también puede conducir a una violencia absurda e indiscriminada,  que puede llegar incluso a amenazar la convivencia democrática misma.
Es notable que, a diferencia de los del 15-M, los participantes en estos disturbios no reivindicaban ninguna ideología ni defendían ningún programa político. Y la respuesta represiva del gobierno conservador del Primer Ministro Cameron no ha hecho más que reforzar esa peligrosa tendencia al autoritarismo y a la resolución violenta de los conflictos sociales.
De ahí que el reto que enfrentamos los seres humanos en la actualidad es enorme: No sólo debemos buscar soluciones efectivas frente a la crisis económica global, que amenaza con destruir los logros alcanzados a lo largo de generaciones en el acceso público a la salud y a la educación. También debemos empezar a entender de una vez por todas, que el odio y la intolerancia nunca han sido la solución a ninguna crisis y que más bien nos llevan a propuestas autoritarias y a la búsqueda de chivos expiatorios como una opción desesperada frente al caos. Esto que lúcidamente vislumbró Freud 80 años atrás, es algo que nunca debemos olvidar.

  • Jerry Espinoza Rivera (Profesor UCR y UNED)
  • Opinión
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