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Esta tesis parece ser un guion para un largometraje romántico, en donde todos quieren actuar sin arriesgarse a interpretar el papel protagónico de la historia, es quizás conocer en contenido la formación integral de los Derechos Humanos. Propongo reflexionar en torno a la idea de que el ser humano es un ser hecho de interpretaciones y también de un gran tejido de relaciones. La vida de todo hombre se expresa en la necesidad de establecer relaciones con los otros, siempre con el anhelo de dar y recibir. Estas relaciones con los demás nos sitúan ante una dimensión fundamental desde un punto de vista antropológico: la educación.
Desde mi posición, pienso que si los seres humanos somos interpretativos y relacionales, somos también educables y educandos. Sin embargo, del mismo modo es cierto que no toda relación con los otros puede ser calificada de educativa; pero quiero afirmar que toda educación es, de una manera u otra, relación.
De este mismo lado, y pensando en la formación integral de los Derechos Humanos que debe impartir todo modelo educativo, estoy convencido de que no existe educación sin ética. La educación es ética, porque genera una responsabilidad con el otro y quien educa es aquel que se apasiona por la palabra, por la transmisión de esta, por la acogida, la hospitalidad y por la donación de su hermano en la diferencia.
No obstante, en el arte educativo también hay riesgos o peligros que atentan contra esa formación integral, contra la verdadera función del educador. Uno de estos riesgos lo llamaría adoctrinamiento. Cuando la educación es solo comunicación de información de contenidos sin ningún interés formativo, sino solamente intelectual, podríamos admitir un peligro de esta integralidad que se busca conseguir.
Finalmente, la educación integral en los Derechos Humanos asume en el papel del educador, la transformación de sus alumnos. Un maestro que no se retire para dejar pasar el otro, que no abra la interpretación y la relación del otro, un maestro que no cuide la palabra viva del otro, lo que hace es adoctrinar y no educar. Existe maestría cuando el otro puede nacer diferente a su maestro, y cuando la relación entre maestro y discípulo llega a ser una reciprocidad correcta, servicial y garante en deberes y derechos.
“El temer, el amar y el estudiar los Derechos Humanos no es una camisa de fuerza para las personas humanas, pero sí un arte visible e invencible de todo ser humano.”
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