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¿Qué quieren las mujeres? …. ¡y los hombres!

¿Qué verdaderamente busca una mujer en un hombre? He llegado a la conclusión de que la respuesta a esta pregunta es la LEALTAD para con ella. Esta cualidad es escasa en el hombre, porque ser leal significa vencer la raíz del hombre natural. El hombre, por su naturaleza es egocéntrico y ser leal significa, en términos de Frankl, tener la capacidad de trascender de sí, es poder comprender que la vida no es un fenómeno androcéntrico.

¿Qué verdaderamente busca una mujer en un hombre? He llegado a la conclusión de que la respuesta a esta pregunta es la LEALTAD para con ella. Esta cualidad es escasa en el hombre, porque ser leal significa vencer la raíz del hombre natural. El hombre, por su naturaleza es egocéntrico y ser leal significa, en términos de Frankl, tener la capacidad de trascender de sí, es poder comprender que la vida no es un fenómeno androcéntrico.
Esta cualidad de transcender de sí no es, en el hombre, algo innato, requiere un proceso de aprendizaje. El hombre necesita ser instruido en un arte que, para él, es un misterio: el proceso de la trascendencia que significa llegar a ser leal.
¿Qué es lo busca verdaderamente un hombre en una mujer? El hombre es más básico, más sencillo en cuanto a su forma de construir sus esquemas de comprensión. Un hombre busca de una mujer que ésta sea, en esencia, no confrontativa, sencilla, que no contienda con él; lo cual no quiere decir, ni mucho menos, que sea sumisa, lo que significa es que ella sea CONDESCENDIENTE.
 
La mujer ha de enfrentar, entonces, el desafío de condescender con el hombre, descender desde la privilegiada posición que le concede su innato don de la transcendencia, descender desde su visión panorámica y cosmológica que caracteriza lo femenino, hasta el valle de la simpleza que representa lo masculino.
Pero así como para el hombre el desafío de la trascendencia le lleva al umbral de su comprensión; para la mujer, el desafío que implica la condescendencia le lleva a un umbral de humildad: “¿cómo hacerle entender a un ser más básico, más simple, más sencillo, sin que él se sienta apocado o disminuido, que su visión panorámica, es más amplia y más rica?” Eso es en verdad un duro reto, que exige una capacidad extraordinaria de amor, para que voluntariamente la mujer decida condescender con el hombre.
Como también lo es para el hombre transcender de sí y no expresar: “¿nunca sabré qué quieren las mujeres?”, sabiendo que esta expresión, u otras similares, demuestran no solo un ridículo e innecesario sarcasmo, sino que desnudan su ignorancia sobre la comprensión de un ser ajeno a sí mismo, es decir su nula capacidad de trascendencia y su poca capacidad de llegar a poseer la lealtad suficiente para ver más allá de su propia conveniencia.
Entre estos dos enormes desafíos: la mujer enfrentada al desarrollo de la condescendencia y el hombre al aprendizaje de la lealtad por medio de la transcendencia; pareciera ser que la mujer ciertamente lleva ventaja, pues el varón requiere demostrar que es capaz de llegar a ser leal y fiel, la mujer no necesita demostrar algo que ya es, si lo desea.
Una buena amiga que condescendió conmigo me enseñaba: “…yo pienso que el hombre debiera aprender a ser más mujer y la mujer más hombre, en algunas cosas…” Para que exista un espacio de concordancia entre lo masculino y viril con lo femenino y materno, es necesario que el hombre aprenda a trascender (y ganar con ello lealtad que poseen las mujeres) y la mujer acepte condescender (y ganar con ello la sencillez que padecemos los hombres).
Cuando el hombre trasciende y la mujer condesciende, ambos, varón y hembra, hallan el uno en el otro el adecuado complemento que los hace completos, llegamos a ser una unidad sinérgica, ya no estamos solos, somos llenos, con esa plenitud que es lo que ambos buscamos; como escribía Mario Benedetti en un bello poema: “…y en la calle, codo a codo, somos mucho más que dos…”

  • Rodrigo Matarrita Venegas (Economista)
  • Opinión
Notas

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