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En la antigüedad, el circo romano cumplía la función de desahogar la carroña moral dentro del ser humano, como un elemento inherente a este. Por un lado, pensadores y escritores como Virgilio, Cicerón y Séneca; por otro, las abominables carnicerías del circo romano, desde gladiadores que combatían hasta morir, o animales hambrientos que descuartizaban y realizaban atrocidades, en presencia de niños inclusive. Esa es una dualidad del hombre, que desafortunadamente nos persigue hasta hoy, al menos socialmente. Nos hace pensar que no hay civilización sin sacrificios y ello no sólo pasaba en el circo; nuestros antepasados indígenas también manifestaban tal realidad por medio de sacrificios humanos. Un teólogo amigo me dijo una vez, que lo edificante nos acerca a Dios, por ende a la perfección, y lo irracional e injusto a los animales.
Algo para el siglo XXI quizás si haya evolucionado, es el hecho de que ya no es necesario llegar a instancias de muerte, aunque se promuevan clandestinamente los combates a muerte entre personas, o peleas de animales; al menos esos espectáculos no cuentan con la venia del poder formal; otro factor de esta evolución es que el circo se difunde por los medios masivos de comunicación.
El entretenimiento a costa de la dignidad de muchos, es un principio que persiste en nuestros días manteniendo vigente el circo romano. Ya no es necesario desnudar a una víctima, o verla cómo lentamente los animales arrancan su piel, para que la dignidad de una persona sea mancillada. En aras de que haya un rating, o vender un espacio televisivo. En cada persona está aceptar ponerle un precio a su dignidad en ciertos espectáculos por sólo diez mil colones, o cotizarse por más de cinco mil dólares.
Aunque en radio se produce también este tipo de programas, tienen un menor impacto en cuanto a la pérdida de dignidad; es en la televisión donde la exposición y pérdida de dignidad se hace evidente… Los programas conocidos como “reality shows”, han enajenado el gusto y la evolución cultural de los ticos. Primero fue el canal de la Uruca, el que se atrevió a tener varios años a un grupo de mujeres bien dotadas de atributos físicos, que se encargaban de llevar a un grupo de incautos al patíbulo, para que el show tuviera lugar y la función circense comenzara. Luego el canal de la Sabana le ha sobrepasado en el mérito de ganar audiencia, hasta han logrado que gente ajena a la historia done parte de su dinero por apoyar causas cuestionadas, llegando al descaro de intentar ganar raiting con el “sueño artístico” de niños. En ese intento desde faranduleros que acceden a mostrar sus pasos de baile, o acompañar a personas con el canto. Y esas gentes aparte de recibir un cheque, comentarios positivos y negativos; qué más ganan…? Pareciera que es algo muy personal de cada una de ellas, porque apenas unos meses pasado el show ¿quién se acuerda de quién ganó el programa de canto o de baile?; puede uno encontrarlos en la calle, sin el brillo de luces y maquillaje, compartiendo la pena y zozobra de las incidencias cotidianas de este pequeño país. El supuesto acompañamiento que ayuda para que una posible carrera despegue es efímero e insuficiente; las personas son útiles en función del rating y los dividendos económicos que puedan sacar.
El canal estatal tampoco se salva de esta propuesta, con un viejo programa los domingos, donde el propósito esencial del conductor es subir su audiencia a costa de hacer quedar en ridículo a los demás.
A diferencia de la compra de esclavos en la antigüedad para gladiadores, como lo fue Espartaco, los ingenuos son los que se prestan a ese circo, que son tomados como carne de cañón. Estos programas tienden a reducir la capacidad de análisis, a sedar la capacidad de manifestar la inconformidad sobre lo trascendente, son una medicina para seguir domesticados.
¡Cuánto se extrañan los maestros extranjeros, aquellos programas! Maravillozoo con el profesor Rosa, o el juego de la Oca con Emilio Aragón, al menos eran concursos más dignos que apelaban a cultivar valores e intelectualidad.
En tanto la ciudadanía lo permita, para los que tienen cable, la única defensa es el perillazo; o seguir tragando sandeces. ¡Que siga la función!
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