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Reza el viejo refrán de que cuando uno anda mal hasta los perros lo muerden. Al menos así interpreto lo ocurrido recientemente cuando un desfile contra la violencia a la mujer, terminó en un salvaje despliegue de malos modales y odios contrarios a la Virgen María y al clero católico. No sé cuál estratega poco inteligente, le aconsejó a ese grupo de señoras y jóvenes, la brillante idea de ponerse en contra de la Iglesia Católica y de las creencias más arraigadas en la idiosincrasia católica del país. No hay como meter la pata y luego decir que es libertad de expresión.
Nunca se ofenden las creencias de una mayoría y especialmente las religiosas, si se quiere hacer popular una causa. Desde luego no se espera la reacción de los enemigos de esos grupos radicales y acéfalos, que obviamente sí existen. Muy desafortunadamente eso desprestigia a toda la izquierda. Da vergüenza que desfiles como esos estén en manos de personas poco atinadas en sus puntos de vista o en sus patologías antirreligiosas.
Decir que la mujer no debe prestarse a ser un objeto sexual de quienes la cosifican, es perfectamente correcto. Existencialmente atinado. Me duele que la izquierda pensante y cautelosa, sufriese el baldazo de agua que se le vino encima también. ¡A quién se le ocurre, en un país católico, el vestir a la Virgen María con un bikini! O para ese caso hacer un llamado vociferante a quemar las Iglesias o a matar a los obispos.
No sé si serán odios patológicos contra el simbolismo arquetipal de un Dios Padre o serán otros aspectos aun más enfermizos. Pero sea lo que sea, no es una posición ni moderada ni juiciosa.
En fin, meter la pata y vivir una vida de perros, también se ve en el Gobierno cuando sigue manteniendo los cuadros del neoliberalismo en los programas económicos del país. Eso dado el total desprestigio de ese planteo económico en el mundo entero. Pero se sigue tocando el tarro ya herrumbrado y obsoleto de un planteo de desarrollo totalmente tóxico. Donde quiera que las semillas de dichos programas hayan florecido, ha muerto la riqueza popular. Una minoría con dinero y una mayoría en proceso de colapso. No comprendo por qué no se cuestiona oficialmente mucho el paradigma nefasto. La toxicidad del modelo neoliberal es ya tan evidente en el nivel mundial, que más bien sorprende que no se haya descontinuado. Hace pensar que esas minorías que usufructúan de dichas inversiones están controlando el Ejecutivo y parte del Legislativo del país.
En contraste, el oasis universitario es un segundo hogar para nosotros los académicos. Es refugio catedralicio. Santuario pues. No es un brete, sino es más bien un abrir de nuevos caminos y un superar de brechas límite anteriormente establecidas. Día a día es necesario buscar cómo nuestra cultura latinoamericana y costarricense puede derrumbar esas murallas teóricas y experimentales, para con las naciones industrializadas. Es crear nuestro propio paradigma y modelo del hombre para presentar lo propio al mundo. Es monasterio laico pues y laboratorio de ciencias básicas y aplicadas. Sus raíces se extienden al medioevo y de ahí a la academia de Atenas y de la Roma antigua. Es un hecho renacentista, a la vez que precolombino. Lo vocacional juega un papel central en todo esto. No es un “job”. Es una vida que produce una obra. Así pues se expande el “kultur geist” o espíritu de nuestra cultura. ¡De nuestra civilización! Debemos producir a través de nuestra praxis el futuro de América Latina, de Costa Rica, del mundo. Todo eso es ser un académico. Una persona de ciencia y de conocimiento. De sabiduría. ¡Eso es la universidad!
Dándole vuelta al tema central, esa vida de perros ciertamente se ve en esas legiones de indigentes que pululan nuestras ciudades. Pagando el precio de ser daños colaterales vivientes de sociedades básicamente indiferentes al hombre, vagan por las calles y duermen a la intemperie. Algunos incapaces de aceptar o adaptarse a las peticiones crueles de la modernidad y otros adictos al alcohol de contrabando y al crack. Víctimas de una visión puramente de colones y centavos o para ese caso modelos solamente administrativos. ¡Sin amor y sin caridad! Lo que sirve que se deseche, clama el mundo plástico. Si no se puede reciclar, que se bote. Así es el caso de los ancianos, que por el hecho de no producir, se convierten en algo demasiado pesado para esas familias educadas en el egocentrismo de un modernismo relativista. ¡Vaya actitud! La necesidad del prójimo es considerada una carga demasiado pesada para ese mundo educado en valores gerenciales. ¡Colmillos en vez de corazones!
Para finalizar, parece que toda regla tiene sus excepciones. Para salir en PROA a veces hay que vivir una vida de perros. Sino que lo diga nuestro conserje de la Facultad de Farmacia, el estimable Fernando. ¡Sí, ese mismo, el que no acepta comerse un perro caliente!
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