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Es un autor farragoso, sigue hablando cuando el lector ya se ha ido, ha dicho el hiperbólico Borges de Víctor Hugo. Bueno, entre genios no se entienden. Ahora, guardando las procedentes distancias, confieso que he leído un autor que se quedó hablando conmigo cuando el libro ya había terminado: es lo que me ha pasado con la novela “Bajo la lluvia Dios no existe” de Warren Ulloa. Desde su pacto inicial con el lector, Ulloa Argüello asume un compromiso que cumple con creces empleando el lenguaje procaz y explícito de los jóvenes de la Costa Rica actual.
Una buena parte de esos jóvenes, desencantados por el fracaso de las utopías colectivas, dígase políticas, religiosas, ecológicas, han recurrido a la evasión. Pero no a una evasión cómoda y sin riesgos. No, antes bien, han optado por una evasión que entraña peligros, que, para transitarla, exige agallas y alguna dosis de inconsciencia.
En otras palabras, exhiben una actitud evasiva ante la realidad pero muestran un carácter desafiante del estatus quo y en contra de la vida “resuelta” de sus progenitores. Si bien pueden ser capaces del desgarre por la pena individual, ya no pareciera seducirles la solidaridad colectiva. Por su carencia propositiva recuerdan el proceder de los montadores de toros en Guanacaste: al hacer algo que no se atreven hacer los otros se sienten “superiores” a ellos. Son escépticos, enemigos de toda convención, salvo la que reniega de las convenciones.
Y el camino que estos sectores de jóvenes han elegido para desafiar la moral, las costumbres, la ley y la salud son el sexo y las drogas. Se sienten en la libertad de hacer con su cuerpo lo que quieren, olvidándose que pueden terminar siendo una carga social. Sobre eso trata la novela de Warren Ulloa Argüello. Son jóvenes arrastrados, por la doble moral y el fracaso de las relaciones de sus progenitores, al vértigo de las drogas con resultados inciertos. El salir, aparentemente ilesos de los primeros escarceos con las drogas y haber experimentado sensaciones que la realidad no proporciona normalmente, hace que prevalezcan en su consumo.
Ratatás, Mabe, Bernal y otros personajes de contornos menos delineados, en un marco social hipócrita y decadente, se involucran en la procura, el consumo y hasta la distribución de los estupefacientes. Con ellos sus vidas pequeño burguesas adquieren un matiz de aventura subyugante. Narradas a un ritmo que a veces se vuelve frenético, con conocimiento y detalle suficientes, las peripecias de los protagonistas, conducen, sin distracciones gratuitas, hacía un clímax que, según las experiencias del lector, será previsible o no, pero nunca decepcionante o malogrado.
“Bajo la lluvia Dios no existe” es la novela de una época, sin afanes moralistas dada la crudeza y fidelidad con la que reproduce el lenguaje y las vicisitudes de los personajes. Por esa propiedad también ésta será una de las novelas de nuestra época. Por lo pronto, es obra que interesará a unos y otros, aquellos para que bajen al submundo en que están sumidos los jóvenes y éstos se verán reflejados en ella o recordarán a los que ya perdieron esa batalla elegida.
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