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Una de las expresiones socioculturales del patriarcado es la misoginia; traducida literalmente, esta palabra se refiera a la aversión u odio a las mujeres, o la tendencia ideológica o psicológica que consiste en despreciar a la mujer como sexo y con ello todo lo considerado como femenino.
Como expresión de nuestra cotidianidad es posible encontrar toda clase de referencias misóginas que fomentan en el colectivo social la violencia en contra de las mujeres, en la medida que denigran sus actuaciones y fomentan una visión de que las mujeres son “malas” o de alguna manera tienen una conducta que requiere del control social. Esto explica cómo analizando el tema de los actos de corrupción de algunos funcionarios públicos se compare esta actuación considerada inmoral con la posible inmoralidad femenina asociada a la conducta infiel.
Esta concepción de lo femenino como malo y por tanto de las mujeres como protagonistas de esta maldad, hace que una conducta tan reprochable como la corrupción en el ámbito público se compare con la posible infidelidad femenina. Lo anterior, como mencionamos, coloca a las mujeres en el imaginario social ostentando conductas similares a las de los funcionarios públicos (denunciados como corruptos) y denigra de esta manera la condición femenina y desconoce los valores morales, sociales y éticos presentes en las mujeres costarricenses.
Siendo así este tipo de expresiones discriminatorias y ofensivas a la dignidad de la mujer, las coloca en lugar de segunda categoría en el escenario social que parte del hecho de que su comportamiento es imprevisible y por tanto crea una especie de incertidumbre y duda sobre cómo nos vamos a comportar las mujeres.
Esto es muy grave, especialmente en un espacio tan sensible como el escenario político. Ya hemos visto cómo las mujeres que han sido elegidas en un proceso democrático como son las elecciones municipales, han encontrado enormes dificultades para ejercer sus cargos y más aún han sido víctimas de acoso político.
Este tipo de expresiones son el reflejo de lo arraigado que se encuentran los patrones machistas y sexistas en nuestra sociedad, sobre ellos se asienta, se legitima y perpetúa la discriminación y a partir de allí se justifica y naturaliza la violencia en contra de las mujeres.
Como mecanismo nacional de defensa de los derechos de las mujeres, repudiamos este tipo de comportamiento y abogamos por un compromiso social sensible a las necesidades de las mujeres y a su derecho a desarrollarse plenamente, en una sociedad que valore sus aportes al desarrollo social y económico, así como que reconozca, legitime e impulse el pleno ejercicio de sus derechos como humanas.
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