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Aunque los zoólogos rusos -más rigurosos en ciencia que nadie- han tratado de ajustar el agua bautismal linneana de nuestra serpiente bécquer, nombrándola concretamente Constrictor constrictor, y diferenciando la subespecie Constrictor constrictor constrictor (será por tanto que aprietan a su presa), en Costa Rica los naturalistas seguimos apellidándola Boa (género) y nombrándola constrictor (especie), en minúscula, pues así manda Carlos Linneo escribir los nombres en latín.
Habiendo presentado brevemente a la protagonista del presente relato –tía Boa, informo al atento lector que sus nocturnas costumbres, muy posiblemente, le han salvado del total exterminio, ya que es capaz de merodear en los alrededores del dormitorio humano, al que no incursiona directamente por ser su morador bullisto, fuerte y violento; tanto que cuando tía Boa se equivoca de presa y atrapa una gallina, que grita desaforada desencadenando la furia del amo, termina igual que la gallina: muerta. Cosa parecida le sucede cuando, por mera necesidad digestiva producto de días de ayuno forzado por escasez de alimento, en un mundo volteado al revés por el mismo Homo sapiens (¿sapiens?), se le ocurre cazar de día, coincidiendo en actividad con el último quien, proclive a la filosofía del miedo, la confunde con sus primas venenosas y la sacrifica –por si acaso-.
Y fue mi nocturna costumbre de levantarme a orinar en el monte, a oscuras, en mi casa de La Virgen de Sarapiquí, la causa del encuentro con tía Boa, un domingo a medianoche, mientras ella trataba de introducir sus dos metros corpóreos al entrepiso, valiéndose del marco de una ventana ubicada junto a la puerta trasera.
Al entrar del patio y cerrar la puerta sentí que algo se movía cerca de mis narices; fijé la mirada en el marco de la ventana aledaña y, sorpresa, ahí estaba, enrollada y moviendo la cabeza en posición de defensa. Prendí la luz y le pregunté:
-¿Escurridizo animal, qué te trae por acá, no ves que es peligroso, hay perros y vecinos asustadizos que te pueden dañar? –Ando alimentándome de ratas, lagartijas o aves dormilonas, y de paso te libero de plagas en el entrepiso y otros rincones de tu casa-, me contestó. -¿Ya comiste?-, le pregunté. –Me aprestaba a hacerlo- me dijo-, pero sentí tus ondas biosociomagnéticas, entonces quise estar alerta. –Pero ya ves que no te haré mal y puedes seguir tu labor-, le contesté.
Al instante tía Boa, silenciosa, comenzó a moverse con cautela, dio algunas vueltas por los marcos de la ventana y la puerta y se metió al entrepiso. Le dí las buenas noches y me fui a dormir; era la una de la madrugada. Al amanecer la busqué sin éxito.
Días más tarde, de regreso por La Virgen, un vecino me contó que una noche, temprano, un grupo de deportistas se topó con tía Boa, cuando ella cruzaba la calle de la reserva biológica La Tirimbina a mi casa. Dicen que estuvo muy brava porque casi la atropellan con un aparato de metal rodante y todavía querían cogerla… ¿o sacrificarla? Parece que la dejaron seguir su camino cuando alguien dijo que la serpiente era propiedad de don Tito; esto gracias a que yo había contado la historia de nuestro encuentro nocturno.
Una semana después, a eso de las 8 de la noche, salí a la pila trasera a lavarme las manos cuando, al abrir el grifo, me topé de nuevo -eso creí de momento- con tía Boa. Envolvía con sus carnosos rombos dos tubos ubicados a un costado de la pila. La saludé apelando a su gracia, mas me contestó que ella era sobrina de tía Boa, que le embargaba la alegría de comprobar lo comentado por su tía, que en reunión familiar habló cosas buenas del amo de la casa puntiaguda, que la trató bien el día que se asustaron mutuamente cuando aquel salió al patio en la obscuridad, que en dicha ocasión la cacería fue abundante y que tuvo que digerir su alimento por muchas horas en el entrepiso de tan acogedora casa. Nos contó, además, lo del encuentro con los deportistas, que no le hicieron daño gracias a que alguien habló de que tía Boa tenía amo, y los amos defienden a sus animales.
La Boa sobrina medía como metro y medio, tamaño que calculé cuando decidió pernoctar en mi casa, mientras se movía lentamente en busca de un rincón seguro, después de haber engullido una buena presa, la cual se le notaba en su vientre abultado. En el comedor aún sin acondicionar, donde tengo la herramienta de labor, la Boa constrictor sobrina encontró mis botas de campo, escogió la más cómoda e ingresó en ella enroscándose dentro. Al día siguiente había desaparecido.
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