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El Benemeritazgo para el Dr. Juan Guillermo Ortiz Guier, es un imperativo.
La indolencia, la pereza, el maltrato, nunca estuvieron en el ideario ni en el diccionario de la vida cotidiana del Dr. Juan Guillermo Ortiz Guier. Por el contrario, la madrugada constituía para él, su fiel compañera para iniciar la jornada de trabajo y la noche, su confidente para ampliar la vigilia, para escribir sus ensayos científicos y el largo camino de la poesía que nos dejó como legado intelectual. Una disciplina férrea de cinco horas de sueño y las demás con su estetoscopio atendiendo el pulso de la salud de sus comunidades.
Fue en 1957 cuando por primera vez tuve la oportunidad de conocer personal y cercanamente al doctor. Era tan grande, como lo sería más tarde su magna obra de medicina social. Yo era apenas un niño, y ese día, en mi pretendida inocencia, conjuntamente con Arnoldo Bogantes le vendimos al doctor, una salvaje ardilla, que acabábamos de cazar y la cual era supuestamente mansa y tierna como un arrullo.
No nos desmintió, llamó a su afable esposa, Virginia Ortiz, quien con el amor tierno de madre decidió comprar la ardilla. La cual al instante recuperaría su plena libertad. Esto podría pensarse como un detalle insignificativo, pero no lo es. En esas pequeñas cosas se fue graficando la dimensión humana y humanista de la familia Ortiz Ortiz.
Después vendrían días hermosos para la salud de la “Región de Occidente”. Palmares sería inicialmente el beneficiado y quiso el destino que después San Ramón gozara del beneficio de este ilustre galeno. Una intervención quirúrgica, una migraña, convulsiones, espasmos, partos, y sus pacientes hacían fila; las manos del doctor con su sabia paciencia las atendían y las curaban, sin mediar ese artificio ejercicio de los horarios.
El horizonte, sin embargo, se ampliaba cada día más. En los poemas que veían la luz en la pluma del médico Ortiz, se dibuja prístinamente el “Hospital sin paredes”. Era una concepción y un programa muy avanzado de la medicina social. Una legitimación de los alcances históricos que la salud ha tenido en Costa Rica, su afirmación con los mejores indicadores sociales, de la medicina pública, en el nivel mundial. Por eso, con toda claridad, tendríamos que argüir que el “Hospital sin paredes” no fue una casualidad del destino. Fue el producto y la síntesis, de las múltiples experiencias en el nivel mundial y atendiendo las particularidades de nuestros cantones y de nuestro país creció y se desarrolló significativamente. El Dr. Ortiz echa a caminar esa portentosa obra. Y en verdad que el hospital fue sin paredes y la casa del Director del Hospital Carlos Luis Valverde Vega fue sin puertas, sin agenda preestablecida, sin vicios protocolarios y mucho menos burocráticos.
También el Programa, dibujó en esencia el sello que desde su inicio le impregnó el Dr. Ortiz. Muchos otros galenos encontrarían refugio en este bello experimento de la medicina comunitaria. El Dr. José María San Juan Piñol, el Dr. Jaime Serra Canales, y muchos otros prestigiosos científicos sociales entusiasmados por los alcances del proyecto, como buenos soldados del testamento hipocrático, vinieron a sumar esfuerzos al proyecto del Doctor.
Las razones son suficientes para que el Benemeritazgo se le otorgue al Dr. Juan Guillermo Ortiz Guier. Un acto de esta naturaleza mediante el proyecto de ley a solicitud de los Honorables Diputados(as) de la actual Asamblea Legislativa, estaría sin lugar a dudas atendiendo la puntual aspiración de miles de vecinos en donde fijó sus raíces el “Hospital sin paredes”. La intención de los y las legisladoras firmantes de dicha normativa jurídica específica, a favor de este benemeritazgo, solo estaría dando lugar al cumplimiento de un sentimiento colectivamente enraizado en miles y miles de los habitantes de nuestro país.
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