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No es un secreto que los procesos electorales en la UCR se preparan con más tiempo que el designado por el Tribunal Electoral Universitario (TEU) como período formal en que puede llevarse a cabo propaganda electoral, a saber treinta días naturales antes de la elección. Esto es así porque la UCR es una institución grande y compleja, cuya colectividad es heterogénea en su composición, plural y pluralista en sus propósitos, diversa en sus ideas.
Esta circunstancia invita a posibles postulantes a realizar consultas en la comunidad universitaria, con el fin de ampliar el conocimiento sobre la realidad institucional, desarrollar una visión compartida de su futuro y abrir los espacios para dialogar sobre afinidades y diferencias.
Ese es un proceso extraordinariamente gratificante debido a la riqueza humana, la variedad de criterios y la profundidad de conocimientos que se encuentran a lo largo y ancho de nuestra universidad. Pero en contraste con esta abundancia, quizá como resultado de las carencias que sufrimos todas las personas, en estos procesos electorales circulan también falsedades y rumores, a los cuales no habría que brindarles ninguna atención, si no fuera porque algunos responden a la psicología social del miedo y al tejido que urde la violencia.
En mi caso, se me han atribuido dos cosas, por lo menos: un estado y una intención. El primero dice que sufro de cáncer. Esta atribución es fácil de rebatir porque la salud física tiene una base material demostrable por las pruebas médicas que podrían aportarse, si de desmentir un rumor se tratara. Por otro lado, la intención atribuida dice que soy enemigo de la acción social, mi entrañable deseo sería eliminarla o bien reducirla a su mínima expresión, razón por la cual las personas que se dedican a ella, sobre todo funcionarios(as) de la VAS, han de anticipar las más temibles consecuencias personales.
¿Cómo desmentir una intención falsa o malévolamente atribuida? En este caso no existe la prueba material, solo la experiencia vivida, las convicciones y los argumentos. Mi experiencia en acción social es pequeña si la comparo con la investigación y la docencia. Aparte de varios cursos de extensión docente que he organizado, en forma de coloquios y seminarios sobre temas de actualidad nacional, una actividad en acción social que aprecio profundamente es una exposición itinerante sobre vida y obra de José Martí, en el centenario de su muerte; exposición que llevamos a muchas comunidades de nuestro país desde el Decanato de la Facultad de Ciencias Sociales. Valoro también haber participado en una comisión institucional sobre violencia convocada por la Dra. Ana T. Álvarez, cuando ella se desempeñaba como Vicerrectora de Acción Social.
Pero más de una década antes, desde el Instituto de Investigaciones Psicológicas, realizamos el primer estudio sobre hostigamiento sexual en nuestra universidad y apoyamos al Dr. Álvaro Trejos W. en los programas iniciales dedicados al adulto mayor, de los cuales años después mi madre fue una agradecida beneficiaria.
Considero que la comunidad universitaria se dignifica en su irrenunciable compromiso con la sociedad. La acción social no constituye solo una devolución parcial de lo que la ciudadanía invierte en nosotros; más allá de ello, articula la esperanza de que la universidad pública pueda contribuir al desarrollo de la justicia, la equidad y la solidaridad. Mediante la acción social podría concretarse, por ejemplo, la aspiración de una “universidad sin paredes” cuya extensión docente sea una oportunidad generosa para quienes no pudieron continuar su proceso de educación formal.
¿Ha de temerme el personal de la VAS? Ha de tomarse en cuenta que, en la Vicerrectoría de Investigación, nos propusimos darle estabilidad a su personal, superamos paulatinamente el “picadillo” de plazas y consolidamos los nombramientos; transferimos a plazas administrativas a quienes estaban en plazas docentes; estimulamos el aprendizaje del inglés y capacitamos al personal en cursos especiales de gestión de proyectos y comunicación científica, tanto en el ámbito nacional como en el extranjero. Tomamos esas medidas y muchas otras, en un ambiente de cordialidad y respeto mutuo.
Al igual que hemos repudiado el tristemente célebre “memorando del miedo” del TLC, rechacemos la mentira y la provocación de pánico. La vida universitaria exige libertad de pensamiento y ejercicio de la crítica, ambas reñidas con el clientelismo que engendra desesperanza y oportunismo.
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