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Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.
Antonio Machado
El día 25 de setiembre del 2011, frío y nublado, como si presagiara algo desagradable, murió Fernando Valverde Abarca, quien fuera más conocido en nuestro pueblo, La Trinidad de Moravia, con el sobrenombre de “Gallo”.
Quizás el lector no sepa de quién hablo. Pues para eso lo presento.
No fue Gallo un laureado científico, descubridor de fórmulas que luego serían mercantilizadas al mejor postor, pero sus actividades cotidianas lo hacían solucionar diversos problemas, de distinta índole y complejidad.
Tampoco se le conoció por alguna obra de arte, que mereciera nichos en catedrales o museos, mas sus logros personales y materiales siempre estuvieron matizados por una continua creatividad, propia de un niño interior que nunca deja de dar luz al intermitente universo adulto.
Jamás recibió un premio Nobel, innecesario para las personas que conservan la decencia, y precisamente era alguien con una paz tan intensa, que podía contagiarla a quienes con él se encontraban.
Nunca se le vería ofreciéndose para los -cada vez más cuestionados- puestos de elección popular, aunque eso no era necesario para ejercer el auténtico liderazgo que tenía, cada vez más difícil de encontrar: el de quien primero escucha, comprende y motiva a las personas, logrando, sin quererlo, cambios en sus vidas.
Era Gallo un trabajador, como la mayoría de quienes generan la riqueza en este país, e igual que toda persona trabajadora iniciaba el día con la esperanza de servir, de ayudar, de beneficiar a la sociedad, y terminaba el día con la satisfacción de una labor cumplida.
No conocía la prisa ni la preocupación. Sabía que un paso dado es el preámbulo del paso siguiente, y que sólo paso por paso llegaría adonde sus pies lo llevaran, y adonde el camino lo dirigiera.
Su rostro gentil, su sonrisa sincera, sus palabras de aliento y su amable saludo serán extrañados por quienes tuvimos la dicha de conocerlo, de sentarnos con él a la mesa, de compartir con alguna bebida un buen rato de provechosa tertulia.
Escribo estas palabras no porque Gallo las necesitara, ya que en vida le hicimos ver el cariño que sentíamos por él. Las escribo porque fue un ciudadano sencillo, silencioso aunque difícilmente desapercibido, una persona como muchas otras, con anhelos, expectativas, intereses, y que como la mayoría de la gente nunca reciben un reconocimiento por el coraje y la libertad con la que asumen su vida, pero especialmente las escribo porque Gallo completaría con su vida lo parco que resulta la definición de “humano” en la mayoría de diccionarios.
El martes 27 de setiembre de 2011, con la fuerte radiación solar, cálida como fue el paso de Gallo por esta corta existencia, despedimos sus restos, que ingresaron a la tumba como si desde su féretro nos regalara su última sonrisa.
Este fue Gallo, quien terminó su jornada con la satisfacción de la labor cumplida, aunque no fuera registrada por los periódicos o la televisión. Sin embargo, su recuerdo y su legado permanecerá en la vida de muchos, en el distrito tercero del cantón catorce de San José, y en muchas otras partes del país, y se le recordará con el amor auténtico de quien lo repartió hasta la saciedad por donde quiera que fuera.
¡Hasta siempre, Gallo!
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