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Había una vez una aspirante a reina que llenó de promesas y esperanzas a los habitantes de un pequeño país llamado Cóntica. Ella confiaba en que la poderosa herencia política de su antecesor la haría llegar al trono sin ningún problema. Intentó mostrarse como una líder disciplinada y humilde para ganarse la confianza del pueblo. Engrandeció tanto la imagen del rey saliente así como la suya e hizo creer a casi la mitad de los plebeyos que ella era la única que podría convertir a Cóntica en un lugar ordenado y seguro. No bien ocupó el trono, logró el enamoramiento de los pobladores –que creían estar viviendo en una fantasía idílica- pues vetó un proyecto que presentó la corte real para obtener mayor remuneración económica por sus labores.
El rey saliente se enojó con ella y de repente la reina dejó de aparecer ante el pueblo quien no notaba cambio alguno en la situación de Cóntica.
-¿Se habrá quedado muda la reina? -le preguntó un niño a su madre-
-¿Por qué dices eso hijo?- dijo la mujer exhausta por el trabajo esclavo que realizaba para poder comer lo básico.
– Porque llevo mucho tiempo sin escucharla, me parecía gracioso cómo imitaba nuestra manera de hablar para que la aceptáramos. Además extraño sus discursos optimistas en los que nos decía que era capaz de cumplir todos sus planes.
Los pobladores vivían cada vez más ansiosos. La reina no tenía capacidad para imponer orden, y el caos en el que vivían era abrumador. La soberana no tenía liderazgo ni decisión, su corte real le dio la espalda y se dedicaba a criticarla abiertamente, sus ministros la abandonaron y la corrupción alcanzó límites insoportables.
La reina le cedía al clero la autoridad de tomar o inmiscuirse en decisiones del Estado e ignoraba completamente la premisa histórica de “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Dice la leyenda, que una tarde un anónimo le hizo llegar a la monarca la obra “El Príncipe”(1513) de Maquiavelo, para que siguiera las pautas y consejos que le dedicara él a Lorenzo II de Médici para lograr la unificación de Italia, separando la religiosidad de la política en sí. La reina le dijo a un servidor que leyera una página al azar para ella. El hombre, miró de reojo al resto de los presentes y con una sonrisa maliciosa leyó: “el príncipe cae en el menosprecio cuando pasa por variable, ligero, pusilánime e irresoluto. Ponga, pues, sumo cuidado en preservarse de semejante reputación como de un escollo, e ingéniese para que en sus actos se advierta constancia, gravedad, virilidad, valentía y decisión”. El silencio se apoderó de la sala, la sangre de la reina hervía, “este florentino loco no me va a decir a mí qué hacer”, dijo. En un instante la sala estalló en júbilo, todos los presentes se burlaban de la reina pero ella, optó por creer que la risa era por el texto y no por su inminente caída en el menosprecio popular e histórico.
La reina tomaba decisiones que favorecían a los corruptos, ella alegaba que no era su estilo “buscar culpables”; se caracterizó también por mantener tercamente a sus amigos -independientemente de su capacidad y rendimiento- en puestos que requerían de mucha responsabilidad y su reacción ante temas controversiales fue siempre el silencio.
Muy lejos habían quedado las palabras con las que se describía la reina al aspirar al trono. Ella se vanagloriaba de ser “Firme (adj. estable, fuerte, que no se mueve ni vacila) y honesta (adj. razonable, justo, decente o decoroso)”. Se dice que cuando la reina decidió que cobraría más impuestos a su pueblo (que ya pagaba en exceso comparado con otros reinos vecinos), los plebeyos se cuestionaron más que nunca su firmeza y honestidad. ¿Había sido justa con el pueblo que confió en su plan para combatir a los malhechores que aterrorizaban al pueblo con asaltos y asesinatos? ¿Había sido fuerte al defender los derechos de los grupos minoritarios contra los intereses/mandatos de la Iglesia Católica? ¿Había sido razonable a la hora de aceptar sus errores y los de su corte y tomar las medidas requeridas para enmendarlos? Pero la curiosidad que devoró a la gran mayoría fue: ¿dónde creyó haber vivido, aprendido y trabajado la reina antes de llegar al trono? Sus excusas, soberbia, silencio y falta de compromiso hicieron dudar si la reina fue aprendiz, ministra y princesa de Cóntica o si simplemente estaba de paseo con Alicia en el país de las mgaravillas.
Por suerte, este es un cuento desarrollado en una monarquía, en una democracia en pleno siglo XXI esto no sucedería… ¿O sí?
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