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Dinero

En la edición del  10/8/11, escribí un artículo intitulado NÚMEROS y otro el 21/9/11 encabezado DEUDAS; ahora voy a referirme a dinero. Le ruego, estimada lectora,  estimado lector, que me disculpe si esos conceptos y temas le parecen triviales, pero me  intriga cada vez más cómo, aún entre economistas, hay tantas omisiones, ambigüedades y confusiones sobre la materia. Concomitantemente, me desconcierta que autoridades del Banco Central se resisten a aclarar aspectos fundamentales de estos.

En la edición del  10/8/11, escribí un artículo intitulado NÚMEROS y otro el 21/9/11 encabezado DEUDAS; ahora voy a referirme a dinero. Le ruego, estimada lectora,  estimado lector, que me disculpe si esos conceptos y temas le parecen triviales, pero me  intriga cada vez más cómo, aún entre economistas, hay tantas omisiones, ambigüedades y confusiones sobre la materia. Concomitantemente, me desconcierta que autoridades del Banco Central se resisten a aclarar aspectos fundamentales de estos.
Por ejemplo, hace  cinco años resumí algunas reflexiones del profesor Vittorio Mathieu, filósofo italiano estudioso de economía, sobre la necesidad de hacer aclaraciones al respecto para efectos de política monetaria. Pero los colegas de esa institución ni siquiera dijeron “pío”: según mi profesor de macroeconomía James Duesenberry (1918-2009),  “parecen estar tan ocupados  con los problemas económicos del momento, que no tienen tiempo para pensar”, menos explicar, me permito agregar.
Por eso acudí a los profesionales del Instituto de Investigaciones en Ciencias Económicas (IICE-UCR) -especialmente los jóvenes- para promover una discusión en el contexto académico.
Entre “números” y “deudas”, hay un problema epistemológico que es hasta peligroso discutir en público. Dicen  algunos economistas tradicionales y conservadores que estudiar los componentes histórico-políticos de este es radicalismo que no conduce a soluciones “prácticas”. Consideran que esos temas no deben ser estudiados por economistas, sino sociólogos. Respecto a la relación entre “deudas” y “dinero”, otros se guían por modelos implícitos, estáticos y arbitrarios o intransparentes para  los ciudadanos ordinarios.
Los informes del “programa monetario” se limitan a registrar el acervo de la deuda pública  y su flujo (endeudamiento anual). Respecto a la deuda privada, no hay explicaciones sobre quiénes  -es decir, los actores económicos concretos- toman o participan en  las decisiones que convierten esas deudas en dinero. Toda esa dinámica se toma como “exógena”  -más elegantemente, ceteris paribus– y se derivan sus  posibles implicaciones para “las tasas de interés”; las disquisiciones sobre “causas” y “efectos” ocurren en un ámbito de  especulación. Confieso que hasta allí alcanza mi visión y comprensión. Si en ello cometo  errores, agradecería que me expliquen.
Durante la campaña electoral anterior, se asomó una discusión inusual sobre tales  asuntos,  en que participaron economistas como Bernal Jiménez, Jorge Loría, Jorge Guardia,   Manuel Villasuso, Luis Liberman. Y fueron revelados fenómenos graves, por ejemplo,  enriquecimiento personal y hasta “crímenes de política monetaria”. Tales son los  acontecimientos histórico-políticos de que hablé en mi artículo anterior.  Infortunadamente,   después del calor de la votación,  todo volvió a la “tranquilidad normal”;  como señalé en el primer artículo, esos procesos “perduran, aunque las sociedades (capitalistas) generan numerosos mecanismos e instituciones para atenuarlos, disimularlos e inclusive olvidarlos”.

  • Roger Churnside (Catedrático)
  • Opinión
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