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Toda interacción personal e interpersonal demanda que yo exista. ¡Interactúo, luego existo! Es ley y demanda de la relacionalidad. La cosa es si tú existes también eres parte de mi matriz y cosmos interactivo. ¿Si yo y tu existimos, porque no interactuamos? ¿Será que absorbemos el tú anteriormente para convertirlo en un yo? Dicha posibilidad me llena de espanto. ¡De algún pánico primitivo!
Es como estar en esas grandes ciudades donde el que pasa a la par ya no es un prójimo. ¡Me invade una terrible soledad! ¿Dónde y cómo estaré si tú no existes? ¿Por qué he asesinado al “otro” y por ende cometido el suicidio del “yo”? Tantas interrogantes y tan pocas respuestas. La sociedad actual parece fomentar simulaciones de las conversaciones en anuncios, en grabaciones por teléfono y a través de esas detestables redes sociales. Todas son medias de evitar el “tú” verdadero y reposar sobre el chunche electrónico. Desde luego se evita el yo también. Yo incluso me llego a chunchificar.
Yo incluso me logro petrificar y emito esas ridículas, estereotipadas y automáticas respuestas tales como “Gracias a Dios”, “Si Dios quiere” y “Todo bien”. ¡Monumentos a lo vacío! Claro que dicha chunchificación encarna al hombre en la forma de un peluche de lona, diabéticamente endulzado. ¡Así de corrongo! No encarno como humano, sino como cosa. Una cosa indeseable e indiferente al ambiente de tú y del otro. No se denota la pasión para con el prójimo. La propia se reduce con facilidad al narcisismo. La falta de esa pasión es reveladora de un milieu chunchificado.
De un colapso de la civilización y de la cultura. Lógicamente la chunchificación produce billones de dólares y euros a partir de ciudadanos, otrora inocentes del hecho de tener que comprar esas necesidades. Se enseña la necesidad del chunche para evitar la necesidad del “yo” y desde luego del “tú”. Lo “otro” igualmente fomentado por esa cosificación no logra sobrevivir más allá de querer comprar una mascota, ir a un restaurante o a una película.
Las modas son de cosas, no de seres humanos. Se ha logrado usar necesidades psicológicas profundas y crear una antropología que es ausente en lo tribal. Es la antropología del hombre solitario.
Como consecuencia de la ausencia de la conversación entre sujetos, se puede decir que queda mudo lo interpersonal. Sin esa pasión de la conversación creativa e interactiva, la pulsión hacia un futuro disminuye.
Están enterrando las generaciones humanas del futuro. Como tiempo y como hecho. Si se busca sustituir con ciencia y tecnología ese estado del habla creativa e interactiva, se estaría buscando en la investigación el crear de un mundo robótico. No son “conversaciones o comentarios de aldea” aquellas que les interese volver al humano como punto central del hecho planetario. ¡De la creación! Ese sustituir de la cosa por el hombre en el siglo XX y XXI, son tantos intentos de asesinato de lo real protagonizado por lo ausente de verdad. Interesarse por evitar la explotación o el desarrollo excluyente, no es un protocolo contrario a la riqueza, sino uno que busca la riqueza popular también. Esa aseveración de las dos riquezas, es fundamental para explicar un mundo verdadero en vías de una realidad y no de una pesadilla. Toda antropología repleta de las entropías de la desigualdad, se hace más y más inestable. ¡Hasta llegar a quebrantarse!
Si la investigación científica es mediatizada por una ideología cada vez más de chunches y menos de seres planetarios, se está cortando el hálito de la futurología, de la profecía, del misticismo y la magia mítica. Lo sacramental como indicativo de lo humano puede llegar a ser blasfemado por el objeto, en olvido del sujeto. Si lo sacramental es comprar un automóvil, el mundo se llenará de transportes no colectivos, más desastrosamente individualizados.
En parte eso ha ocurrido en Costa Rica, donde el símbolo de estatus gira alrededor de ser dueño de un carro. Una sociedad difunta triunfa de nuevo. Si tiene un automóvil “no se la está pelando”. ¡Qué feo que todo un planteo ontológico de lo humano como humano, sea rechazado a favor del planteo absurdo de solamente tener un automóvil! ¡Qué sed y qué hambre de estatus tan salvaje! ¡Tan devastadoramente simple! ¡Tan basado en la ignorancia!
El hombre simple de finales del siglo pasado y principios del actual, se encuentra en vías de fracaso de lograr ser complejo y por ende multivariado. Como una biblioteca que solamente tiene tomos de un autor, el humano parece haber reducido las variables de su existencia.
Lo humano como hecho renacentista se confronta con esas realidades de reducción de la información. La cantidad parece mucha, pero si examinamos la naturaleza de esa información cuidadosamente, encontraremos que en realidad es monoparadigmática. Hay casi una completa brecha para con los siglos anteriores al XX. Hay demasiados salvajes altamente entrenados en menos y menos variables. El bárbaro especialista.
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