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Distintas versiones del miedo

El ruido de las bolas al chocar sobre el paño desgastado. El salón sombrío ubicado en alguna calle de Bogotá. El billar urbano en el que se encuentran los desconocidos en sus horas de ocio. En la pantalla del televisor noticias de desastres aéreos que se sospecha, fueron provocados por la mano invisible del narcotráfico. Un profesor de introducción al derecho y un ex convicto intercambian palabras, comparten unos tragos, discuten sobre acontecimientos violentos de años atrás y en el borde de la calle, los sorprenden a balazos. A uno le quitan la vida, al otro lo dejan con una herida en el abdomen y con la intriga que da paso a la novela que ganó el premio Alfaguara del año 2011.

El ruido de las bolas al chocar sobre el paño desgastado. El salón sombrío ubicado en alguna calle de Bogotá. El billar urbano en el que se encuentran los desconocidos en sus horas de ocio. En la pantalla del televisor noticias de desastres aéreos que se sospecha, fueron provocados por la mano invisible del narcotráfico. Un profesor de introducción al derecho y un ex convicto intercambian palabras, comparten unos tragos, discuten sobre acontecimientos violentos de años atrás y en el borde de la calle, los sorprenden a balazos. A uno le quitan la vida, al otro lo dejan con una herida en el abdomen y con la intriga que da paso a la novela que ganó el premio Alfaguara del año 2011.
Juan Gabriel Vásquez nació en Bogotá en el año de 1973. Ha escrito, entre otras cosas,  una biografía sobre Joseph Conrad, un libro de relatos, otro de ensayos literarios y tres novelas. La última de ellas lleva por título +El ruido de las cosas al caer y no le debe nada al realismo mágico de Gabriel García Márquez. Vásquez se ha interesado en traducir obras de John Hersey, John Dos Passos, Victor Hugo y E.M. Forster. Admira la literatura norteamericana contemporánea, principalmente a Philliph Roth. Uno de los cuatro grandes según Harold Bloom, los otros tres son Thomas Pynchon, Don Delillo y Cormac McCarthy. Creo que ello se nota en el estilo sencillo y directo y en la narración en primera persona que escogió para contar la historia de iniciación en el tráfico de marihuana de un hombre como cualquier otro que se apellida Laverde.
“Y es así que se ha puesto en marcha este relato. Nadie sabe por qué es necesario recordar nada, qué beneficios nos trae o qué posibles castigos, ni de qué manera puede cambiar lo vivido cuando lo recordamos, pero recordar bien a Ricardo Laverde se ha convertido para mí en un asunto de urgencia. He leído en alguna parte que un hombre debe contar la historia de su vida a los cuarenta años, y ese plazo perentorio se me viene encima: en el momento en que escribo estas líneas, apenas unas cuantas semanas me separan de ese aniversario ominoso. La historia de su vida. No, yo no contaré mi vida, sino apenas unos cuantos días que ocurrieron hace mucho, y lo haré además con plena conciencia de que esta historia, como se advierte en los cuentos infantiles, ya ha sucedido antes y volverá a suceder. Que me haya tocado a mí contarla es lo de menos.”
Lo que no es poca cosa en esta novela, es la elección del narrador en primera persona y el uso que se hace de él a lo largo de toda la historia. Éste tal vez sea el mayor acierto de esta obra de lectura fácil y fluida, a veces superficial, que toca temas que garantizan el interés de muchos lectores: la mítica hacienda Nápoles de Pablo Escobar, la infaltable violencia que recorre casi todo el realismo contemporáneo en la literatura de América Latina y además, historias de amor que se cruzan, embarazos y desencuentros que humanizan a unos personajes marcados por el miedo, esa pasión que para Thomas Hobbes es la primera.
“Después de que la calle 14 me fuera robada – y después de largas terapias, de soportar mareos y estómagos destrozados por la medicación- comencé a aborrecer la ciudad, a tener miedo, a sentirme amenazado por ella. El mundo me pareció un lugar cerrado, o mi vida una vida emparedada; el médico me hablaba de mi miedo a salir a la calle, me arrojaba la palabra agorafobia como si fuera un objeto delicado que no hay que dejar caer, y para mí era difícil explicarle que justo lo contrario, una claustrofobia violenta, era lo que me atormentaba.”
LA INQUIETUD DE MUCHOS

No en pocas oportunidades la literatura ha servido  como instrumento que posibilita los exorcismos, que le permite a un autor resolver de forma simbólica los conflictos que lo han inquietado por años. Pertenecer a una generación que creció con el narcotráfico, que vivió de cerca la forma en la cual el crimen organizado penetraba hasta los rincones más íntimos de la sociedad colombiana, parece ser uno de los demonios que Juan Gabriel Vásquez se decidió a enfrentar con +El ruido de las cosas al caer. No está demás decir que el tema vende y que no es el primer colombiano que lo aborda. Sin embargo, la forma fácil y directa con la que narra, la estructuración de los tiempos de la novela y la cercanía de las voces, no sólo le dan verosimilitud a la obra, sino que además, permite mostrar cómo algunas desgracias que sufren los personajes, por más íntimas que sean, de una u otra forma, están vinculadas a las acciones del narcotráfico y a la violencia que tomó al país suramericano durante los años ochentas del siglo XX.
“Hoy es domingo, ocho de la noche, y no has venido. Y yo no veo adónde podemos ir ya. Tú y yo, quiero decir, no veo adónde podamos ir tú y yo, qué es lo que sigue después de esto que nos ha pasado. He tratado, he tratado mucho, tú sabes que sí. Y ya me cansé de tratar, hasta yo me canso. Ya no puedo más.”
En la historia de la literatura latinoamericana, un capítulo notable lo ocupan las novelas de dictadores. Algunos autores consideraron que lo importante no era hablar de la dictadura, abordarla de frente, sino narrar cómo los efectos de ella penetran en todos los rincones de la sociedad, hasta impedir el sueño y el amor entre los ciudadanos. De igual modo, +El ruido de las cosas al caer no es una novela sobre el narcotráfico, sin embargo muestra los efectos subjetivos de éste, la forma en la que carcome las vidas íntimas de las personas que lo padecen, las mismas que sienten miedo al cruzar una calle o al subir a un avión, al tomar una carretera nacional o al notar la ausencia en la noche, del compañero que prometió llegar temprano.
Movidos por la cercanía de la muerte, algunos de los personajes que Vásquez construye, urbanos y contemporáneos, se ven obligados a escarbar en el pasado para darle sentido a la tragedia, para calmar los demonios de la curiosidad y de la venganza. Hablando con otros que tienen su propia versión del miedo, calman sus ansiedades. Bogotá se hundía en la violencia y esa experiencia no era posible expresarla con el llamado realismo mágico, hecho para otros tiempos y otras circunstancias.
“Colombia produce escapados, eso es verdad, pero un día me gustaría saber cuántos de ellos nacieron como yo y como Maya a principios de los años setenta, cuántos como Maya o como yo tuvieron una niñez pacífica o protegida o por lo menos imperturbada, cuántos atravesaron la adolescencia y se hicieron temerosamente adultos mientras a su alrededor la ciudad se hundía en el miedo y el ruido de los tiros y las bombas sin que nadie hubiera declarado ninguna guerra, o por lo menos no una guerra convencional, si es que semejante cosa existe.”
El realismo literario aplicado a Bogotá, a Colombia, el uso de la primera persona para narrar tanto vivencias íntimas como aspectos del mundo social, la aventura de un hombre solitario que adquiere cierto sentido al vincularse con la historia de su país, el cruce que se da entre la historia del sujeto de la narración y la historia del sujeto narrado, el profesor de derecho y el narcotraficante, son todos elementos de esta novela de título sugerente, que de alguna forma, pretende ser la caja negra de un avión caído que se despedaza por los suelos.

  • Javier Córdoba 
  • Los Libros
Violence
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