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¿Más violines que tractores?

La promesa de una velada inolvidable. Los pasados sábado 17 y domingo 18, ambos del mes de setiembre, el Teatro Melico Salazar fue dispuesto como la morada de una fiesta que, entre expectativa y ansiedad, recibió a cientos de personas congregadas en torno a una noche que prometía ser más que memorable. No era para menos, ya que el menú de la velada conjugaba, en la concepción de un espectáculo finamente estructurado, a dos invitados tan especiales como particulares: la Orquesta Filarmónica Nacional y el rock and roll.

La promesa de una velada inolvidable. Los pasados sábado 17 y domingo 18, ambos del mes de setiembre, el Teatro Melico Salazar fue dispuesto como la morada de una fiesta que, entre expectativa y ansiedad, recibió a cientos de personas congregadas en torno a una noche que prometía ser más que memorable. No era para menos, ya que el menú de la velada conjugaba, en la concepción de un espectáculo finamente estructurado, a dos invitados tan especiales como particulares: la Orquesta Filarmónica Nacional y el rock and roll.
Afortunadamente,  mas no azarosamente, la calidad y elegancia interpretativa del grupo orquestal –al que Marvin Araya, su director, regenta superlativamente- precede a la orquesta en cada una de las producciones que realiza.
Por otra parte, el rock and roll –trascendiendo su estatus de género musical para ubicarse en la neuralgia de una cultura nacida a partir de los años 60- fue el segundo de los protagonistas que nos sedujeron a abarrotar un inmueble que, lejos de los habituales ecos de Mozart, Bach o Vivaldi, fue engalanado para vibrar al ritmo de frenéticos compases y coros estridentes.
La feligresía, integrada por heterogéneos componentes de todos los rangos etarios, ansiaba conocer de qué manera serían fundidos los susurros de los violines y la sutilidad de las flautas con la volatilidad y el ímpetu propio de bandas como Metallica, Iron Maiden, Led Zepellin, entre otras; la tarea, ciertamente, no era fácil… ¿cómo empatar a La Quimera y a Belerofonte en un trayecto que, ya de por sí,  se prestaba desde un inicio complicado?
Verificando la calidad. Lejos de amilanarse ante el reto propuesto, el maravilloso grupo de músicos de la orquesta, su director –cual afanoso comandante en jefe- los músicos e intérpretes invitados y los arreglistas nos brindaron -quizás “premiaron” sería una expresión más apropiada- un espectáculo henchido de belleza, fuerza y energía. Imposible fue resistir la tentación de agitar nerviosamente la cabeza de arriba hacia abajo, de tamborilear con los dedos al ritmo de la canción entonada o de acompañar al cantante en el viaje lírico de su voz; simplemente los asistentes supimos que merodeándonos, con las luces del teatro como testigos, el talento de figuras como Robert Plant, Roger Waters y Freddie Mercury –entre tantos otros- fue majestuosamente materializado por la orquesta y sus intérpretes invitados.
La casualidad, en la gracia y elegancia del montaje presentado, no tiene cabida.
Desde años atrás, la Filarmónica Nacional nos tiene habituados a presenciar espectáculos sencillos pero sublimes; vorágines de emociones que nos llevan de la exaltación al enmudecimiento, haciendo escala necesaria por los senderos de la admiración apreciada por el público costarricense al ver a sus coterráneos rozando la perfección en sus interpretaciones.
La elocuencia de don Pepe. Don José Figueres Ferrer en el año de 1972, al inaugurar “El Programa Juvenil” impulsado por la Orquesta Sinfónica Nacional –en el marco de su remozamiento- pronunció una alocución, en la que haciendo gala de su privilegiado ingenio, indicaba que “…para qué el progreso, sin todo esto, la educación la cultura, la música, lo espiritual, aspectos esenciales en la vida del hombre… La verdad es que… ¿para qué tractores sin violines?” La Orquesta Filarmónica Nacional, en palabras de su director, requiere de vastos fondos (inexistentes en multiplicidad de ocasiones) para el acometimiento de los proyectos dispuestos para su temporada de recitales. Empero, la efectiva dotación del recurso económico, que según los méritos exhibidos por la orquesta debería ser colosal, representa la inacabada búsqueda por financiar un proyecto maduro y consolidado, de filarmónicos resultados. El auge de talento en el medio musical costarricense no es un mito, la realidad nos obliga a ensordecer, al menos por un momento, el trémulo rugido de los tractores para permitirnos atender el fastuoso y galante susurro de los violines.

  • Mario Matarrita Arroyo (Estudiante de la Facultad de Derecho UCR)
  • Opinión
José Figueres FerrerPresidentes de Costa Rica
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