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La educación es una acción generada en cualquier etapa de la vida, mediante la interconexión de múltiples elementos, siendo así de modo natural por antonomasia; sin embargo, la vida en sociedad ha requerido de la sistematización de procesos y la priorización de contenidos con el fin de responder a las necesidades e ideales desde un planteamiento educativo formal.
En el caso costarricense, la educación formal parte de una política educativa, comprendiendo ésta como una articulación teórico práctica del modelo educativo que responderá a la formación del ciudadano de la nación; en fin esta se puede considerar como toda acción del Estado en relación con la educación. Esta articulación para que sea efectiva debe darse mediante un diálogo de la sociedad en general, para evitar la polarización del modelo educativo, y evitar así que ésta responda a intereses sectarios.
La política educativa costarricense se enmarcada desde un sistema jurídico, en la Constitución Política costarricense y Ley Fundamental de Educación; en el nivel constitucional resalta lo contenido desde el artículo 76 al 89 y en cuanto a la Ley de 1957, el recordado artículo segundo en donde se enfocan los fines de la educación, del que cabe mencionar: ““La formación de ciudadanos amantes de su Patria, conscientes de sus deberes, de sus derechos y de sus libertades fundamentales, con profundo sentido de responsabilidad y de respeto a la dignidad humana”.
Además de este sustento jurídico desde el Ministerio de Educación Pública de Costa Rica han emanado otros documentos que vale la pena recordar tales como: Política Educativa hacia el Siglo XXI (1994), así como Plan de Acción de la Educación para Todos 2003-2015 (2003), y el actual proyecto Ética, Estética y Ciudadanía, legado de la administración Arias Sánchez, bajo la dirección del actual Ministro de Educación Leonardo Garnier. Estas iniciativas para repuntar la educación costarricense no son ideas ex nihilo, sino que encuentran raíces en propuestas educativas internacionales tales como la Declaración Mundial de la Educación para Todos, Jomtien, Tailandia, en 1990, el Informe de Delors, el Foro Mundial sobre la Educación, “Educación para Todos: cumplir nuestros compromisos comunes”, también conocido como Tratado de Dakar, a inicios del siglo XXI, y el proyecto Tuning para Europa, y su posterior aplicación a Latinoamérica. De esta manera, se devela la línea sobre la cual se ha ido gestando la actual política educativa costarricense; sin embargo, es necesario preguntarse si dicha política ha sido llevada a la praxis de un modo efectivo, si ésta responde a las necesidades del pueblo costarricense.
La actual época, considerada como modernidad tardía por algunos, postmodernidad por otros, se caracteriza por ser líquida, como expresa el pensador Zygmund Bauman; se percibe un flujo inestable y vacío en la temporalidad; se da una relativización de criterios en cuanto lo moral, en fin, se denota una crisis en cuanto lo humano. De esta realidad no escapa la sociedad costarricense, caracterizada por una amplia desfragmentación social si se basa en criterios económicos, una desconfianza transmitida por los medios y las fuerzas políticas que invitan a los ciudadanos a desconfiar del hermano, del vecino, del extranjero. La dinámica de relaciones humanas se desconfigura dando paso a la vitalización de Yo, abriendo la ventana a la juventud para que se alterne con un altermundo, donde pueden ser libres de la realidad, como cerebros en cubetas parecen las personas atadas a la red, mientras el hambre y la desigualdad se invisibilizan, mientras éstas atacan despiadadamente bajo una mano invisible que carece de rostro.
Estos eventos sociales impactan el medio educativo costarricense, y han de imponerse como elementos por considerar en la reconfiguración de la política educativa costarricense, ya que la educación no ha de ser algo estático que responda únicamente a ideas de entidades internacionales, sino que ha de ser también un sacar desde adentro, involucrando a toda la comunidad civil, para que la respuesta a las necesidades sociales no sean brindadas solamente por aquellos que no han sentido hambre, ni frío, sino por la sociedad en general. La educación ha de ser un accionar liberador, como plantea Paulo Freire, donde educador-educando se encuentren frente a frente como seres con los mismos derechos, donde el encuentro con el rostro del otro sea el mecanismo para el encuentro consigo mismo, como el judío Emmanuel Levinas nos aporta desde su pensamiento dialógico.
Es necesario replantearnos la sociedad en general, si la política educativa vigente refleja el diálogo de toda la sociedad respecto a la sociedad costarricense que anhelamos o sin nos encontramos navegando sin un rumbo, sin futuro, y sin una idea clara de ciudadano para el futuro; ante esto apelo a las certeras palabras de Séneca “Ignoranti, quem portum petat, nullus sus ventus”.
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