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Después de aquel singular episodio en que el pueblo argentino salió a las calles al grito de ¡Que se vayan todos! comenzó una nueva y apasionante etapa de la historia Argentina. Ese trascendente hecho, que acaba de cumplir diez años, fue la culminación del total desengaño del pueblo argentino con una clase política dirigente que llevó al país al desastre. El repudio fue tal que sus autores no podían ni caminar por las calles y se vieron obligados incluso a dejar de frecuentar lugares públicos.
Fue un clamor, un grito de enojo, que atronó en cada rincón del extenso país sudamericano. Sintetizaba el profundo malestar no solo contra los efímeros gobernantes de turno, sino también contra miembros de una oposición que no supo interpretar los signos de los tiempos. Muchos coinciden en que la clase política argentina quedó arrinconada y estigmatizada quizá como nunca antes en la historia.
Las asambleas ciudadanas, los piquetes permanentes en las calles de las grandes ciudades y los cacerolazos anunciaban algo diferente, un cambio significativo en la voluntad de un pueblo que venía de soportar una de las más sanguinarias dictaduras de América Latina, las que fueron no solo toleradas sino apoyadas y hasta impuestas por quienes hoy pretenden venderse como paladines de la defensa de la democracia y de los derechos humanos en nuestra región.
La creciente desocupación, los precios de los alimentos básicos por las nubes, los índices de pobreza, con cifras jamás imaginadas en uno de los países más ricos de América Latina, el cierre de fuentes de trabajo, la fuga de capitales y el famoso «corralito», fueron apenas algunas muestras del grave deterioro.
La sangrienta represión y las muertes que la acompañaron no amilanó a los argentinos como tampoco lo lograron hacer los persistentes intentos de desmovilización de una clase política temerosa, ansiosa de llegar a acuerdos entre cúpulas. El pueblo en las calles mostraba una inclaudicable voluntad de lucha que hacía vislumbrar un nuevo amanecer: un feliz retorno a esa Gran Patria Gaucha.
Resumida en esa frase movilizadora se anunciaba la hora de reemplazos, de remover a los que no servían pero que pretendían, valiéndose del mismo repetitivo discurso altisonante de siempre, seguir siendo inamovibles representantes de un pueblo usado y abusado. Fue así que surgieron figuras casi desconocidas como Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner. Pertenecían ambos a una nueva generación de jóvenes políticos que, con inusual coraje y persistencia, dieron un paso al frente para asumir los necesarios liderazgos demandados; que animaran al pueblo argentino a superar los miedos, las visiones fatalistas y los sentimientos de impotencia.
El resto es historia conocida. Los años de gobierno de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner han sido de grandes aciertos que, día tras día, muestran de manera irrefutable como un camino propio, un nuevo tipo de desarrollo, en lo económico, en lo social, en lo cultural, en lo tecnológico y en lo científico, es posible. ¿Fue acaso también un ejemplo demostrativo de aquella sentencia napoleónica «no hay malos soldados sino malos generales «?
Los «agoreros análisis», muchos construidos en laboratorios de noticias, profusamente divulgados por los medios hegemónicos, dentro y fuera del país, a partir de aquel histórico momento cuando Néstor Kirchner, en el Salón Blanco de la Casa Rosada, les comunicó a los representantes del FMI que Argentina ya no los necesitaba, quedaron enterrados en olvidos, junto a esa Argentina virtual que pretendieron vender.
Argentina cuenta hoy con una situación fiscal holgada, con abundantes reservas en el Banco Central y un impresionante crecimiento económico con inclusión social. Un modelo exitoso convertido en paradigma que genera certezas frente a otras realidades que producen histerismos e incertidumbres.
Dentro de pocos días los argentinos con su voto ratificarán el apoyo a un Buen Gobierno que ha sabido llegarle al pueblo. Las encuestas nos hablan de triunfo arrollador de la presidente argentina, aún mayor que en las recientes primarias. Será otra clara muestra que cuando un pueblo se muestra firme y hace a un lado a quienes con sus impudicias, mediocridades, pusilanimidades y vergonzosas connivencias solo cosechan fracasos tras fracasos, obtiene victorias aplastantes y los barre en las urnas.
En Argentina se inicia una nueva fase de un proyecto de país, nacional y popular cuyos futuros éxitos continuarán siendo alicientes para superar miedos e incertidumbres, desesperanzas e impotencias. La Argentina de hoy activa las conciencias y robustece la mayor de las fuerzas impulsoras: la esperanza. Esa esperanza que estará siempre presente en las interminables luchas de pueblos que, como el costarricense, se están levantando, dando pasos al frente para recuperar lo propio y tener futuro.
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