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El grado de aislamiento de los países de la región centroamericana funciona tan a la perfección, que casi no nos damos cuenta de lo que viene ocurriendo en los países vecinos, a lo largo de la década que acaba de concluir y en especial en aquellas áreas que conforman nuestra inmediata e inocultable vecindad geográfica.
El caso de la vecina Panamá con las múltiples expresiones de los avatares de su vida política, social y cultural reciente que, por lo general, pasan desapercibidos para nosotros constituye un buen ejemplo de lo que estamos afirmando. Es decir, que para quienes conformamos la gran mayoría de la población de la Tiquicia de los valles centrales sucede que, a lo sumo y yendo un poco más allá de nuestra indiferencia habitual, resultan inexistentes muchos de los procesos y realidades cambiantes que vienen experimentando los países y comarcas vecinas a la nuestra, sobre los que convendría detenernos a reflexionar un poco, al menos por las repercusiones que podrían tener sobre nuestro propio hábitat.
El rostro multiétnico y multicultural de la Panamá contemporánea se nos muestra en toda su dimensión, a partir del momento en que nos internamos dentro del territorio de esa nación vecina. No sólo estamos ante el hecho de que la diversidad étnica resulta ser un elemento de larga data e inocultable en la conformación de la nacionalidad panameña, sino que su huella se ha venido intensificando en la conformación del perfil y en los rasgos de sus habitantes, pero también de sus instituciones e instancias políticas, dado el hecho de que han incrementado su capacidad para influir en otras dimensiones de la geografía, la cultura y la política del moderno estado-nación de Panamá.
Las experiencias autonómicas de los Kunas de San Blas, con su comarca autónoma que se remonta a la década de los 1920, se han venido enriqueciendo y abarcando áreas mayores del territorio panameño, tal y como sucede con la extensa comarca de los Ngöbe-Bugle, la que abarca un gigantesco vértice entre las provincias de Chiriquí, Veraguas y Bocas del Toro o la comarca o región autónoma de los emberas en la provincia de Darién. Esta autonomía territorial no los ha aislado, sino que con el paso del tiempo ha venido incrementando su influencia en la vida política, social y cultural de la nación panameña, siempre dentro de una interminable lucha para conservar algunos rasgos esenciales de sus culturas ancestrales. Estas experiencias políticas de los pueblos originarios los han llevado a tener una organización reivindicativa en escala nacional y con capacidad para variar la agenda de cualquiera de los gobiernos instalados en la capital panameña.
El recorrer la vía canalera, desde el puerto de Gamboa hacia el Océano Pacífico y saber que la nación panameña logró recuperarla, luego de que fuera un enclave colonial durante más de 85 años, constituye una satisfacción para quienes hemos seguido de cerca la historia reciente de esa vecina nación, con la que nos unen muchos afectos. La lucha de varias generaciones y el recuerdo de los mártires del 9 de enero de 1964 culminó con la materialización de esa conquista tan importante para una nación que vio su destino mostrarse esquivo e incierto como fruto de las manipulaciones imperiales, las que estuvieron presentes desde los primeros momentos de su historia republicana, distorsionando el accionar de sus elites del poder y de las mismas clases populares.
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