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Nuestras añoranzas

Cada vez es más palpable que la sociedad costarricense se llena de nostalgia. Una evocación, a veces terriblemente romántica, del pasado que se fue y que solo nos dejó sus fotografías sepia. Producciones como la película “El Regreso” e incluso el magnífico repertorio de Mal País (“Guanacaste ya no está…”, “volvamos a construir esperanzas…”, etc.), adoptan esa suerte de sentimiento colectivo.

Cada vez es más palpable que la sociedad costarricense se llena de nostalgia. Una evocación, a veces terriblemente romántica, del pasado que se fue y que solo nos dejó sus fotografías sepia. Producciones como la película “El Regreso” e incluso el magnífico repertorio de Mal País (“Guanacaste ya no está…”, “volvamos a construir esperanzas…”, etc.), adoptan esa suerte de sentimiento colectivo.
Aplica, simplificando el fenómeno, el enunciado: “ya no somos los mismos, y eso está mal”. De seguido sobrevienen las imágenes de un país otrora campesino, menos violento y convulso, con mayor autonomía en sus procesos, decisiones y ritmos. Es la Costa Rica del Estado benefactor o, en lenguaje fílmico, del paseo al río y del café chorreado.
Hoy, como aseguraba Ortega y Gasset, “no sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa”. Un amigo me comentaba, bromeando, que antes era sencillo el panorama porque fuimos o socialcristianos o socialdemócratas. Sin embargo, continuaba diciendo, el debate ahora es más complejo porque somos “socialconfusos”.  
 
El renovado entorno liberal, lleno de cables y satélites, fue sin duda más salvaje que todos los sismos, terremotos y tormentas de nuestra historia. Nos encontró sentados en un pollo del parque, con la mirada inocente, alimentando palomas.
Y quizá ahí seguimos postrados sobre suelo árido, sin saber qué hacer, cuando ya se robaron el alimento, el pollo, el parque y las palomas. Abrumados, hastiados, apáticos, escépticos, anarcos y con cuatro gatos “indignados”, vivimos una especie de inmovilidad que nos tiene anhelando el pasado, pero incapaces de llegar a acuerdos mínimos para articular el presente.
A nuestra Costa Rica fragmentada solo la une la selección nacional de fútbol, y lo más fregado es que esta droga apenas atina a dar tumbos. El reto es, tal vez, ¿cómo lograr que nos integre algo más estratégico que viajar a Brasil en el 2014?
¿Qué debemos hacer? Ninguna realidad compleja se desenreda con fórmulas simples. No es verdad que el país de antaño era tan idílico y que nuestra vida actual sea tan desastrosa. Hay también un discurso hegemónico que nos llama a volver a las raíces, porque eso remite de alguna manera a ciudadanos más pasivos, ingenuos y poco críticos. Tenemos, por otro lado, una sociedad más expuesta a canales y flujos de reflexión cuyas manifestaciones cotidianas (por ejemplo en los jóvenes) no terminan de sorprendernos.
Es cierto que al país lo invadió la corrupción, diversas formas de violencia, el desmantelamiento estatal y organizativo, el consumismo desaforado, etc., etc., etc. Mucho de eso gravita sobredimensionado en nuestra mente, producto del dramatismo mediático de los noticiarios y los efectos de una sociedad marcada por el miedo y la sospecha.
Debemos aceptar que Costa Rica tiene grandes desafíos y que si bien las propuestas de solución pululan, adolecemos de mecanismos mayoritariamente legitimados para encauzarlas hacia su aprobación y concreción.
Ya decenas de intelectuales, políticos y ciudadanos de diversas procedencias han manifestado, hasta la saciedad, que lo que hace falta en Costa Rica es un acuerdo nacional sobre el Modelo de País que vamos a promover. Este Modelo de País debe construirse y avalarse conjuntamente, sin desconocer nuestra herencia e historia, por todas las fuerzas vivas de la sociedad (políticos, organizaciones de la economía social, iglesias, universidades, empresas, etc.)
A finales del siglo XX, el entonces presidente de la República, Miguel Ángel Rodríguez,  impulsó una Concertación Nacional, que estuvo bien como iniciativa, pero viciada como proceso. Yo tuve la oportunidad de participar de esa experiencia y rescato la vocación de diálogo y propuesta de la mayor parte de los actores involucrados.
Alrededor de 10 años después sigo convencido que esa es la mejor forma de reencontrarnos. Es más, me animo a jurar que en nuestro país las izquierdas, derechas, centros y desorbitados, tienen discursivamente más afinidades que contradicciones. Al final lo que impera son las vanidades, los sectarismos, los intereses particulares y los cálculos maniqueos.
Es claro que no podemos continuar delegando solamente en los políticos las decisiones fundamentales. Lo último que nos puede pasar es dejar de creer en la capacidad de concertar, hallar puntos de encuentro, tejer puentes, reconocernos y mirarnos. Nuestra tradición oral es muy sólida y fértil. Tomémosla como fortaleza.
Por acción u omisión caímos juntos en el atolladero. Tenemos raíces, nostalgias, pecados y retos comunes que de algo servirán para avanzar con equidad y solidaridad.

  • Gustavo Fernández Quesada (Comunicador Social)
  • Opinión
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