Debido a los elevados costos del mantenimiento de las imágenes, se ha restringido su acceso solo para las personas registradas en PrensaCR.
En caso de poseer una cuenta, hacer clic en “Iniciar sesión”, de lo contrario puede crear una en “Registrarse”.
El 14 de septiembre pasado una compañía costarricense subió a la red un video celebrando el aniversario de uno de sus servicios. Fue solamente cuestión de horas para que se desatara una visita masiva al sitio electrónico, convirtiéndose en todo un suceso mediático en que ya, para el tercer día de haber salido, más de veinticinco mil personas habían observado el video. ¿A qué se ha debido este inusitado fenómeno de Internet en nuestra patria? La respuesta es simple: Fidel Gamboa y su Malpaís. ¿Son todas estas visitas un hecho circunstancial, o van más allá de una preconización al grupo?
Un poco más de un mes ha pasado desde que ocurrió el deplorable óbito del músico costarricense. Infausto hecho fortuito que palidece las páginas del arte costarricense en donde cualquier intento apologético y laudatorio sobre Fidel quedaría escueto ante lo álgido de su música.
A pesar de la imposibilidad de una necrología plausible y lacónica, es difícil no mirar para atrás sin corroborar el loable legado que nos compartió por años el cantante del Portoncito: letras y acordes de una música que logró transgredir tanto géneros como gustos. Niños, jóvenes y adultos disfrutaron de igual forma el arte que nos regaló Fidel; talento que empezó a germinarse en el Conservatorio de Castella, y que tuvo su máximo apogeo en el grupo Malpaís.
Lo mejor, sin la necesidad de recurrir a elementos prosaicos y fáciles de digerir, sin mercadearse o buscar colocarse en un mercado consumista en donde la calidad artística no es precisamente un aforismo. Hecho ignominioso y fácil de apreciar en otros ámbitos artísticos, como cierto cine costarricense, creador de un pseudoarte basado en discursos flácidos y complacientes, sin contenido y carente de cualquier reflexión, que recurre a peroratas sentimentales y amparándose en una crítica condescendiente que refleja un amiguismo solapado en su función de exegeta.
Pero esto no es Malpaís. Sin tener que apelar a un postín y recusando a un arte vocinglero, nos demuestra que en nuestro país es posible hacer arte, sin rodeos ni poses, sino a través de un compromiso artístico y seriedad en su trabajo. Es decir, en Malpaís no es necesario un regreso para invitarnos a una reflexión sobre el país. La problemática de nuestras fronteras, así como la recuperación de diferentes géneros musicales y aspectos culturales son solamente algunos ejemplos de la combinación entre estética y compromiso que caracterizaron al grupo.
Malpaís también nos demostró que vale la pena asistir a un chivo. En sus conciertos teníamos la certeza de encontrar una calidad similar (o mejor) a la de una banda extranjera. Es decir, Malpaís le dio valor a lo nuestro; gesto que abre la puerta a otros músicos nacionales. Todo un boceto de esperanza para el arte nacional que puede corroborarse en los de Más al norte del recuerdo que es posible hacer arte sin renunciar a la experimentación, ni a la posibilidad de combinar calidad y compromiso con éxito comercial.
Por eso, a pesar de todas la falta de claridad mental que señalan algunos, de toda la inseguridad que agobia a nuestro país, hay en Malpaís una memoria que nos hace no avergonzarnos de ser costarricenses. Gracias por habernos regalado tu música, Fidel, gesto inmortalizante, gracias Malpaís.
Este documento no posee notas.