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Historicidad del reconocimiento del otro

Con desdén pasamos al lado del niño de la calle desviando nuestra mirada de su ruinosa presencia, apresuramos el paso escapando de su reclamo dignificador. Nos hemos hundido en una despreocupación impersonal, asesinando al prójimo y desvirtuando nuestro enojo ante la injusticia, al hacerla visible a través de rostros anónimos. Las condiciones estructurales de la irracionalidad capitalista neoliberal hacen que el otro antes de ser reconocido como alguien, sea percibido con  recelo y desconfianza.

Con desdén pasamos al lado del niño de la calle desviando nuestra mirada de su ruinosa presencia, apresuramos el paso escapando de su reclamo dignificador. Nos hemos hundido en una despreocupación impersonal, asesinando al prójimo y desvirtuando nuestro enojo ante la injusticia, al hacerla visible a través de rostros anónimos. Las condiciones estructurales de la irracionalidad capitalista neoliberal hacen que el otro antes de ser reconocido como alguien, sea percibido con  recelo y desconfianza.
Las condiciones epistemológicas hegemónicas en el sistema mundo capitalista han pervertido las posibilidades de reconocimiento, a través de modificar el contexto de relaciones de cotidianidad  con la mezquina actitud de procurar ampliar los nichos de reproducción del capital hacia lo público, lo humano y lo natural.
 
La vivencia cotidiana padece así de anomia, víctima de una presión distorsionante que pervierte las posibilidades de relaciones de reconocimiento filiales. Una crisis integral que va más allá de lo que cualquier espíritu despierto podía tolerar. Su conciencia se rebela entonces ante la disolución del horizonte del mundo, desemboca resistencia y articulación de nuevos espacios reivindicatorios de nuestra alienada dignidad. El espíritu despierto aborda de modo diferente al tema del reconocimiento y se precipita a la redefinición de una alternatividad utópica y postneoliberal. Pasa así de su consideración como sobreviviente del genocidio, refugiado, huérfano de guerra, a pensarlo de  diferente como migrante y excluido.
Se ha saltado del tema de la diversidad de situaciones del humano, al tema de la diversidad identitaria como criterio de inclusión integral. La  discusión sobre la incorporación de los otros trasciende las  figuras jurídicas, se amplía a lo ético, cultural, étnico, generacional y de género, articulando la controversia bajo la categoría de ruptura con  las condiciones centralizadas de ser, pensar, poder y existir a las que se encuentra sometido el ser humano dentro de la social capitalista. Los condicionamientos superestructurales del modo de pensar hegemónico en la sociedad capitalista neoliberal sólo posibilitan la aproximación al tema del reconocimiento de los diversos otros desde dos lugares de enunciación deficitarios: uno, la reducción del alcance del reconocimiento a formas jurídicas unidimensionales y con ello  deformantes; el otro,  la reducción logocéntrica de los distintos modos de pensar y  formas  prácticas  identidad cultural.
Con ello, las posibilidades del reconocimiento sólo se dan desde las condiciones estructurales que asignan el estatus de la persona de modo disciplinario y represivo, adecuado sin duda a un modelo de gobernabilidad configurado sobre la base de prerrogativas, intereses privados falsamente planteados como sociales, y exclusiones.
Quedando fuera de ellas, el otro es disminuido estética, moral e intelectualmente; por ello antes ser sujeto, es objeto de nuestro recelo, disimulo, desconfianza y desprecio, antes de ser persona alguien que no me interesa. El régimen superestructural de exclusión capitalista solo ha provocado el silenciamiento y la disminución simbólica de lo diverso. Una sociedad que estructuralmente sostiene  conductas impersonales es superestructuralmente excluyente.
Un nuevo escenario de reconocimiento e integración asume  la formulación de procedimientos de integración como anticriterios de gobernabilidad clasista, o sea como formas de articulación práctica e identitaria de racionalidades no centralizadas en el logos y en referentes estructurales eurocivilizatorios. El otro, en su diversidad, constituye fronteras identitarias a partir de múltiples formas de proceder de racionalidad diferenciada: resistencia, voluntad, imaginación, esperanza, experiencia mística y diálogo. Desde su  resistencia restaura su dignidad y favorece la supervivencia del excluido, imponiendo,  reconociendo la diversidad como condición de cotidianidad y autenticidad identitaria. Hemos desembocado en un horizonte más amplio, un nuevo período de la historia que aspira a superar lo impersonal y despectivo.

  • Hermann Güendel (Director Escuela de Filosofía, UNA)
  • Opinión
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