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Sus ojos, eran negros y tenebrosos como la noche, protegidos por sus pobladas cejas. Su sonrisa, una armonía perfecta de dientes gigantes y amarillentos. Intentaba sin éxito camuflarse detrás de un mostacho largo, que finamente terminaba en cada uno de sus extremos en un círculo perfecto. Su gran nariz evidenciaba una interminable historia de fracturas. Su piel, casi transparente, contrastaba con la melena negra que se asomaba de su sombrero de copa alta. Usaba un atuendo de fantasía, con una camisa blanca debajo de su frack rojo con adornos dorados y un pantalón oscuro.
Dentro de una gigante carpa de cubierta blanca y costados rayados de colores azul y rojo, el hombre, que estaba en el centro de la arena, con la única luz del recinto sobre él y hablando ante tres micrófonos se dirigió al público.
-“Bienvenidos sean todos y todas al Circo de Contica, aférrense a sus asientos, abracen a todos los que los rodean. Sé de antemano que no importa la incertidumbre que sienten, éste es su circo y no lo van dejar”.
En ese instante se encendieron cientos de bombillos. Cegaron mis ojos, no pude ver qué sucedía a mi alrededor. La voz del hombre apareció una vez más: -«Escuchen mis palabras, ustedes me han elegido para estar aquí hoy”, dijo.
El silencio se adueñó del lugar, la respiración profunda del público se convirtió en un sello simbólico de que ocurría… Nos aprestamos a escuchar.
Mi visión retornó. Solamente permanecía encendida la luz central de la arena. Pude identificar a mi familia y amigos, estábamos todos ahí esperando pacientemente lo que pudiera ocurrir. La tranquilidad que estábamos experimentando fue perturbada cuando una de las columnas que sostenían la carpa con un ruido extraño se resquebrajó.
-«Lo vamos a reparar –dijo el anfitrión-. Utilizaremos parte del dinero que pagaron en sus entradas para hacerlo y todo se resolverá”.
Un grupo de obreros ingresó a la carpa y pusieron pegamento en las partes dañandas de la columna mientras el público, incómodo, esperó que el trabajo terminara. Ni bien fue finalizada la obra, la columna se resquebrajó una vez más. Todos miramos al anfitrión, él con una paleta de pinturas aceitosas en su mano, un pincel en la otra y un atril se había sentado a pintar. Entonces, al sentir nuestras miradas se acercó a un micrófono y dijo: -“Esto es una vergüenza”. Y continuó pintando sin dejar de sonreír.
Los allí presentes censuramos las obras sobre la columna, pero optamos por volver a poner nuestra confianza en el hombre y darle otra oportunidad.
Un tanto de tensión era perceptible en el ambiente cuando de repente… entraron dos hombres y dos mujeres con total impunidad a la carpa y nos encañonaron. Querían robar nuestras pertenencias. Pedimos ayuda a gritos al anfitrión, él nos miró y nos dijo: -» No puedo hacer nada en este momento, pero impulsaré proyectos para combatir la inseguridad”. Y siguió pintando y sonriendo.
Una mujer que estaba cerca de mí empezó a quejarse. Estaba indispuesta, y algo le dolía mucho. Algunos médicos que se encontraban allí se acercaron a ella. Abrieron sus maletines. No tenían medicamentos. La angustia de saber que alguien sentía dolor nos estaba afectando a todos. Alguien gritó: -¿Quién es el culpable de que no haya medicamentos? Volteamos nuestra mirada hacia la arena del circo, el hombre, ahora estaba sentado con un «notebook» en su regazo, nos miró y respondió: -“No es mi estilo buscar culpables”, y continuó escribiendo. El 80% del público consideró que había que buscar a los culpables y quitarlos de su cargo… una vez más nos sentamos a esperar por resultados.
Estábamos indignados, había problemas de infraestructura, de seguridad social y de inseguridad. Comentábamos entre todos qué podíamos hacer para detener estas situaciones, pero nadie parecía tener respuesta… Empezó a sonar música alegre en el lugar, un grupo de payasos salió a la arena. El anfitrión se puso de pie, nos miró a todos después de habernos ignorado, abrió sus brazos y nos dijo enérgicamente: -“Voy a tener que cobrarles más por su estadía en el circo, piensen en esto como una reforma económica que me va a dar la autoridad para arreglar todo lo que haya que arreglar”.
¿Cómo iba a lograr el consenso si ya había perdido autoridad, todo? No había sido eficaz ni había aprovechado sus oportunidades para “poner orden” en el circo. Nos miramos, comentamos, analizamos y al final… estallamos en carcajadas y lo único que reinó en el circo fue: la anarquía total.
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