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En épocas recientes ha llamado la atención la notoria presencia de miles de jóvenes comprometidos con causas solidarias, tales como “Un techo para mi país” y otras iniciativas de voluntariado, en ocasiones vinculadas a agrupaciones cristianas o a iniciativas de “responsabilidad social empresarial”.
Poseen una clara voluntad por “hacer algo” respecto de la pobreza ofensiva que padecen miles de costarricenses, y tienen un innegable deseo de conocer y luchar contra estas situaciones de pobreza y desigualdad.
Sin embargo, estos loables esfuerzos requieren una reflexión más profunda sobre la ética y el compromiso en sociedades con una larga tradición democrática.
La obra del filósofo Lipovetsky “El crepúsculo del deber” es una lectura que da muchas luces sobre la ética y el compromiso en nuestro contexto. El autor describe las nuevas formas de la moral que se concretiza en acciones como conciertos por derechos humanos, envíos de pequeñas donaciones y actividades sociales voluntarias, tales como la siembra de árboles o la ayuda en determinados espacios de solidaridad cuidadosamente seleccionados.
Estos escenarios de práctica de la moral se caracterizan por su carácter temporal, cosmético, privado y autosatisfactorio de los participantes. La responsabilidad y el compromiso permanente con los problemas atacados están prácticamente vedados. Todo sentido de culpa o egoísmo queda borrado, a pesar de que todos producimos día a día la pobreza y la destrucción ecológica con pequeñas acciones.
Estas acciones éticas contemporáneas son de carácter cosmético, porque atacan solamente las manifestaciones de la pobreza y no sus causas. El sufrimiento de los niños con hambre es repugnante, pero sus causas, como los recortes fiscales y la tradición de injusticia son aceptadas como meros datos históricos.
Un verdadero compromiso ético implica acciones muy poco atractivas, tales como el pago de mayores impuestos, denunciar la corrupción y la vagancia cotidiana en el Estado, y abandonar la indiferencia sistemática de la empresa privada. Implica aceptar que el cálculo privado de ganancias, ese recinto absolutamente privado y sagrado de la vida contemporánea, debe ser reanalizado en función de lo público y el interés común. La tranquilidad de conciencia, que nos dan las pequeñas acciones solidarias, no es suficiente.
El sacrificio para acabar con la pobreza y los males de nuestra sociedad exige sacrificios privados diarios, que implican el mantenimiento de incómodos mínimos morales cotidianos, tales como la fidelidad con la pareja, la tolerancia con los extranjeros y la protección del medio ambiente a través de la modificación de los hábitos del consumo.
La pobreza, la destrucción ecológica, el hambre y la violencia solo se pueden corregir por medio de acciones permanentes, y no con gestos ocasionales que parecen valer si son difundidos por los medios de comunicación. Solo a través de la solidaridad y la ética cotidiana y sistemática podremos mejorar las condiciones sociales, humanas y ecológicas de la Costa Rica que todos amamos, aunque no siempre realicemos las acciones más pertinentes para solucionar sus problemas.
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