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Engaño a mi padre y me fugo

En cualquier época de la historia, para cualquiera, resulta verdaderamente  tenebroso saber que su propio padre lo persigue para asesinarlo; saber que es cierto, que lo puede hacer y que esos oscuros impulsos se encienden con mayor fuerza cada noche, al calor de los tragos de un licor destilado y barato, que consume un hombre atormentado, violento y solitario, en un pueblo perdido en las orillas del gran río Mississippi.

En cualquier época de la historia, para cualquiera, resulta verdaderamente  tenebroso saber que su propio padre lo persigue para asesinarlo; saber que es cierto, que lo puede hacer y que esos oscuros impulsos se encienden con mayor fuerza cada noche, al calor de los tragos de un licor destilado y barato, que consume un hombre atormentado, violento y solitario, en un pueblo perdido en las orillas del gran río Mississippi.
No son pocos los niños, los jóvenes, que le han tenido miedo a un padre alcohólico y egocéntrico; tampoco son escasas las mañas que se aprenden para esquivar los ataques de aquel viejo enemigo que posee tantas ventajas, físicas y psicológicas, con las que puede arruinar para siempre la vida de la víctima. La astucia, la inteligencia práctica, la mentira, la agilidad, de todo se necesita para sobrevivir a la fuerza del demonio.
“Me llevó río arriba en una lancha hasta unas tres millas de distancia y desembarcó  en el Illinois, en un lugar muy boscoso, donde nadie habitaba y solo había una destartalada cabaña hecha de troncos en un sitio en que el arbolado era tan espeso que nadie que no conociese su existencia habría dado con ella. No me permitió apartarme de él un momento y jamás tuve una oportunidad de huir. Vivíamos en esa vieja cabaña; de noche, mi padre cerraba siempre la puerta y guardaba la llave debajo de su cabeza. Tenía una escopeta que había robado, lo confieso, y pescábamos y cazábamos, sosteniéndonos con los productos. No pasaban muchos días sin que me encerrase en la cabaña y se marchase río abajo al almacén de provisiones, situado a tres millas en el desembarcadero de la balsa; allí cambiaba pescado y caza por whisky, lo traía a casa, se emborrachaba a su placer y me apaleaba”.
Catorce años tenía Huckleberry Finn cuando decidió escapar de la cabaña donde su padre lo tenía encerrado. El saber a su hijo rico estimuló el odio y la envidia de aquel viudo inculto, que no hacía otra cosa que pensar en eliminar a Huck y en quedarse él con la fortuna que el niño aventurero del sur de los Estados Unidos se había ganado junto a Tom Sawyer.
En 1885 Mark Twain tenía cincuenta años y publicó “Las aventuras de Huckleberry Finn”, de ese libro, según Hemingway, proviene toda la literatura norteamericana moderna. “Es el mejor libro que tenemos, no ha habido nada antes y no hay nada después”, afirma con su contundencia habitual, el autor de “El viejo y el mar”, que sin ninguna duda, es mucho lo que le debe a la obra de Twain.
La narración coherente y rigurosa en primera persona, las distintas perspectivas, incluida una incipiente sobre las creencias de los negros expuesta por Jim, los conflictos de conciencia del narrador que es el propio Huck, sus reflexiones solitarias sobre la condición de los esclavos, sobre las costumbres de los que a diferencia de él sí tenían familia, sobre las aventuras librescas de Tom Sawyer, sobre el río; eso y la profundidad y la importancia que se le da a la subjetividad de ese personaje pragmático y astuto, oportunista y decidido, inocente y valiente, es probablemente lo que Hemingway encuentra de moderno en la novela de Twain. Ese niño hombre que se hace a sí mismo en un mundo de machos, que se enfrenta a las condiciones sociales del sur de los Estados Unidos cuando todavía existía la esclavitud, cuando la rigidez moral y el autoritarismo cruel se ejercían con hipocresía y frecuencia sobre el cuerpo de los negros y de los débiles, ese adolescente que viaja con estafadores y con un esclavo fugitivo, junto al cual conforma una de las parejas de amigos clásicas de la literatura universal, reúne en sí mismo un sinnúmero de elementos modernos, él es un agente de libertad.
Dice Francis Scott Fitzgerald que Huckleberry Finn fue el primero en hacer el viaje de regreso, el primero que vio al país con objetividad, con una mirada propia, libre de las perspectivas europeas. Sus ojos inquietos muestran de forma directa y sencilla la vida social de la época, con toda su injusticia, con toda su violencia. No es casual que este héroe americano sea huérfano de madre y que en el camino de su aventura por el gran río logre matar a su padre, simbólicamente por supuesto, porque cuando Huck se entera al final de la novela de la muerte de su padre, ya hacía mucho tiempo que lo había superado, de este solo quedaba el miedo que se diluye con la noticia.
Si el negro Jim huye de los esclavistas que lo quieren colgar, Huck huye de su padre que lo quiere matar. Ambos lo logran, valiéndose para ello de miles de trucos y de aquel río amigo que funciona como camino andante y como cómplice impar para la fuga.
“La segunda noche nos dejamos llevar durante seis o siete horas por una corriente de unas cuatro millas de velocidad por hora. Pescábamos y hablábamos y de cuando en cuando nos dábamos un chapuzón para sacudirnos la modorra. Tumbados de espaldas y contemplando las estrellas, nos dejábamos arrastrar por la corriente del río inmenso y callado, y ni siquiera nos entraban ganas de alzar la voz o de reírnos ruidosamente… nuestras risas eran como un tímido gorgoriteo”.
El río, el gran río Mississippi, inmenso y solemne, fluye con el niño y con el negro a bordo. Los lleva de pueblo en pueblo conociendo gentes de todo tipo, los introduce en la aventura. Si Huck marca el estilo de la novela, su estructura se la da el río, apunta con precisión T.S. Eliot.
La muerte del padre
Lo ominoso es lo familiar, lo siniestro que vuelve con fuerza, que retorna de múltiples formas dificultándonos la vida, generándonos sufrimientos indecibles. No sabemos nada, ni lo sabremos nunca, acerca de la vida de adulto de Huckleberry Finn, sobre sus culpas, temores y fantasmas. Sin embargo, sí podemos decir que a sus catorce años, además de la muerte de su madre a quien ni siquiera recuerda, todos sus conflictos surgen de la batalla contra ese rival originario que es su padre. Ese enemigo borracho, violento, codicioso, egoísta, inculto y acomplejado. La lucha por la libertad Huck la escenifica contra la civilización y las buenas costumbres con las que lo pretenden disciplinar, pero principalmente, lo hace contra su padre, que quiere su dinero, que envidia su nueva posición social y que desprecia la cultura que va adquiriendo el niño. El infierno personal del padre es descargado con violencia sobre el cuerpo del hijo.
“-Veo que sí, que es verdad que lees. Tenía mis dudas cuando me lo dijiste. Y ahora, fíjate bien, que no quiero verte más con esos lujos. No los toleraré. Te voy a vigilar niñito elegante; como yo te pesque alrededor de la escuela te voy a dar una paliza de las buenas…Tienes cama, con sus buenas ropas, un espejo, una alfombra en el suelo y mientras tanto tu padre tiene que dormir con los cerdos.  Nunca he visto un hijo como tú”.
Huck ama la libertad, si inicialmente rechaza con rebeldía el asistir a la iglesia los domingos y a la escuela por las mañanas, dormir en una habitación tibia, seguir la instrucción de la señorita Watson y guardar las formas en la mesa; frente a la presencia de su padre todo es válido para defenderse, para sobrevivir; los libros, la imaginación, las mismas mañas aprendidas con el viejo y por supuesto, la aventura, la fuga por el gran río, donde no importa cuáles sean las dificultades que aparezcan, todo resulta mejor que cumplir con los mandatos egocéntricos y voraces de su padre.
Gilles Deleuze, al analizar “La carta al padre” de Franz Kafka, concluye que el gran problema del escritor checo consistió en repetir siempre esa batalla inútil contra su padre, cuando de lo que se trataba era de encontrar una salida ahí donde el padre no la encontró. El padre de Huck nunca pudo salir de su infierno personal, en él murió. Con la cara deformada por la violencia y por el alcohol su cadáver viajaba sin rumbo, por las aguas, sobre los restos de un naufragio. Antes de enterarse de ello, Huck ya lo había desafiado, lo había engañado y se había escapado. Lo había vencido, de algún modo también lo había matado.  Después de recurrir a la escritura para dar cuenta de sus aventuras y de sus fantasmas, que vienen siendo la novela,  podía seguir su camino en el mundo, con sus amigos, con Jim, con quien quisiera, navegando de día y de noche por el gran río Mississippi.

  • Javier Córdoba 
  • Los Libros
Violence
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