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La ruta de la fugitiva

No hay duda, la mejor novela del 2011 en Costa Rica la escribió un nicaragüense. Me refiero, por supuesto, a “La Fugitiva” de Sergio Ramírez (Alfaguara 2011). A partir de los recuerdos de tres voces femeninas, se nos proyecta un cuadro amplio sobre la dramática vida de Amanda Solano, es decir, de la escritora Yolanda Oreamuno Unger (San José, 1916-Ciudad de México, 1956), y de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX.

No hay duda, la mejor novela del 2011 en Costa Rica la escribió un nicaragüense. Me refiero, por supuesto, a “La Fugitiva” de Sergio Ramírez (Alfaguara 2011). A partir de los recuerdos de tres voces femeninas, se nos proyecta un cuadro amplio sobre la dramática vida de Amanda Solano, es decir, de la escritora Yolanda Oreamuno Unger (San José, 1916-Ciudad de México, 1956), y de la Costa Rica de la primera mitad del siglo XX.
Los tres personajes narradores, protagonistas y testigos, tienen también como modelos a mujeres reales; los dos primeros, Gloria Tinoco y Marina Carmona, están inspirados en Vera Tinoco Rodríguez, casada con un hijo del dos veces presidente de Costa Rica Rafael Yglesias y Castro (1861-1924) y la pedagoga y escritora Lilia Ramos Valverde (1903-1985), respectivamente.[ El último relato es el de una cantante residente en México, Manuela Torres, que corresponde, sin duda, a la internacionalmente conocida Chavela Vargas (Isabel Vargas Lizano, San Joaquín de Flores, Heredia, 1919).
De los tres, los más verosímiles y convincentes son el primero y el tercero. En el de Gloria Tinoco la prosodia es muy tica y la relación de hechos tan bien hilada que pareciera una entrevista con el personaje real. En la tercera, a partir de  los requiebros mexicanos, pero sin perder la enjundia lingüística tica, el personaje nos cuenta parte de su vida y de su accidentada relación con Amanda (Yolanda) Solano (Oreamuno). Chavela no se anda por las ramas.
En cambio, el segundo se nota un tanto impostado y a veces fuera de lugar, a pesar de que la concordancia de hechos y acontecimientos es convincente. Marina (Lilia) Carmona (Ramos), “la fea”, nos habla en tú y pierde un poco la fisga josefina entreverada en el ustedeo y el voceo, maneras de expresión de los habitantes del valle central. Por lo demás, no logra calar tan profundo como los otros dos relatos.
De todas maneras, el relato en general, que abre y cierra con el segundo sepelio de la escritora  en el Cementerio General, fosa número 729 del cuadro Dolores,[] es un sostenido recuerdo a tres voces de la dramática vida de la Yola. Recordemos que su tumba permaneció más de 50 años sin siquiera una inscripción en México (1956) y en San José (1961),  y solo en el 55 aniversario de su muerte, el 8 de julio del 2011, gracias a la iniciativa del literato y bloguero costarricense J. P. Morales, se logró colocar una placa conmemorativa.
El otro personaje que avanza de la mano de la “Yola” es Edith Mora, prototipo de la poeta Eunice Odio (San José, 1919-Ciudad de México, 1974). Sus vidas estuvieron trágicamente ligadas, tanto que la primera, triste, enferma y abandonada, murió en el apartamento de la segunda en la calle Neva del D.F. Eunice también falleció allí solitaria y olvidada, su cadáver se “encontró” cuando ya llevaba más de una semana de difunta. Por cierto, en la novela no aparece, siquiera insinuado, el chisme de un amorío entre ambas escritoras.
Lo notable de la novela es que nos retrata de cuerpo entero, y con variadas aristas, a Yolanda Oreamuno, una escritora inconclusa, y la sociedad tica de la época con sus contradicciones y asperezas. La “devoradora de hombres”, poseedora de una extraordinaria belleza y de un fabuloso talento se nos muestra en su debate constante con una sociedad patriarcal, mojigata y aldeana. Ello no le permitió desplegar sus alas vitales y artísticas convirtiéndola en una renegada respecto de su “patria”. Lo mismo que la Eunice y la Chavela, aunque la última ha sido la más virulenta. Y no sin razón.
Son tres mujeres que se sintieron rechazadas desde la infancia y hubieron de pagar el precio de su vocación libertaria y de plenitud personal en una época que no permitía esas autonomías feministas. En el caso de Yolanda y Eunice, queda aderezado con una cuasi militancia en la izquierda costarricense, pecado doble en una Costa Rica pacata y reaccionaria, especialmente en los círculos burgueses y de clase media en que les tocó desenvolverse. Lo que nunca les perdonaron fue su belleza, su inteligencia, su talento, su vocación librepensadora y su adelantada manera de practicar el “amor libre”.
Ellas tampoco perdonaron. Se radicalizaron y se convirtieron en feroces detractoras del comunismo internacional. No era para menos, habían sido utilizadas por múltiples “revolucionarios” e intelectuales de izquierda. Y se llevaron a la tumba un odio visceral e inmerecido por todo lo costarricense, como si el clima sociocultural e ideológico de sus contemporáneos se multiplicara mecánicamente.
Varias observaciones pueden hacerse al libro de Ramírez. La primera es cierto pudor al no llamar a sus personajes por su apelativo histórico. Personalmente, me hubiese gustado que las narradoras llevaran su nombre real, igual que Yolanda y Eunice. Pero, al parecer, sobrevive un prurito de recato que no permite nombrarlas aún con sus apellidos. El caso de Chavela se sobrentiende pues, para desgracia de muchos y plácemes nuestros, todavía permanece viva.
Sin embargo, la novela es un gran esfuerzo de investigación y una mirada panóptica y polifónica a la vida de una de nuestras más emblemáticas escritoras, aunque el grueso de su obra se haya perdido para siempre. Y de paso, a un grupo de mujeres extraordinarias, acompañadas por costarricenses también notables como Joaquín García Monge, el Dr. Moreno Cañas, Monseñor Víctor Sanabria, entre otros.  A propósito, se nota la velada ausencia de Carmen Lyra (María Isabel Carvajal, San José, 1887-Ciudad de México, 1949)  escritora, pedagoga y militante comunista, también fallecida en México en el exilio político y luego sepultada, también, en el Cementerio General.
Es de agradecer esta apuesta de Ramírez dado que ningún escritor nacional se había apostado a tremendo tour de force. Tal vez por eso, a veces, se nota el guiño nica con respecto a la idiosincrasia tica. A lo mejor solamente un escritor foráneo podía dar cuenta de vidas tan agitadas, polémicas y contestatarias en una Costa Rica que algunos aún sueñan bucólica, igualitica y alpina.[]]

  • Adriano Corrales Arias
  • Los Libros
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