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América Latina es una región en crisis, imbricada en un sistema-mundo también en crisis. El derrumbe de la socialdemocracia costarricense, al igual que el ahogo sistemático de las solidaridades andinas, centroamericanas y caribeñas, es un testimonio fiel de dicha realidad. También lo son, ciertamente, el recrudecimiento de la codicia, el egoísmo, la corrupción y la violencia, y el aumento en el número de personas y hogares que viven en la pobreza y la miseria, en toda la región. Pero, quizás la mayor y más triste evidencia de ello, sea la languidez con que arde la llama de la creatividad, la solidaridad, la compasión y la innovación en nuestra América Latina, abundantemente explotada, maltratada y desvalorizada, tanto desde adentro como desde fuera. Sin duda alguna, hoy en día flotamos con vértigo e incertidumbre en nuestro moderno mundo líquido (sensu Bauman) rodeados por voraces tiburones y pirañas, en una cultura y civilización de la desconfianza. Apenas existimos, tortuosa y raramente somos o llegamos a florecer como individuos, como comunidad, como nación; en un globo monopolizado por un capitalismo salvaje, bajo la hegemonía de poderosas élites desterritorializadas que viven en un mundo transnacionalizado. Dichas élites capitalistas, de acuerdo con el antropólogo Gustavo Lins Ribeiro, alaban el mundo neoliberal sin fronteras, es decir, con acceso irrestricto a mercados y a recursos sociales y naturales domésticos. Asimismo, propagandizan un individualismo y un consumismo extremo, acéfalo y mutilador, como valoración totalizante del hecho mismo del ser humano en la Tierra.
Para el etnopsicofarmacólogo y filósofo Carlos Ml. Quirce Balma, esto es una falsificación de la realidad. Un mundo, en el cual el mercado domina al Estado y el ser humano es sustituido por un “salvaje salarial”, es una caricatura ridícula y atroz de la existencia. En fin, una sombra opaca, reflejo escuálido de la verdadera potencialidad del desenvolvimiento imbricado y distribuido de un ser humano real. Que crea cultura y civilización. Todo ello dentro de un proceso heteroglósico y exuberantemente diverso de comunicación, evolución y transformación. La despiadada tiranía de la “sociedad económica demencial” —a raíz de su liquidez amorfa e incierta, así como de su ontología y epistemología erradas— ahoga y suprime la sabiduría que nosotros, como especie, hemos obtenido y acumulado durante millones de años de evolución. La expresión y reproducción de los valores, creencias y comportamientos, que tienden más cercanamente a lo bueno, lo bello y lo verdadero, son aniquiladas. Como consecuencia, se prolifera y promueve el cinismo, el nihilismo, el hedonismo, al igual que la competitividad y el consumismo. Todo ello dentro de un desencanto y una anomia profundas y disfrazadas de materialismo ateo. El mundo moderno es la pesadilla del homúnculo: pseudo-realidad de mujeres y hombres domesticados para reducir y circunscribir, de manera atomizante, su identidad a la de un simple consumidor/cliente/vendedor. En una relacionalidad de valores mediocres y una no-comunidad de corazones duros y rabiosos. Plagada de mentes maquiavélicas, conformistas e ignorantes. Un “mundo feliz” lo llama el Dr. Quirce Balma. El cual sirve de espejismo gratificante para algunos; de acicate y medio para el sufrimiento de muchos; pero, definitivamente, de matriz patológica y patologizante —fatalmente superficial y antisignificativa— para todos: ya que conduce irremediablemente a la alienación del espíritu humano y a la destrucción de la matriz ecosistémica que permite la vida. Además, la pesadilla del homúnculo involucra un metaprograma retórico propagandístico diseñado, en parte, para evitar a toda costa que se destape claramente la crisis de la ideología dominante, así como la falsedad de la existencia de un devenir unilineal y ascendente. Devenir cuyo pináculo estaría personificado en el modo de producción industrial, el capitalismo neoliberal y la sociedad tecnocientífica. Al fin y al cabo, el individuo indefenso, cuya supervivencia depende del mercado, es una creación (falsificación) histórica. Toda la construcción de la economía, de acuerdo con el intelectual y activista Gustavo Esteva, se erige sobre la premisa de la escasez, que se toma como una condición universal de la vida social. Ello ha engendrado un prejuicio popular sobre la universalidad de la economía que ha invisibilizado los errores constitutivos del concepto de desarrollo; premisa central sobre la que se despliega la modernidad líquida. La pesadilla del homúnculo es un triste y cruel teatro donde la hiperexplotación, la hiperriqueza y la hiperdesigualdad componen el basamento (aparentemente) inamovible sobre el que se entrama y se narra la historia de la humanidad en el siglo XXI. Más no podemos ya posponer la tarea de reconstruir a América Latina como región, ubicándola creativa, solidaria y competitivamente en los intercambios globales. Y creando, de manera concomitante, condiciones de vida dignas para las poblaciones latinoamericanas y una relación más horizontal en la comunicación con el resto del mundo.
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